La unidad opositora, por Teodoro Petkoff
Hace algunos años, en el entonces conocido Grupo Santa Lucía (que reunía anualmente a prominentes figuras del mundo económico, social y político, sin otro propósito que debatir sobre la realidad del país), intentaron reproducir entre sus miembros, como juego pedagógico, una campaña electoral para la Presidencia de la República, con todas las fases que el proceso entraña en la vida real. A mitad del juego, los dirigentes del grupo, alarmados, decidieron suspenderlo porque había devenido en una guerra sucia de elevados decibeles. En otras palabras, aquellos señores y señoras se vieron arrastrados por la dinámica de un proceso electoral, casi siempre conflictiva, y la emprendieron unos contra otros en términos que avergonzarían a más de un curtido veterano de lides políticas. Y no era sino un juego.
Viene a cuento la historieta cuando se observan las reacciones de algunos sectores opináticos ante el largo y trabajoso proceso de selección de candidatos por parte de los partidos de oposición. No hay nada más cómodo que mirar la política desde la altura inmarcesible y aséptica del apartidismo y la condición supuestamente «independiente», siempre crítica de las organizaciones políticas y sus «egoísmos» y desdeñosa de la «sucia política».
Otros, tras el burladero de la crítica a los partidos, mimetizan propósitos no propiamente democráticos.
La verdad es que este diario nunca ocultó su optimismo ante el proceso unitario pero advirtiendo siempre contra las irreales expectativas de unidad «alka seltzer», llamando la atención sobre las dificultades propias de un proceso que debe conciliar intereses de partidos políticos distintos, que, para colmo, son protagonistas (en la oposición pero también en el Gobierno) de la crisis sistémica del partidismo venezolano y que, por tanto, no siempre pueden lidiar eficazmente con sectarismos, personalismos y egos autosobredimensionados. A nuestros partidos se les pide un comedimiento y una comprensión de los «altos intereses nacionales» que sus «críticos», en sus gremios profesionales o en sus guerras económicas (¿recuerdan la puja por el Banco de Venezuela hace algunos años?), dejan como vírgenes vestales a los partidos políticos.
De hecho, esas ásperas confrontaciones son cosas propias de la naturaleza humana. Para muestra un botón: la guerra entre Hillary y Obama en las primarias demócratas.
Otra muestra: lo que ocurre en el campo oficialista, donde las contradicciones son aún más hondas que en la oposición. Y eso que en ese campo hay un Gran Elector y Líder Único que, sin embargo, no logra dominar los naturales intereses de las fuerzas políticas que lo acompañan. La política, en definitiva, no es sino la guerra por otros medios. Los partidos de oposición anunciaron un primer acuerdo en siete estados.
Todavía no ha terminado el proceso unitario y seguramente están en curso los acuerdos en el resto del país. Lo importante es que, a pesar de las fricciones y las posturas «duras» entre los actores, el acuerdo unitario del 23 de enero ha sido respetado, nadie lo ha impugnado y todos se han atenido a las reglas de juego establecidas. ¿Que ha habido roces y encontronazos? Sin duda, pero lo esencial es la pervivencia del compromiso unitario, en nombre del cual y del tamaño del desafío planteado, puede mantenerse la razonable certidumbre de que cuando toque inscribir candidaturas ante el CNE, a comienzos de agosto, las fuerzas políticas de oposición presentarán, sin descartar alguna que otra fisura, un acuerdo amplio en todo el país. El vaso está medio lleno, no medio vacío.