La voz del amo, por Teodoro Petkoff

Como se recordará, a la salida de la interpelación de que fuera objeto el cardenal Urosa Savino en la Asamblea Nacional, la actitud de los parlamentarios y en particular la de Cilia Flores, quien fungió de vocera, fue absolutamente cordial, libre de toda animosidad. Es decir, normal. La señora Flores, incluso, se permitió alabar la atmósfera de respeto que había privado en la reunión. Inopinadamente, dos días después, la misma señora y algunos de sus colegas, padecieron de un súbito ataque de mal de rabia y descargaron sus hígados sobre el prelado.
Luego, apresuradamente, redactaron y aprobaron un comunicado de la Asamblea, que fue un nuevo chorro de bilis. ¿Cómo se explica esta conducta esquizofrénica? ¿Qué pasó en el ínterin? No habría sido difícil intuirlo, pero Doña Cilia se encargó de que lo supiéramos de su propia boca, cuando, casi presa de un ataque de histeria, informó que había recibido una llamada del Chivo Mayor, reclamándole en tono airado su conducta «complaciente» con el cardenal Urosa. A las focas se les cayeron las medias y rápidamente remendaron el capote, en la tónica que place al Jefe, es decir, la de las groserías y los insultos.
Todo el episodio, desde la «invitación» al cardenal para que compareciera ante el Sea World del Capitolio, hasta las dos caras de Cilia Flores, es típico de este proceso reaccionario en que ha devenido el chavismo. Por una parte, la pretensión de juzgar parlamentariamente a un ciudadano venezolano por una opinión emitida pertenece a las etapas más sombrías de nuestra historia, las de las dictaduras. Todo el mundo tiene derecho a expresar sus opiniones libremente, tal como lo garantiza la Constitución. De modo que nadie puede ser juzgado judicialmente, o sometido a interpelación parlamentaria, con base en sus opiniones. Eso pasaba en tiempos de Pérez Jiménez, por no decir de Gómez. De tal modo que esa «invitación» para que el cardenal «explicara sus opiniones» fue francamente inconstitucional y de un tufo muy reaccionario.
Pero, encima de esto, el salto mortal de Cilia Flores habla bien claro de la naturaleza subalterna y obediente del Parlamento. Esto no es un poder del Estado sino una vergüenza nacional. Una asamblea de ganapanes, que tiembla ante la voz de Chacumbele y está dispuesta a soportar cualquier humillación que a aquel le plazca infligirles, así como está presta a aprobar todos los designios de Miraflores, apenas simulando un debate.
Si alguna razón hace falta para cambiar la composición del Parlamento el próximo 26S, la súbita «iluminación» que experimentó su actual presidenta ante la voz del amo, la proporciona con creces. Este país necesita una Asamblea Nacional donde la presencia de la Unidad la haga respetar del presidente, en la cual la presencia de la Unidad permita restablecer los fueros de la Constitución y meter a Chacumbele dentro de ella. No se trata tan sólo de un problema político. Es un problema de autoestima nacional.