La verdad se fue de viaje, por Tulio Ramírez
Salvo algunos beatos, al pueblo norteamericano le importaba muy poco si el galán del Presidente Bill Clinton le había montado cachos a su esposa Hillary con la no menos buenamoza de Mónica Lewisnky. Total, los cachos son universales, no respetan fronteras, rangos, credos, niveles educativos ni posición social. Nadie está exento de ponerlos o sufrirlos, sean presidentes, ministros, religiosos, amas de casa, poetas, Generales y hasta consejeros matrimoniales. Lo que irritó a esa nación fue la mentira presidencial. En ese país, tan contradictorio en sus prioridades, hay algo que se valora más que los símbolos patrios: la verdad.
Mienta en la aduana, mienta al fisco, mienta en un juicio, mienta en su solicitud de tarjeta de crédito, mienta a inmigración o miéntale al pueblo y tenga por seguro que podrá existir la posibilidad de que triunfe en las primeras de cambio, pero eso no quiere decir que lo hará por siempre. Al salirse con la suya y obtener lo deseado mediante la mentira, pensará que los gringos son unos soberanos pendejos. Pues no lo asegure tanto. Cuando sea descubierta su mentira sufrirá las peores consecuencias y se arrepentirá de haber tratado de engañar a quien aseguraba, era bobo e ingenuo. Al Capone puede dar fe de ello.
Se preguntarán por qué inicio este artículo con esa soberana jalada al culto gringo por la verdad. La respuesta está en que pienso que ese culto ha sido uno de los pilares que ha logrado que esa nación haya llegado hasta donde está.
Para un buen Tío Conejo venezolano, de esos que se las echan de vivos, usar la mentira es un recurso legítimo para conseguir lo que se quiere. No ha sido diferente desde el ejercicio del poder. Alguien con razón dirá, “pero todos los gobiernos han mentido”. No pretendo meter la mano en fuego por los gobiernos que ocuparon Miraflores desde la caída de Pérez Jiménez. Más de una mentira fue descubierta a lo largo de esos años, quizás muchas otras siguen posesionadas como verdades. Lo que sí es cierto es que nunca antes en la historia de Venezuela, un gobierno había hecho tanto esfuerzo por institucionalizar la mentira como el gobierno chavista.
Han mentido sobre la producción petrolera, sobre las fallas de los servicios, sobre el ingreso real por renta petrolera, sobre supuestos magnicidios, sobre las causas de la escases de alimentos y de medicinas, sobre las enfermedades que han resurgido, sobre la fulana Guerra Económica, sobre la matricula estudiantil, sobre la diáspora, sobre la calidad de los médicos integrales comunitarios, sobre las circunstancias de la muerte de Hugo Chávez, sobre la nacionalidad de Maduro, sobre los votos obtenidos por el PSUV en cualquier elección, sobre los delitos imputados a los políticos de oposición y pare usted de contar. No hay aspecto en materia cultural, económica, política, laboral, salud, nutrición, deportiva y hasta conyugal, sobre el cual no hayan mentido a la nación, por lo menos una vez.
Por si fuera poco mentir, hacen lo imposible por evitar que la verdad se conozca. Así, no hay boletines epidemiológicos, ni memorias y cuentas, ni cifras oficiales de homicidios, no hay información sobre número de empleados en PDVSA, sobre número de presos sin haber recibido audiencia preliminar después de años detenidos, sobre delitos impunes, sobre número de desempleados y sobre cualquier cosa que pueda suponer dejar al gobierno mal parado.
No solo mienten y ocultan información, también impiden que otros digan la verdad. Cierran canales de televisión, sacan del aire programas de opinión, censuran contenidos que molestan al gobierno, vetan a periodistas, encarcelan y persiguen a reporteros que se atreven a informar verdades, compran emisoras de radio y periódicos para homogenizar las mentiras, estrangulan diarios no proveyendo papel y quitan de la grilla a canales extranjeros acostumbrados a investigar para informar con la verdad.
De tanto mentir, ocultar o tergiversar la verdad, ya solo algunos pocos seguidores incondicionales le creen al gobierno. El triste capítulo de las declaraciones del Fiscal sobre la muerte del Concejal Fernando Albán, es prueba de ello. La primera versión nadie se la creyó, y la segunda, menos. El sentido común y la lógica privan. La tesis del “suicidio” no cuadra por ninguna parte. Horas antes CONATEL ordena la salida del aíre el programa Gente de Palabra de Alonso Moleiro y Esteninf Olivarez por sus pociones críticas. En Venezuela, la verdad se fue de viaje, pero no de paseo, la exiliaron.