¡La verdad, Carajo!; por Teodoro Petkoff
Esclarecer la verdad de lo ocurrido el 11 de abril, día de infamia, tiene como propósito fundamental impedir que esa masacre sea utilizada por los dos grandes bandos en que se divide hoy el país como arma del uno contra el otro, en un intercambio mutuo de acusaciones y contraacusaciones que terminarán por sembrar una confusión del diablo. Sólo dejando las cosas en claro, establecidas las responsabilidades y llevados ante los tribunales los autores de hechos punibles, es que se podrá pasar esa página y avanzar por la senda de la reconciliación entre los venezolanos.
Obligadas por sus atribuciones, dos instituciones están comprometidas en la conformación de comisiones investigadoras, esas «comisiones de la verdad», como han sido denominadas. Son la Asamblea Nacional y la Fiscalía. En el caso de la primera, donde ya al menos hay acuerdo para su designación, sería terrible que la integración de la comisión fuera producto del acostumbrado forcejeo partidista, en el cual cada uno tratará de meter sus propias «personalidades imparciales». Si a la Comisión de la Verdad va a ser trasladado el debate político que se escenifica en el Parlamento, entonces no se llegará a nada. Debe garantizarse a toda costa la no contaminación política de esa comisión. Por su parte, la Fiscalía debe vencer las aprensiones que existen respecto de su imparcialidad, designando, como ya ha sido sugerido, un fiscal especial, de fuera de su seno, con poderes para integrar la comisión investigadora. Tendría que ser una figura cuya probidad e integridad estén fuera de toda duda. Como se ve, el asunto no es fácil, pero la demostración de que tanto la Asamblea como la Fiscalía quieren realmente llegar al fondo del caso pasa por la manera como sean integradas las respectivas comisiones.
En otros países latinoamericanos han actuado comisiones de la verdad después de cruentas y largas guerras internas o a la caída de crueles dictaduras. En Venezuela todavía estamos a tiempo de firmar un «armisticio» antes de la conflagración y no después de ella, como es lo usual. Desenguerrillar los ánimos, normalizar la vida política es una condición indispensable para superar de modo no traumático la crisis política, militar y económica que hoy nos agobia. Cualquiera que sea su desenlace, hay que evitar a toda costa que su precio sea el de la sangre de los venezolanos.