La trampa que seduce a las democracias, por Luis Ernesto Aparicio M.

Foto: Revista SIC
Contando con todo lo que está ocurriendo en nuestro globo terráqueo, especialmente los sobresaltos y cambios en el ámbito político, los cuales están provocando un reordenamiento o desorden en los equilibrios democráticos que mi generación y quizá la que nos sigue hemos conocido. De allí que sea oportuno revisar una definición que, tanto la Real Academia de la Lengua, quien nos dice que su uso no existe, como los correctores incorporados en nuestros equipos digitales se empeñan en cambiar.
Se trata de un nuevo término que ha captado la atención de analistas y estudiosos del comportamiento de las nuevas tendencias o formas de gobernar que están emergiendo, aprovechando el retroceso que parece estar experimentando la democracia como sistema de gobierno. Se trata del iliberalismo.
El concepto de iliberalismo ha sido desarrollado y popularizado principalmente por el politólogo Fareed Zakaria durante la última década del siglo XX. Zakaria, en su libro «El futuro de la libertad: democracia iliberal en el país y en el exterior». En este concepto, el autor, explica cómo ciertos regímenes políticos mantienen elecciones y formalidades democráticas, pero van socavando el Estado de derecho, los derechos civiles y las libertades individuales, dando lugar a lo que él llama «democracias iliberales».
A modo de aclaratoria, es importante evitar la confusión entre el liberalismo y el iliberalismo. Mientras el primero representa una doctrina política, económica y filosófica que defiende la libertad individual, la propiedad privada, el Estado de derecho y la limitación del poder gubernamental, el iliberalismo puede entenderse como un punto intermedio entre la democracia liberal y el autoritarismo, adoptando elementos de ambos, pero sin comprometerse plenamente con ninguno.
Es decir, el iliberalismo es una especie de mezcla que ha ido evolucionando con el tiempo. Una democracia iliberal respeta ciertos elementos de la democracia, pero al mismo tiempo ignora o vulnera otros, especialmente la libertad de expresión y la participación política en igualdad de condiciones.
Para ponerlo en contexto, en una democracia liberal, como la que hemos conocido hasta principios del siglo XXI, se celebran elecciones libres y plurales, se respetan las autonomías y los derechos ciudadanos, y existe una separación efectiva de poderes. En contraste, los movimientos autoritarios, dentro de los cuales se puede enclavar el iliberalismo, no respetan los derechos fundamentales, manipulan o restringen las elecciones y concentran el poder, en tanto van actuando para apoderarse de todas las instituciones que impidan su autoridad.
La tendencia inicial del iliberalismo es combinar elementos de la democracia liberal con rasgos autoritarios. Se celebran elecciones, pero sin garantizar todas las libertades ni la participación igualitaria de los candidatos. Además, se ataca la separación de poderes y se generan lealtades en lugar de independencia de criterios. Como resultado, en el iliberalismo se vulneran derechos ciudadanos de manera selectiva, afectando especialmente a minorías estratégicamente escogidas.
Los líderes que promueven el iliberalismo tienden a mostrar claras tendencias autoritarias y buscan desmantelar progresivamente la democracia liberal. No obstante, este proceso no ha sido tan sencillo como algunos pretenden mostrar. Hasta ahora, el iliberalismo ha coexistido con la democracia liberal, extendiendo su influencia mientras va debilitando los contrapesos democráticos que limitan su consolidación.
Tomar conciencia de la presencia de este movimiento, que se extiende desde Europa hasta América, es de suma importancia porque nos permitirá identificar las sombras que se ocultan detrás de ciertos gobiernos y sus anunciados nacionalismos, junto a sus tendencias conservadoras y de vuelta a un pasado, que buscan mantener algunas apariencias democráticas mientras se encaminan en una clara deriva hacia el autoritarismo.
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De tal manera que comprender y reconocer estos patrones es clave para evitar caer en la trampa y que el iliberalismo erosione de manera irreversible las bases democráticas, transformando la política en un espacio de restricciones más que de libertades.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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