La visión “cobarde” de la izquierda de Maduro, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Suelo no ocuparme de las sandeces dichas por Nicolás Maduro, las cuales, además de tener la carga de esa definición, van llenas de mentiras, burlas a los ciudadanos venezolanos y a otros de latitudes diferentes. Pero esta semana me ha llamado la atención los adjetivos emitidos por el dictador hacía unos representantes de la otra izquierda (o cercanos), aquella que parece que encaja y funciona en los sistemas democráticos tal y como debe ser concebida.
Aprovechando el circo desde donde se señalan inocentes y a aquellos que son un “estorbo” para los planes de su conductor y socio: Diosdado Cabello, el aspirante a dictador eterno, dijo que algunos representantes de la izquierda en Latinoamérica se comportaban como unos “cobardes” al no reconocerle como un presidente demócrata, que trabaja por el bienestar y crecimiento de su pueblo. Claramente, Maduro se refería a Gabriel Boric, Pedro Castillo, presidentes de Chile y Perú respectivamente, y también al candidato colombiano Gustavo Petro.
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Pero ¿Por qué estos “representantes de la izquierda” en Latinoamérica han marcado distancia con la dictadura de Nicolás Maduro? No es tan difícil la respuesta: Maduro y sus socios más cercanos, Daniel Ortega y Miguel Diaz Canel, son las peores referencias históricas como gobernantes y hasta de su concepción de izquierda, si existiera. En ellos se encarna la corrupción en su mayor expresión, la incapacidad, la más notable violación de los derechos humanos y la codicia; elementos estos no propios de un verdadero representante de la izquierda democrática internacional.
Ninguna persona con sentido común sería capaz de acercarse, mucho menos reconocer, a semejantes características. En un lenguaje llano: Maduro y su combo, son una raya.
Nadie anda apurado para tomarse una foto con Maduro, tal y como ocurría en los primeros días de la revolución cubana cuando todos andaban detrás de la huella de Fidel Castro, o bien para obtener una firma, o una fotografía. Claro, estaban las excepciones encabezadas por Rómulo Betancourt. No hay un político que ame la libertad y el bien común, que desee, incluso, ser nombrado siquiera por Nicolás Maduro. Y es que, al estar cerca de este, se corre el riesgo de ser arrastrado por la impopularidad y el rechazo mundial, por el tipo de figura que él representa. Solo aquellos que poseen un claro interés, se colocan “el pañuelo en la nariz” y se acercan, y hasta le reconocen.
La excusa de la izquierda ha sido utilizada por Maduro, aprovechando la trinchera que ella le brinda para esconderse y disfrazarse de hombre de izquierda democrática.
Esa trinchera que tanto su “tutor”, Hugo Chávez y él cavaron a su medida, es un agujero que, en el fondo y práctica, como ya hemos señalado en otros artículos, no guarda ninguna relación a la izquierda de Felipe González, Américo Martín, Teodoro Petkoff, a progresista socialdemócratas como Rómulo Betancourt y otros tantos entregados a la democracia.
Desde su agujero pseudo izquierdista, Maduro dispara adjetivos en contra de otros, por la sencilla razón de necesitar la atención para que se le nombre, para que sea parte de campañas electorales en países en el que solo se le cita como el representante del desastre humanitario más grande de la historia latinoamericana (y que nadie quiere copiar), con más de 4 millones de venezolanos huyendo, no de una crisis política, ni un conflicto bélico, sino de una administración caótica, sin oportunidades y llena de corrupción en todos los rincones del país.
Todavía no existe una estadística que hable de la gestión de Gabriel Boric para concluir que su administración lleva a Chile por el camino que ha llevado Maduro a Venezuela. Nosotros seguimos apostando a que no sea de esa manera, y estamos seguros de que no lo será. Solo basta mirar su recién nombrado gabinete, para identificar a gente valiosa y capaz. Muy por el contrario del gabinete oscuro que rodea a la gestión de Nicolás Maduro: los mismos mediocres de siempre, los leales a sus intereses, y por supuesto al de ellos mismos.
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En Pedro Castillo, no se ve ningún atisbo de ser de izquierda, más allá de que su discurso lo base en desear implementar un plan de alcance social para todos los peruanos, pero más allá, Castillo es el personaje político más errático que se hubiera encontrado en Latinoamérica y ya hemos tratado el tema con cierto detalle; pero de allí a que Castillo sea algún representante de izquierda, no hay ninguna posibilidad. No obstante, una cosa ha visto: mejor ni saludar a Maduro.
De Gustavo Petro no hay mucho que decir. Ciertamente al venir desde la selva, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, podría pensarse que sería un representante de la izquierda absurda desde donde se mantuvo vigente el principio de alcanzar el poder por vía de la violencia.
Aunque más adelante, ese movimiento se transformó en otra cosa, abandonando su perfil de esa tumultuosa izquierda. Y este, también, anda esquivando que se le compare con la fatalidad administrativa que ha montado Nicolas Maduro, al lado.
Lo cierto es que Nicolás Maduro, les ha tildado de cobardes, adjetivo calificativo que se ajusta más a su morboso y abusivo volumen autoritario. No se ha enterado de que cobarde es dejar morir esperando por un trasplante al futuro de Venezuela en el JM De los Ríos; permitir que se destroce el ecosistema por intermedio de excavaciones mineras ilegales; que la disidencia delincuencial de los grupos armados guerrilleros colombianos se apoderen de las poblaciones fronterizas, sin acordar un plan con el vecino país para erradicarles.
Cobarde es aliarse, internacionalmente con los peores y mantener desasistidos a todos los venezolanos en todos los servicios públicos.
Pero el punto álgido de la cobardía llega cuando no es capaz de permitir las libertades más sagradas del ser humano: el acceso a una alimentación de calidad, a la libertad de expresión, sobre todo a la justicia no sesgada, que solo escucha ordenes desde el poder de la dictadura para cubrir a integrantes de bandas gestionadas desde el gobierno. Pero la cobardía llega a su clímax, cuando aparece el inmenso “coco”: elecciones abiertas y con el escrutinio testimonial del mundo.
Esta es la verdadera “izquierda cobarde”, la que él trata de hacer ver que representa. Pero más allá de su chachara, el rey anda desnudo y solo basta con mirarle bien para saber que engaña y abusa en su intento de confundir, de parecer de izquierda o de cualquier otro sistema, cuando en realidad no es más que un dictador de nuevo cuño.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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