La trampa del espectáculo o cómo morder al perro, por Johanna Pérez Daza
En 1967 Guy Debord afirmó que “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. Más de cinco décadas después, y en el contexto venezolano, asistimos a la efervescencia del espectáculo como estrategia política. Su visualización le confiere a la imagen un destacado valor, aquello que vemos se convierte en prueba pero también en herramienta seductora e instrumento distractor.
En la sociedad planteada por Debord “el concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad de fenómenos aparentes”, tal vez esto nos advierta sobre algunos temas recurrentes en la política venezolana (“guerra económica”, “imperialismo”, “magnicidio”, “sabotaje”…) así como aquellas situaciones que deliberadamente se presentan como cortinas de humo o trapos rojos… el término es lo de menos.
Los primeros temas aparecen y reaparecen como excusas y argumentos de lo injustificable, de la negligencia agravada y la respuesta común. En el segundo caso, los temas particulares emergen en momentos claves para extraviar la mirada de los aspectos medulares, desviando la atención de lo fundamental a cambio del paso de circo, bullicioso y desordenado.
La politización del espectáculo ha puesto en el tapete gestos exagerados, respuestas desproporcionadas, la exaltación de lo normal. Componen una galería en la que vemos insultos y ofensas en cadena nacional; venezolanos rescatados del flagelo que significa trabajar 8 horas diarias y 5 días a la semana en países explotadores; ciudadanos agradecidos que, micrófono en mano, reconocen la eficiencia de instituciones púbicas convirtiendo en noticia la entrega de un pasaporte o la prestación de un servicio. En otras palabras, mostrando como espectacular y trascendente, lo usual y regular. La estrategia de revertir una de las primeras lecciones de periodismo “Si un perro muerde a un hombre, no es noticia, pero si un hombre muerde a un perro, eso sí que es noticia.” (William Maxwell Aitken).
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Así, un supermercado con comida, una panadería con pan, una farmacia con medicinas, un país petrolero con gasolina, son tratados como noticias y devenidos en espectáculo con campaña de intriga y promoción incluidas. Los ladridos nos aturden y confunden mientras el hombre sigue mordiendo al perro y devora lo poco que queda ya sin disimular su voracidad. Dos bomberos y un burro se usan de advertencia colectiva, mientras en un lujoso restaurante se esparce sal en las heridas de un pueblo sangrante.
Se eclipsan las noticias, se superponen entre sí, desgastando la reflexión y los rastros de un análisis a medio camino entre desesperación, impotencia y escepticismo. El sometimiento a través de las emociones y el cansancio ha sido, hasta ahora, una herramienta efectiva
Queda la elección de la mirada crítica o la trampa del espectáculo. La segunda opción nos remite a la memorable frase en Star Wars cuando el lado oscuro de la fuerza se hace con el poder de la República: “las libertades terminan con un estruendoso aplauso” (Padme Amidala, ‘La venganza de los Sith’). ¿Reflexionar con cautela o aplaudir el show? No se trata de estar de acuerdo con la trama, sino de darle una importancia superlativa que como un avioncito imaginario roba nuestra atención, al tiempo que tragamos desprevenidos dosificadas porciones de veneno suministradas por la mano de quien debía protegernos. Así de perverso. Así de cercano.