La vértebra perdida de Venezuela, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Hay escasas energías en España; si no las atamos unas con otras, no juntaremos lo bastante para mandar a cantar a un ciego”.
José Ortega y Gasset. España invertebrada (1921)
Hasta aquel febrero de 1989 había sido la fe en el “estado mágico”- el mismo al que se refiriera Fernando Coronil en su notable ensayo- la que nos mantuvo mal que bien juntos, anestesiando nuestros dolores y sedando la expresión de esas contradicciones por demás comunes a cualquier sociedad pero que para nosotros se antojaban imposibles, tan felices como éramos con nuestros viajes anuales a Miami, nuestro 5 y 6 dominical, nuestros Caracas-Magallanes y nuestras reinas de belleza.
Hasta que un día se rompió el hierro caliente que sirviera de eje a aquel juego consistente, como escribiera Diego B. Urbaneja, en evitar que “todo el mundo se pusiera bravo el mismo día”. Porque tan temido día llegó, ¡cómo olvidarlo! Estábamos de guardia en el Hospital Vargas: “¿qué pasará, que ya he visto correr a un gentío con televisores a la espalda, cajas de “conflei” y tarros de mayonesa en las manos?”, preguntó ingenuamente alguno de nosotros. La Emergencia del hospital colapsó en pocos minutos: algo inusual y terrible acontecía en las calles de Caracas y no sabíamos qué. A la mañana siguiente lo comprendimos todo: los medios lo llamaron “el Caracazo”. Con él tocaba a su fin el “país conahotu”, el “país para querer” de mi infancia.
La siguiente década sería la del desmontaje –ladrillo a ladrillo- de todo el edificio institucional venezolano así como de todos los resortes sociales que nos habían legado 40 años de una paz por aquel entonces impensable en Colombia, en Centroamérica o en los países del Cono Sur. Y fue cediendo hasta el colapso, aplastada por el peso de esa sociedad sin densidad ética que éramos y aún somos, la “vértebra” osteoporótica del rentismo que hasta ahora sirviera de eje a nuestra vida como país sin conflictos.
No tardaría mucho antes de que surgiera alguien dispuesto a sustituirla por otra. Convocando una asamblea constituyente animada entre gritos de guerra, viejas consignas comunistas y liturgias bolivarianas con aroma a naftalina, llegó Chávez. No creo necesario entrar en demasiados detalles al respecto. Lo cierto fue que todo el país se le entregó en bandeja al antiguo aspirante a pelotero, intelectuales, clérigos, medios de comunicación y empresarios incluidos. Hasta que terminamos deviniendo en una masa de sobrevivientes a merced – como diría el cubano Leonardo Padura- “de una miseria compactada por los años [de la que] solo podía nacer más miseria, y sobre todo la peor de ellas: la humana…la precariedad acendrada, multiplicada en los últimos veinte años de una crisis que trochó el posible sueño de muchos por encontrar una mejoría en sus vidas”.
Surge así clara la necesidad que tenemos hoy como sociedad de abordar sin ambages a Venezuela como problema esencial antes que continuar extraviados en el frondoso ramaje de sus problemáticas sectoriales. Problemáticas todas que se expresan en indicadores de muy diversa índole – sanitarios, económico-financieros, sociales, etc- a los que ciertamente debemos atención, pero sin sustraernos de la que le debemos al país mismo como su problema más esencial. Porque más que la caída de la producción de petróleo, la escasez, la hiperinflación o el sarampión, el problema esencial de Venezuela es Venezuela misma y su Constitución como sociedad que ha dejado de ser viable.
Y en el problema esencial de Venezuela hoy, como en aquella España exhausta surgida de la catástrofe de 1898, destaca sobre todo su inexistente vertebración como sociedad. Vertebración que es mucho más que un mero armisticio entre intereses distintos.
Que es necesidad profunda de reconstitución como una comunidad de destino en cuyo ámbito sea posible fundar lo concreto, ya se trate de instituciones, de emprendimientos o de legítimos proyectos privados de vida. Objetivos todos imposibles hoy en un país carente de coordenadas básicas que orienten esfuerzos continuados de una generación tras otra. Es en tal sentido que entiendo el llamado del R.P Luis Ugalde a la reconstrucción ética del país.
Y es por ello también que insisto en señalar que no puede ser esta la hora de los tecnócratas y sus largas “cartas al Niño Jesús”: “súbeme el precio del petróleo, bájame la inflación, mándame a los multilaterales, contrólame la malaria…”. La tarea por delante es mucho más que todo eso. A Venezuela sobra hoy quien la mida, la calcule, la proyecte, la extrapole, la modele, la contabilice, etc. Pero falta aún quien la piense. Y pensarla debió ser tarea de un liderazgo sin brújula ni estatura que a la fecha no atiende a llamado ni se autocuestiona en lo más mínimo.
Como sociedad estamos todos exhaustos. Como exhausta estaba aquella España de principios del siglo pasado. Nuestra energía social ha mermado y luce dispersa. Hoy protestan médicos y enfermeras, pero transportistas y administrativos miran hacia otro lado. La lucha del profesor no es la del obrero. Cada compartimiento estanco procura su propio acomodo, como si los pedazos del país que nos caen encima amenazando con sepultarnos discriminaran entre unos y otros. El régimen chavista lo sabe y actúa en consecuencia.
El día a día nos subsume en una cotidianeidad llena de contingencias que le resulta absolutamente cómoda al gobierno y en la que sobrevivir a cualquier costa es la consigna de todo el mundo. Romper tan perverso equilibrio supone convocar al país alrededor de consignas, de proyectos, de valores superiores, distintos.
Esa es la vértebra perdida de Venezuela, la que aún no aparece. A ningún comando, mesa o frente veo buscándola. De allí que mi optimismo en esta hora menguada deba ser, necesaria y dolorosamente, muy bien administrado.
Referencias: Ortega y Gasset, J (ed.1981) España invertebrada, Alianza Editorial, Madrid. Coronil, F (1997) The magical state. Nature, money and modernity in Venezuela, The University of Chicago Press. Urbaneja, DB (1995) Pueblo y petróleo en la política venezolana del siglo XX. Monteavila Editores, Caracas. Padura, L (2018) La transparencia del tiempo, Tusquets, Barcelona.