La vida no vale nada, por Teodoro Petkoff

La banalización del homicidio es quizás uno de los rasgos más sobrecogedores de los tiempos que corren en el país. Nos hemos acostumbrado de tal manera a los macabros “partes de guerra” que cada lunes dan cuenta de los compatriotas asesinados durante el fin de semana que ya la noticia no suscita mayor emoción. La repetición sistemática de los hechos ha ido creando una costra de insensibilidad que lleva a aceptarlos como una fatalidad para la cual no hay remedio. Lo más horrible del asunto es que no es sólo durante los feriados cuando ocurren crímenes: en los días de semana, aunque menor, la cantidad de ellos es también inaceptablemente elevada. El problema es gravísimo porque esta siniestra estadística nos coloca entre los cinco paises más violentos del mundo, con una tasa que se aproxima a los cuarenta homicidios por cada cien mil habitantes.
Hay un hecho indiscutible: la situación ha empeorado en Caracas desde que la Policía Metropolitana ha sido colocada en el limbo por la intervención militar y su virtual desarme. Muchas veces han sido denunciadas las deficiencias de la PM, pero defectuosa y todo, lo que pone de bulto la actual situación es que la policía más defectuosa de todas es la que no existe. La conchuda irresponsabilidad del gobierno es astronómica: ha dejado indefensa a la ciudad, pero en particular a aquellos sectores más humildes, que es donde la violencia cobra el mayor número de víctimas. Las barriadas caraqueñas resienten hoy, más que nunca, la inexistencia de un cuerpo de orden público que, a pesar de los pesares, proporcionaba alguna garantía de seguridad. Lo peor de todo, como se ha visto obligado a reconocerlo el propio ministro del Interior, Lucas Rincón, es que el gobierno ni lava ni presta la batea. No actúa la PM, pero tampoco lo hace ningún otro cuerpo de seguridad ciudadana.
Lo que parece anticipar una larga veda para las operaciones de la PM, es que la intervención militar no es una mera retaliación de Chávez contra Peña, sino la aplicación de una concepción centralista del Estado, que es contraria a la descentralización en general y a la policial en particular.
La Constitución posee un fuerte sesgo centralizador.
El gobierno de Chávez se ha empeñado en echar atrás los avances de la descentralización del Estado y aunque no ha sido dicho nunca públicamente, su sueño es el de volver a los tiempos, no tan lejanos, en los cuales los gobernadores de los estados eran designados por el presidente de la República. En materia policial, el pensamiento oficial es contrario a la descentralización que ha colocado las policías regionales bajo el mando de cada gobernación y aboga, más bien, por la creación de una policía nacional, cuyo mando sería asumido por la Guardia Nacional. Por cierto que en la FAN, la idea no es vista con simpatía porque ella haría de la GN el mayor cuerpo armado del país, una vez que sume a sus efectivos los varios miles de agentes que hoy conforman las policías estadales y municipales. Entre tanto, los platos rotos, en términos de vidas humanas, los está pagando la parte más pobre de la población caraqueña.
Muy bonita esta revolución.