La trampa de las comunas, por Teodoro Petkoff
El presidente Rafael Correa alertósobre lo que denominó el «izquierdismo infantil», que definió como la pretensión del «todo o nada, que es el mejor aliado del status quo». Antes había aseverado que «el mayor peligro para los socialistas no son los escuálidos ni los pitiyanquis (…) son los que toman nuestras banderas y con infantilismo ridículo toman nuestros discursos y les hacen daño». Ni Atila ni ninguno de sus acólitos podía dejar de sentir un cierto desasosiego ante el retrato hablado que de ellos hacía, vaya uno a saber si a propósito o involuntariamente, el Presidente de Ecuador, con su empeño en nombrar la soga en la casa del ahorcado.
En efecto, desde que en las guerras intestinas del chavismo Elías Jaua viene ganándole la partida a Diosdado Cabello y a Rafael Ramírez, Atila ha quedado en manos de una falange de izquierdistas infantiles, residuos de la ultraizquierda universitaria de los ochenta y noventa, que pretenden adelantar fórmulas de ingeniería social copiadas mecánicamente de las fracasadas experiencias soviéticas y cubanas.
Tal es el caso de la creación de «comunas» y del desarrollo de una «economía comunal». No porque la idea de «empoderar» al pueblo no sea plausible, que lo es, sino porque las fórmulas propuestas podrían conducir a un resultado completamente opuesto, esto es, a la castración definitiva de todo poder del pueblo y a su subordinación absoluta al poder nacional, y, en definitiva, al poder de Atila. Todo plan totalitario incluye como prioridad el objetivo de apagar el protagonismo político del pueblo. El control totalitario de la sociedad sólo es posible si a ésta se la despoja completamente de toda capacidad de acción autónoma frente a los poderes del Estado, del gobierno y de su partido. El control totalitario requiere de una sociedad de zombis.
En este sentido, el camino propuesto por el infantilismo izquierdista es de un cinismo inenarrable. Se simula la creación, desde arriba, desde la cúpula del gobierno, de organizaciones de poder popular, pero en la práctica se las priva de toda capacidad real de acción, al hacerlas depender directamente de la Presidencia de la República, negándoles la posibilidad de articulación con alcaldías, concejos municipales y gobernaciones, con lo cual el «poder comunal», que por definición debía ser descentralizado, queda totalmente centralizado en el puño del Presidente. Copada luego la dirección de cada consejo por el partido y/o por funcionarios oficiales, devienen en otras instituciones «del gobierno», como ya comienzan a ser identificados esos «consejos» en los barrios.
Sin embargo, en la práctica, se están dando interesantes choques entre la versión del infantilismo izquierdista y la que mucha de la gente del pueblo quisiera desarrollar en esas organizaciones, contrariando la intención de controlarlas desde el gobierno y fortaleciendo la autonomía de los consejos. Es que la democracia no es un lujo en este país.