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La vida según Harrison, por Gustavo J. Villasmil-Prieto



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Gustavo J. Villasmil-Prieto | @gvillamil99 | septiembre 22, 2018

@gvillasmil99


«La vida es dura, aunque no lo diga el Harrison”. La lapidaria frase está en el acervo de quienes fueron formados, por allá por los años ochenta, en los cursos de pre y posgrado del Hospital Universitario de Caracas. Por aquel entonces ya había asomado yo mi aspiración de hacerme internista, a lo que mis hermanos respondieron obsequiándome un inmenso ejemplar de la decimoprimera edición del célebre Harrison´s Priciples of Internal Medicine, el monumental tratado de Medicina Interna cuyo primer editor en 1950 había sido el notable autor y académico de la Universidad de Alabama en Birmingham Tinsley R. Harrison.

Casi tres mil páginas de papel biblia y caracteres en fuente 11, repletas de diagramas, fotografías clínicas y tablas que había que repasar una a una estableciendo sólidas correlaciones entre el concepto de la biología molecular, el mecanismo fisiopatológico, el dato epidemiológico y el hallazgo clínico.

Fueron muchas las jornadas de estudio que destiné a las páginas de aquel libraco. Y cada vez que tras tenaces esfuerzos creí haber dominado el tópico objeto de estudio, ¡zas!: algún nuevo hallazgo de laboratorio o evidencia surgida durante la evolución de caso derrumbaba de manera inclemente mi mejor hipótesis clínica, espetándome en plena cara la terrible verdad de haber estado equivocado. Y echándome la frustración al bolsillo, volvía yo una y otra vez a sus páginas, lo mismo que a las de los journals de la biblioteca del Hospital Vargas en una época en la que no contábamos con el auxilio de internet.

Porque lo mismo ayer que hoy, la esencia del ejercicio clínico ha estado en ese transitar incesante y exigente entre la cabecera del paciente y los textos que recogen el saber médico. Es el saber para hacer; es el hacer sabiendo lo que se hace. Un transitar que no pocas veces discurrió por abruptos caminos, cuyas piedras y espinas a la larga forjaron tanto el intelecto como el carácter de todo aquel que los recorrió. No hay, pues, “camino real” en la carrera médica. El único camino que conozco, el que conocieron mi padre y mis venerados maestros, es ese: el del trabajo consecuente, el de la más severa autocrítica, el del esfuerzo hasta la extenuación. Lamento que a algunos aspirantes a médicos en Venezuela los timaran ofreciéndoles una ruta distinta. Tal cosa no existe.

*Lea también: Carne salada, por Javier Ignacio Mayorca

La maquinaria de guerra política del chavismo bien pronto hizo de la medicina y de su práctica en Venezuela un campo de batalla preferente. Se señala al propio Fidel Castro como su principal promotor. Fue en función de un proyecto con claros fines políticos que se convocó a entusiastas muchachos venezolanos, ilusionados como yo hace 30 años con la idea de hacerse médicos. La meta trazada era titular a 100 mil para 2025. A tal fin les fueron propuestos programas de formación de “baja resistencia” a cuyo término les sería cumplida la promesa de titularlos como médicos integrales comunitarios (MIC).

Hasta la ley de ejercicio de la medicina fue reformada, de manera que los títulos de MIC, de médico cirujano y de doctor en medicina se tienen hoy en Venezuela como equivalentes en tanto que requisito exigible para ejercer. Iguales por ley, que no es lo mismo que iguales ante la ley

Pero es sabido que la vida es dura. Y la vida en el ejercicio de la medicina lo es aún más. La medicina se ejerce en una vitrina a la que la sociedad tiene pleno derecho a asomarse. Al titularnos como médicos recibimos mucho más que un certificado de estudios o una licencia profesional: recibimos un mandato que nos impone una vida a la medida que la medicina nos exige, con una vaga promesa de quizás llegar a recibir alguno que otro reconocimiento honorífico o material a lo largo del camino. Nada más.

Sacrificios y renuncias que empiezan bien temprano, en la etapa de estudiantes. Esfuerzo que supone estar listos para la revista docente de sala de hospitalización a primera hora de la mañana, a la vera de nuestros maestros, con nuestros casos debidamente actualizados, sus estudios diagnósticos al alcance y la literatura disponible revisada de manera crítica. Día a día, semana a semana, mes a mes, año a año. La vida entera entregada – cito aquí a mi querido maestro, el profesor Rafael Muci Mendoza- a la pasión de “enseñar y ser enseñados” para luego tributar el fruto de tanto trabajo, estudio y reflexión en la cabecera del lecho del enfermo. De eso se trata la medicina, no de otra cosa. Debieron saberlo. Desde 1763 la universidad venezolana se ha empeñado en ello, con luces y con sombras, pero también con innegable constancia.

Pero así como dura es la vida en la medicina, global es hoy su ámbito de ejercicio. 22 mil médicos venezolanos ejercen hoy en el extranjero. A la vista de una oportunidad valiosa, no han dudado en someter sus diplomas y credenciales al escrutinio de instancias sanitarias y académicas en más de media docena de países. Incluso no han tenido temor a examinarse. Porque entrenados como han sido en los caminos del dolor y del esfuerzo, no hay reto que les amilane. Difícil la tendrán aquellos que compraron la engañosa oferta de una formación “low cost” ofrecida en programas nunca acreditados.

Al lector interesado remito al estudio realizado por miembros del profesorado cubano convocados a una revisión crítica de tales programas de formación en 2008. Habiendo tomado debida nota de las debilidades del mismo, reportaron haber detectado en la formación de pregrado “deficiencias [que] impiden un adecuado desempeño metodológico en la preparación y la impartición de los contenidos”. Así mismo, destacaron el hecho de que los profesores a cargo, “tenían escasa experiencia docente, insuficiencia de conocimientos y habilidades para desempeñarse pedagógica y metodológicamente…”. Bien que lo advirtieron: la Academia, el gremio médico, las universidades. Con los MIC, ¡puede que hayan sorprendidos, mas no sorpresas!

He allí expresada otra vez la tragedia del poder, que solo ve lo que quiere ver y, además, lo eleva al rango de verdad oficial. Ahora es la terca realidad la que se está encargando de poner, dolorosamente, las cosas en su sitio

No permanecemos indiferentes ante lo recientemente acaecido en el Perú con nacionales suyos egresados de tales programas en Venezuela. Ha sido su propio colegio médico quien les ha negado la membresía al constatar que los estudios aquí realizados no son equivalentes a los ofrecidos en los programas de sus universidades, entre las que se cuentan algunas de las más antiguas de América. Como tampoco son equivalentes a los que exhiben en sus credenciales colegas venezolanos egresados de la UCV, ULA, LUZ, UC, UDO, UEFM y otras universidades venezolanas reconocidas mundialmente y que en aquel país solicitan la reválida de sus títulos. Y digo que no permaneceremos indiferentes porque si en Perú son 40, en Venezuela son 23 mil. Algo habrá que hacer al respecto y lo haremos.

Que no quepa duda. Nos toca como educadores en la materia médica y en ello estamos trabajando desde los espacios académicos y en las sociedades científicas médicas. Ese es nuestro deber. Pero es necesario insistir desde ya en algo que debiera ser bien sabido: no hay camino fácil para ser un buen médico. El esfuerzo a exigir será el máximo. Nada menos. Porque aunque jamás lo escucharan de labios de sus mentores, bueno es que sepan desde ya que, en medicina, la vida es dura… ¡así no lo digan las páginas del Harrison!

Referencia:

Zayas Fernández M, Lachicott Frías E, Hidalgo León N, González Feria A. ¨Caracterización del desempeño docente del núcleo de profesores de Barrio Adentro del Municipio Marcano¨. Humanidades Médicas, versión on line enero-abril de 2011. http://scielo.sld.cu/scielo.php?pid=S1727-81202011000100013&script=sci_arttext

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