La última carta, por Manuel Narváez
Twitter: @MANUELNARVAEZ
En reciente entrevista, el presidente Guaidó expresó que espera estar en Miraflores el próximo 6 de enero “en una transición y logrando pronto una elección presidencial y parlamentaria.” Ello significaría que para ese entonces, estando en la segunda fase de la hoja de ruta que estableció al encargarse de la presidencia y trabajando por la tercera, debería haberse consumado la primera: el cese de la usurpación.
No hay indicios de que existan contactos o de que esté en marcha un proceso que –en menos de seis meses– haga posible que el usurpador entregue, de manera voluntaria y pacífica, la banda presidencial y las llaves de la casa que construyó la señora Crespo. Tampoco parece probable que Branson nos acompañe en un nuevo concierto, o que alguien decida emular a Cristopher Figueras en La Carlota y mucho menos que aparezca un nuevo contratista que corone lo que Goudreau no pudo.
Pero, queda una carta sobre la mesa o debajo de ella. Dado el colapso impecablemente bolivariano de las refinerías, el embargo a las importaciones de gasolina está asfixiando al país y amenaza con paralizarlo.
Pareciera que el presidente Guaidó está “echando el resto” con esa carta. Sería su última carta porque, si todo continúa como va siendo, en diciembre tendremos una nueva Asamblea (espuria e ilegítima, si se quiere; pero formalmente electa) frente a la cual el argumento de la continuidad administrativa será ineficaz para evitar que el presidente encargado pierda su puesto en la mesa de juego o, en un escenario menos adverso, vea severamente disminuido su límite de crédito para obtener nuevas fichas. Por esa razón, estaría apostando a que Maduro, presionado por la parálisis del país y una consecuente crisis de gobernabilidad, quizá obligado por un pronunciamiento militar, acceda a negociar su salida.
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En ese hipotético envite, no habría que perder de vista que la gasolina es inflamable y que, social y económicamente, su ausencia lo es mucho más. Por lo tanto, si fuera real el escenario descrito, se trataría de una jugada altamente riesgosa que podría producir desenlaces que se alejen del que el presidente Guaidó esperaría. Por mencionar solo uno de ellos podemos imaginar que, colocada en situación de extrema necesidad, la reacción de la población podría ser un violento estallido de ira difícil de controlar por medios distintos a una feroz represión, con su trágico saldo trágico en vidas y destrucción… y una profundización del carácter dictatorial del régimen.
El nombre del juego es incertidumbre y su clave es sensatez. Solo me queda desearle lo mejor al presidente Guaidó y que se cumpla su anuncio de que el 6 de enero estará en Miraflores gestionando la transición.
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