La Venezuela posible: los consensos necesarios y el rol petrolero, por Arturo Araujo M.
En defensa del petróleo o «qué culpa tiene el tomate».
Quizás uno de los temas más importante para que un país pueda avanzar en una determinada dirección, para bien o para mal, es tener una visión consensuada del país que se quiere ser. Esa visión consensuada no quiere decir unánime, esa sociedad nunca ha existido ni existirá, si acaso como intento totalitario; de ahí que las tensiones sociales y los cambios debemos verlos como procesos normales. Son los grandes consensos en torno a posiciones en principio encontradas lo que explica la historia de las sociedades, los países y la humanidad moderna.
La ruptura de esos consensos ha traído guerras, momentos y períodos trágicos y retrocesos temporales que han generado desasosiego y desesperanza en los destinos de los países, pero al final la historia nos documenta acuerdos que se traducen en nuevos avances y progreso, en mejores condiciones de vida, cierto que de manera desigual entre países y regiones pero, al fin y al cabo, avances y mejoras.
En lo personal, me resulta difícil imaginar un futuro que no continúe siendo así, Venezuela incluida; y el petróleo, como nuestro mejor ayer o nuestros peores últimos 20 años, jugará un rol decisivo en esos cambios. Entiéndase bien, no estoy diciendo que lo hará con la misma intensidad ni de la misma manera que en el pasado.
El país, siendo el mismo a la vez es distinto, su futuro será diferente al ayer y al hoy. Venezuela y el petróleo en cualquier escenario imaginable estará ahí, jugando un rol pasivo o más proactivo —para bien o para mal— y el cómo lo haga, si para prolongar nuestras desgracias o para contribuir a salir de ellas, dependerá de nosotros, de los venezolanos, de los consensos sociales y políticos que alcancemos, y de las instituciones y gobiernos que logremos construir para que expresen esos consensos.
La manera como encaja el petróleo en el país siempre ha sido controversial, aunque dominado por una visión cargada de negatividad, de perversidad intrínseca, por decir lo mínimo, que por supuesto no tiene.
Ana Teresa Torres, escritora, psicoanalista e Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua lo resalta en una entrevista reciente que le han hecho: «Me quedé sorprendida de la valoración que hacían del petróleo intelectuales venezolanos sumamente destacados a lo largo del siglo XX. Todo era malo. El petróleo era el minotauro, el vellocino de oro, el excremento del diablo, estoy citando a Arturo Uslar Pietri, a Ramón Díaz Sánchez, a Juan Pablo Pérez Alfonzo. A los escritores les parecía que el petróleo acababa con el campesino venezolano». Y a continuación añade: «Mientras más indagaba pensaba ¡Qué bueno que el petróleo pudo sacar de la pobreza a tanta gente!». Coincido con ella y no soy el único.
Unos breves y necesarios antecedentes
Los grandes consensos nacionales alcanzados a través del Pacto de Puntofijo en octubre de 1958 dieron origen a otros grandes consensos, entre ellos, y para mí el más importante, la Constitución de 1961. Esos consensos y esa Constitución fueron el soporte de nuestros 40 años de democracia y de los años más prósperos y de mayor ascenso y bienestar social de nuestra historia.
Con la llegada a la Presidencia de la República de un militar golpista, en 1998, vuelan por los aires todos esos consensos y con ellos todo vestigio de democracia y modernidad en Venezuela. Decidido a llevar a cabo su particular concepción del país, impone su visión personal déspota, contaminada por una patológica personalidad mesiánica y nos hace retroceder a una primitiva, totalitaria, represiva y extremadamente corrupta y despilfarradora gestión de Estado que termina descomponiendo y arruinando el país.
Para lograr su «personal visión», el comandante eterno se propuso destruir las instituciones que sostenían el Estado democrático, empezando por los partidos políticos, sin los cuales no es posible imaginar una democracia posible; en 1999 logra aprobar una nueva Constitución más ajustada a sus objetivos y que convertiría en letra muerta.
El Poder Legislativo, el Poder Judicial, el BCV, la Procuraduría General de la Nación, las FFAA y demás instituciones públicas que conforman el Estado venezolano y sus contrapesos, pasarían a ser instrumentos al servicio de la voluntad y de la permanencia en el poder de un caudillo y su séquito. Pdvsa, y junto con ella el sector petrolero en su conjunto, no fue la excepción. Se consolida la versión más primitiva y destructiva de «el Estado soy yo». Y pretendiendo una transcendencia más allá de las fronteras del país, en 2007 sentencia que Cuba y Venezuela son «una sola nación» y «en el fondo somos un solo gobierno».
Palabra cierta: como una sola nación y con un solo gobierno, a lo largo de los años convierte a Venezuela en otra Cuba, con todas sus miserias y atrasos y ahí estamos todavía hoy. La Habana y su dedo manejan al que ha de ser su sucesor; el presidente cambia de nombre, pero los conceptos, las maneras, los centros de poder y la miseria siguen la dirección marcada por el difunto comandante eterno que dio origen a la destrucción de un país.
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Este breve recuento sugiere una pregunta: ¿qué culpa tiene el petróleo en todo esto para que todavía hoy haya una importante corriente de opinión que continúa achacándole culpas que no tiene? Como respuesta me viene a la mente el estribillo de una vieja canción que se cantaba en algunos espacios de izquierda en mis años universitarios, atribuida al republicano español José Antonio Julio Onésimo Sánchez Ferlosio que decía:
Qué culpa tiene el tomate
que está tranquilo en la mata
y viene un hijo de puta
y lo mete en una lata
y lo manda pa’ Caracas.
Ciertamente, ni el tomate de la canción ni el petróleo que abunda en nuestro subsuelo tienen culpa de nada. Es la gestión del tomate el que hace posible que este vaya en una lata y se dirija a Caracas. De la misma manera es la gestión del recurso petróleo (que no riqueza) lo que hace posible que este sea percibido como ángel para algunos y demonio para otros. Dos países, dos historias, dos caras y la importancia de los consensos y la gestión pública.
El periodista y escritor español Ignacio Vidal-Folch y el escritor y curador de arte danés Lars Bang Larsen en su libro Grandes borrachos daneses, publicado en el 2011, nos cuentan cómo Noruega siempre ha sido considerada el primo pobre, paleto y vulgar de los países escandinavos. Ese país empieza a cambiar cuando se otorgan las primeras licencias para la exploración en 1965 y particularmente a partir de 1969, cuando ocurre el descubrimiento del yacimiento Ekofik y con él, el despegue de la producción petrolera Noruega.
Al igual que Noruega, una Venezuela fundamentalmente rural, agrícola, atrasada, analfabeta y pobre, empieza a cambiar cuando se da inicio formal a la producción petrolera el 31 de julio de 1914 en el cerro La Estrella, en los terrenos de la hacienda Zumaque, que le da el nombre al Zumaque I, el primer pozo petrolero venezolano situado en el campo petrolero Mene Grande, a escasos kilómetros de la costa oriental del Lago de Maracaibo, en el Estado Zulia.
Cabe preguntarse qué ha hecho Noruega con el tomate… –discúlpenme– con el petróleo, para que después de poco más de 50 años pasase de ser un país de pescadores, leñadores y pastores —y uno de los países más pobres de Europa— a convertirse en el segundo país con mayor ingreso per cápita del mundo, el más igualitario de Europa, el menos corrupto y el que lidera los rankings de bienestar y progreso del mundo, en definitiva, un ejemplo a seguir y envidia de muchos, mientras otro país también petrolero, Venezuela, se transformara en uno de los países más pobres y desamparados del planeta.
Sin duda hay más de una respuesta a esta muy relevante pregunta, algunas más ciertas que otras, algunas más relevantes y de mayor impacto. Pero entre las posibles respuestas, las más equivocadas de todas, son aquellas que nos llevan a la peor de las conclusiones: haber visto el petróleo como el excremento del diablo, el vellocino de oro, la causa de todos nuestros males o, por el contrario, el recurso que explica nuestra bonanza en el pasado, los males de nuestro presente o la varita mágica que nos ha de rescatar de la caída hacia el precipicio sin fondo en la que nos encontramos hoy. Y es la peor de las respuestas porque al centrar la explicación en el recurso petróleo, y no en la gestión pública, le atribuimos al recurso designios de los que carece.
Sin pretender ser exhaustivo y mucho menos encontrar la respuesta, vale la pena revisar algunas claves del éxito en Noruega e irlos comparando con lo que en Venezuela hicimos en materia petrolera:
Algunos estudiosos destacan la explicación del éxito de Noruega, y hablo de su bienestar y su fortaleza económica y social, no sólo de su industria petrolera, en la aprobación y en la perseverancia en el tiempo de lo que se dio a llamar los «10 Mandamientos Petroleros», consenso y guía para el desarrollo del sector desde los inicios de su explotación, con el objetivo de que los recursos naturales de la Plataforma Continental Noruega (PCN) beneficiaran a toda su comunidad:
1) Se ha de garantizar la gestión y control nacional en todas las operaciones que se lleven a cabo sobre la Plataforma Continental Noruega (el Estado como un jugador importante en la industria).
2) Los descubrimientos hidrocarburíferos han de explotarse de tal forma que se minimice la dependencia de Noruega de proveedores de petróleo.
3) Nuevas actividades industriales han de ser desarrolladas a partir de la producción de crudo (diversificación del sector petrolero y de la economía en su conjunto).
4) El desarrollo de la industria petrolera debe tomar en cuenta las actividades industriales ya existentes y la protección del medio ambiente (una industria vinculada a la economía doméstica y cuidadosa del tema ambiental).
5) Se prohíbe prender fuego al gas en la PCN, excepto en períodos de tiempo cortos y con fines evaluadores (aprovechamiento racional de otro hidrocarburo y protección ambiental).
6) El crudo procedente de la PCN debe desembarcar en el continente noruego, excepto en casos concretos en los que se precisa tomar otra solución por razones políticas (una manera de vincular el recurso petrolero a su economía interna).
7) El Estado ha de involucrarse en todos los niveles en la industria petrolera noruega y contribuir a la coordinación de la propiedad estatal sobre la PCN, así como crear una comunidad petrolera integrada con enfoque tanto nacional como internacional (participación directa del Estado, pero no exclusiva, abriendo oportunidades tanto al capital privado nacional como al internacional).
8) La empresa petrolera estatal debe establecerse para ocuparse del interés comercial del Estado y mantener una colaboración apropiada con compañías petroleras locales e internacionales. (La empresa pública petrolera, gestionada con criterios de empresa comercial, aporta como cualquier empresa privada al fisco nacional a través de regalías e impuestos; adicionalmente también con sus dividendos. Todo esto dentro de un marco de intercambio y colaboración con sus competidores privados en áreas específicas que así convenga a los intereses nacionales)
9) Se ha de seleccionar un patrón de actividades al norte del paralelo 62 que refleje las condiciones sociopolíticas especiales existentes en dicha parte del país.
10) Se funda en 1972 la Den Norske Statsoljeselskap A.S., traducido como Empresa Petrolera Estatal Noruega, que se dio a conocer por su nombre abreviado, Statoil, y que en el 2018 cambia de nombre a Equinor. En el mismo año se creó también el Directorio de Petróleo Noruego, una agencia gubernamental subordinada al Ministerio de Industria que posteriormente daría origen al Ministerio de Petróleo y Energía y que, junto con El Fondo Gubernamental del Petróleo de Noruega, creado en 1990 con el propósito de dar un manejo coherente con los objetivos de largo plazo de la política económica a los ingresos provenientes del sector petrolero, completarían el esquema administrativo del sector petrolero noruego (Al- Kasim, 2006) centrado en la separación de funciones entre estas tres entidades (un esquema administrativo de tres patas, con funciones perfectamente diferenciadas y donde unas sirvan de contrapeso de otras). Nota: los paréntesis son comentarios propios.
Sin pretender recrear la historia petrolera venezolana ni noruega, pero analizando ambos casos, resulta más o menos evidente lo siguiente:
a) desde sus muy tempranos días en el modelo petrolero noruego el Estado fue jugador directo y determinante en su desarrollo y expansión.
b) por el contrario, el modelo petrolero venezolano en sus orígenes fue fundamentalmente un modelo petrolero basado en la iniciativa privada, que nació y se desarrolló gracias al interés de las empresas petroleras privadas, fundamentalmente transnacionales, en donde el Estado venezolano apenas jugó un rol modesto, por no decir mediocre, en el desarrollo del sector.
La primera ley de hidrocarburos fue promulgada en 1920, y fueron muchas las reformas a esta primera ley en los años 1921, 1922, 1925, 1928, 1935, 1936 y 1938. Cada concesión petrolera se manejaba casi de acuerdo a una ley diferente y cada ley se definía a discrecionalidad del gobernante de turno y a las necesidades fiscales vinculadas al período de negociación, al menos hasta la promulgación de la Ley de Hidrocarburos de 1943. Una ley mejor estructurada, que le otorgaba al Estado un mayor control sobre el negocio petrolero al definir un nuevo inicio de las concesiones por 40 años de duración —lo que situaba el final de las mismas en el año de 1983— y recogía la obligación de las transnacionales a refinar el 10% de la producción de petróleo anual dentro del territorio venezolano, buscando promover mayores oportunidades de trabajo.
No obstante, y a pesar de esta ley, o gracias a algunas de sus muchas carencias, la percepción dominante de la sociedad venezolana era la de una industria aislada, un enclave de privilegios para sus empresas operadoras, sus ejecutivos y trabajadores; los campos petroleros como burbujas apartadas de las dinámicas del país y, en los más de los casos, de las poblaciones y áreas cercanas.
La moraleja de estas dos historias es que el tema real a discutir no es si la industria petrolera debe ser privada o pública: este tema está superado, entre otras razones porque el Estado venezolano, hoy por hoy, carece de la capacidad institucional, financiera y de recursos humanos para asumir el reto de convertir un recurso natural abundante (que no riqueza), como el petróleo, en bienestar para la sociedad venezolana y su gente.
Por otro lado, hemos tratado de mostrar cómo un modelo con mucho protagonismo del Estado en el sector petrolero puede ser exitoso y traer enormes beneficios para un país y sus habitantes. Noruega lo logró. Y los 40 años que duró la democracia en Venezuela nos lo confirman. Lo contrario también ocurre: que un sector del que depende la economía y el bienestar de su población en manos del Estado lleve a la ruina y la miseria a su población, como ha sucedido durante el régimen del chavismo-madurismo.
También hemos visto en nuestra historia petrolera como en las historias y realidades petroleras de otros países, Nigeria y Kurdistán para sólo citar un par de ejemplos, modelos basados sobre la iniciativa privada pueden no ser todo lo conveniente, integrados e integradores que se desea; darle la espalda a un desarrollo de país incluyente, armonioso, que impida que se optimicen los beneficios que la abundancia de un recurso puedan generar sobre el resto de la economía y la sociedad donde se desenvuelven.
¿Qué hacer entonces? ¿De qué depende que los recursos que tenemos en abundancia en Venezuela, y particularmente los energéticos, y entre ellos el petróleo, puedan ser fuente de crecimiento económico, progreso y bienestar social para nuestro país? Esa es la pregunta que tiene sentido contestar y cuya respuesta requiere de un imprescindible consenso nacional sobre sus lineamientos más básicos que a la fecha, lastimosa y preocupantemente, no se ha logrado ni siquiera entre los sectores que se oponen a este oprobioso régimen.
No pretendo agotar las respuestas posibles. Tampoco ser original. Más bien, por estar convencido de que están en el sector petrolero y de que este es la palanca más importante que tenemos para salir, en un relativo corto tiempo, de la precariedad económica y social que vivimos hoy, es que está en la sociedad venezolana y su liderazgo político y social la urgente y fundamental tarea de alcanzar consensos básicos sobre el país posible, el país que queremos y particularmente cómo encaja la industria de hidrocarburos en ese país posible.
De alcanzar esos consensos será difícil, pero factible, gestionar un país desde el caos y la destrucción actual hacia una transición con continuidad de progreso y bienestar. De no lograr nuestra sociedad esos consensos del país que queremos y el rol del petróleo en él, las dificultades se multiplicarán, los tiempos se prolongarán y el suplicio, la división y la incertidumbre del presente amenazarán también nuestro futuro. No se trata de dibujar un panorama sombrío, se trata de trabajar y darle la prioridad que tienen para el país esos consensos.
Confieso que uno de mis mayores sueños es que los venezolanos podamos llegar a tener una calidad de vida similar con la que cuentan hoy los noruegos, y un fondo soberano similar al de ellos, que nos dé fortaleza y seguridad de cara a las incertidumbres del futuro.
Estoy convencido de que hay una Venezuela posible, democrática, inclusiva y con calidad de vida para sus habitantes, con una economía próspera y diversificada, y con suficientes recursos para construirla. Así como también lo estoy de que esa Venezuela posible depende de que la sociedad y sus liderazgos logren esos acuerdos y consensos básicos que nos den esa direccionalidad, y a la vez permitan aprovechar las potencialidades que tenemos. Me uno a aquellos que, para alcanzarlo, miran hacia adelante y toman sin complejos como referente deseable —que no quiere decir igual— el modelo petrolero noruego.
Así me atrevo a proponer que empecemos por acordar nuestros 10 mandamientos petroleros y, a partir de ese acuerdo, girar del rumbo que nos ha conducido a la ruina hacia otro que construyamos de manera conjunta, pragmática y realista, ajustado a la diversidad de los recursos de ese país que tocará reconstruir.
Arturo Araujo Martínez es economista, exdocente de Economía de la UCV y empresario en activo. Fue director de Planificación Estratégica de Alimentos Polar; director de Industrias PMC.
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