La última pregunta del doctor Bianco, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
El 12 de junio de 2012, siendo exactamente las nueve de la mañana, me plantaba yo frente al jurado examinador que la Facultad de Odontología había convocado en ocasión del concurso de oposición para optar por una plaza de instructor en su cátedra de Medicina Interna, la «benjamina» entre todas en las que en la UCV se enseña la especialidad – siete en total- que fuera fundada en 1967 por el gran Antonio Sanabria.
Para mi sorpresa, a aquel concurso no se había presentado nadie más. La cosa era entre aquel jurado y yo. Con un diploma de doctor entre mis credenciales, cualquiera habría pensado que aquello sería una formalidad de mero trámite. Pero pronto vi que no, que, muy por el contrario, aquel prometía ser un riguroso cotejo entre todo un jurado y el íngrimo aspirante a una plaza que antes ocuparon internistas de gran renombre académico. La decana de entonces, profesora Aura Yolanda Osorio, quien lo presidía, estaba acompañada por el jefe de la Cátedra, profesor Elías Chuki Ribas. Minutos más tarde hizo acto de presencia en la sala, convocado por el Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico de la Universidad, el tercero de sus miembros: nada menos que el vicerrector Nicolás Bianco.
Quiso el azar de los papelitos que el tópico a desarrollar en mi disertación fuera el del síndrome de cefalea, el bien conocido «dolor de cabeza» cuyas múltiples causas posibles – desde la tiramina del chocolate hasta el stress y la menstruación, pasando por el tanino de los vinos tintos y hasta el arroz chino- frecuentemente nos ocasionan una tanto a médicos como a odontólogos, en estos últimos dadas las estrechas relaciones anatómicas entre el cráneo y el aparato dentario.
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La disertación discurrió con fluidez para dar paso a las preguntas del jurado. Ya para terminar, el doctor Bianco hizo saber que tenía una última pregunta que hacerme: «doctor», me interrogó poniéndose de pie, «con base en la hipótesis de Leao, ¿cuál es el fundamento farmacológico de la medicación profiláctica con propranolol en pacientes afectados por crisis de cefalea migrañosa?». «¡Vaya pregunta!», pensé. «Menos mal que el profesor Bianco viene del campo de la Inmunología y no de las neurociencias, porque de sino, ¡hasta aquí llego!».
La pregunta del doctor Bianco – una verdadera «recta de 90 millas a los codos»- hacía referencia a los trabajos del neurocientífico carioca Arístides Leao, que en 1944 postuló la hipótesis de la «depresión cortical» como causa primera de la cefalea migrañosa – la terrible jaqueca que a tantos atormenta– mediada por la dilatación de los vasos meníngeos, fenómeno este susceptible de ser prevenido por la acción del propanolol.
Afortunadamente pude contestarla, lo que puso fin a aquel agotador examen oral de dos horas y medias tras cuya aprobación puede ver realizada mi vieja aspiración juvenil de ingresar al profesorado universitario. «Felicidades», me dijo. «La Medicina Interna es cosa muy difícil». «Vente, que me ha dado hambre», me dijo. «Te invito a almorzar».
Muchas fueron las veces en las que coincidí con el doctor Bianco por los predios de la UCV desde entonces. «Mira», me dijo un día bajando la ventanilla del carro que lo llevaba, en plena Puerta Tamanaco, «supe que publicaste un libro con la gente de tu departamento. ¿Cómo hago para tenerlo?». En otra ocasión me lo encontré en la caminería que lleva desde la Facultad de Odontología al Hospital Universitario: «me incorporo a la Academia el mes que viene, no dejes de ir». «Ya firmé tu ascenso en el escalafón», me dijo la última vez que lo vi, poco antes de la pandemia. «Te toca ascender otra vez en el año 23. ¿Ya estás trabajando en eso?».
El profesor Bianco muere ejerciendo el vicerrectorado académico de la UCV, catorce largos años después de conformar un equipo rectoral que asumió en medio de grandes expectativas. Las no pocas dificultades de aquel momento, sin embargo, no presagiaban lo que estaba por venir: nada menos que la más brutal arremetida antiuniversitaria que haya sufrido la UCV tras su reapertura en 1972 y con el año 2022 – precisamente el de su jubileo tricentenario– como el más duro de todos.
La mitad del profesorado de Medicina se ha marchado. Hemos visto a académicos insignes casi en la indigencia, apelando a la caridad de colegas y antiguos alumnos para poder cubrir gastos médicos y hasta de alimentación. Nunca como hoy sufrió más la UCV el azote de un régimen que no le perdonó el jamás habérsele plegado; latigazos cuan más dolorosos siendo que las manos que más tenazmente han empuñado el chicote para infligirlos han sido, increíblemente, las de algunos de sus egresados.
Nunca abandonó el doctor Bianco su puesto al frente de la resistencia universitaria. Tampoco le hizo concesiones ni carantoñas al régimen, como tanto pretendido académico que aún tiene el «tupé» de ponerse al frente de un aula repleta de estudiantes siendo que la defensa de la democracia y de la universidad venezolanas les costó la vida a decenas de ellos entre 2014 y 2017.
Venezuela es mezquina reconociendo méritos. Siempre hemos sido así. Melindrosos auscultando el yerro, miramos de soslayo incluso el legado más generoso. Pero son las obras de un hombre las que finalmente terminan dando fe de la su hechura. Allí queda, abriendo sus puertas cada mañana a los estudiosos de la Inmunología y a cientos de enfermos necesitados, el instituto que lleva su nombre y que hoy es motivo de orgullo ucevista en el mundo.
Como queda también el hito histórico de aquella memorable tarde de 1983, cuando junto a la doctora Gloria Echeverría, en el para entonces modesto laboratorio que el doctor Bianco dirigía, la Inmunología venezolana se puso a la altura de sus pares de Europa y Norteamérica al diagnosticar el «caso cero» de HIV/SIDA en Venezuela a pocas semanas de que, en el Instituto Pasteur de París, hiciera lo propio Luc Montaigner, Nobel de Medicina en 2008.
Nunca pude hacerle llegar mi libro al doctor Bianco. Los afanes de estos tiempos, sobre todo los vividos en las duras mañanas de Hospital Universitario durante la pandemia, fueron demorando el encuentro que sé que ambos habríamos querido. Me ha tocado, en cambio, ir a despedirlo al trasluz del vitral de Légere, en el atrio de la Biblioteca Central de la Universidad, espacio al que mucho quiso y al que tantos cuidados prodigó.
Quede conmigo para siempre el recuerdo de aquella mañana de oposiciones en la Facultad de Odontología, cuando con su última pregunta, el doctor Bianco acicateó en mí el temple del universitario que todos los días me esfuerzo por ser. En mayo del año entrante, tesis mediante, ascenderé al próximo grado del escalafón profesoral universitario. Al profesor Bianco le habría gustado saberlo.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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