La visa es la libertad y la vida, por Sergio Arancibia
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Efraín B., además de ser licenciado en administración, tenía varias décadas como empleado bancario en Venezuela, donde había logrado alcanzar puestos de responsabilidad gerencial. En Chile, donde está desde hace un año y medio, ha tenido que emplearse como operario en una empresa de empaque de alimentos, pues no ha logrado insertarse en el mercado laboral chileno en el área bancaria o en materias afines. No se siente discriminado por ser venezolano, sino que percibe que las redes sociales, familiares, amigos o incluso políticas son fundamentales para acceder a ciertos trabajos.
Y él se vino a Chile con muy pocos contactos. Suponía que sus antecedentes, y cualquier período de prueba, permitirían poner de relieve su responsabilidad y su talento. Pero Efraín le pone el hombro – le echa pichón, como dirían los venezolanos – al trabajo físico, o al que tenga que enfrentar. De hecho, ya ha sido ascendido a responsabilidades de mayor jerarquía en la empresa donde trabaja. Va bien. No gana mucho, pero ese no es el mayor de sus problemas. Lo que más lo angustia son las dificultades administrativas que imperan en el país como para poder tener una situación totalmente regular.
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Él llegó a Chile con una simple visa de turista, y luego se jugó, con el apoyo de gente amiga, a cambiar esa visa por una de residente temporario sujeta a trabajo. Ganó esa batalla y pudo gozar de cédula de identidad, cuenta bancaria y relación laboral no clandestina. Pero al cabo de un año, debía cambiar esa visa por una visa de residente definitiva, lo cual pasa por unos cuantos meses de espera, entre otras causas, por cuanto los servicios migratorios chilenos están bastante colapsados por la presencia masiva de la migración venezolana.
En estos ya largos meses, no tiene cédula vigente, no tiene visa, y no puede salir del país. Quería desesperadamente encontrarse con su mujer y sus dos hijos, que permanecen en Venezuela. Su esposa se aprestaba para visitarlo en Santiago, con sus dos hijos, pero le cambiaron abruptamente las reglas del juego: ahora necesita visa de turista, que no es fácil de conseguir en el Consulado en Caracas. Incluso se quedó con los pasajes comprados. No pudieron verse en Julio. Ni siquiera en Argentina, que manejaron como alternativa, pues Efraín no puede, en el limbo jurídico en que se encuentra, salir del Chile. Si lo hace, pierde toda posibilidad de asentarse en el país. Pierde todo aquello por lo cual se ha jugado durante un año y medio.
Su problema es la visa. Sin visa no tiene posibilidad de entrar y salir del país, o de visitar a su familia en Venezuela o no. Tener libertad es, en última instancia, tener alternativas – más aun, tener la posibilidad de construirse alternativas en la vida – y poder elegir entre ellas sin más problemas que los que emanan de su propia conciencia.
A corto y mediano plazo, Efraín quiere tener la libertad de viajar a su país de origen, de verse con su mujer, de abrazar a sus hijos, de decidir de conjunto sobre planes y sobre metas, y de sopesar con libertad entre las alternativas de continuar con su vida en Chile o en Venezuela. Todo depende hoy en día, de la fulana visa