Ladronaje a millón, por Teodoro Petkoff
Si alguna de las banderas originales del chavismo ha sido pisoteada, sumergida en el barro y transformada en un trapo sucio, es la de la lucha contra la corrupción. El programa del 4F, así como el de la campaña electoral del 98, se reducía prácticamente a prometer el saneamiento moral de la República cuando Yo El Supremo se instalara en Miraflores.
Nada de eso ha ocurrido. La epopeya revolucionariobolivariana no tiene preso ni siquiera a un chinito de Recadi. Para colmo, los voceros del régimen tienen la coartada perfecta para hacerse los locos frente al ladronaje suelto por las ramas de la fronda burocrática. Hoy mismo, alguno de ellos sostiene, con cara de piedra, que las denuncias sobre corrupción son «patrañas propagandísticas». Obviamente, de la oposición. Veamos cuán cierto podría ser esto.Hace pocas semanas, doña Adina Bastidas, como respuesta a quienes la señalaron de estar incursa en manejos sucios con los dólares, afirmó que en Cadivi los guisos son escandalosos y llegó a pedir públicamente a un grupo de empresarios (extranjeros, para el caso) con los que se reunió que no pagaran comisiones por los dólares ¿Fue una «patraña» lo de Adina o la «patraña» provino de quienes la habían acusado a ella? Como quiera que sea, el asunto se quedó así. Ninguna investigación, ninguna sanción.
La semana pasada el diputado Roger Rondón, de Podemos, partido de gobierno, pidió un voto de censura contra el ministro de Energía y Minas, Rafael Ramírez, tachándolo de corrupto. El ministro, por su parte, respondió diciendo que el corrupto es Rondón. Este ha insistido en sus señalamientos contra Ramírez. ¿Patrañas del uno y del otro? En todo caso, ¿investigó la Asamblea Nacional una denuncia tan grave, formulada por uno de sus diputados? No, la mayoría chavista en la AN ¡censuró al denunciante! Desde hace años llaman a esto «solidaridad automática».
El nuevo presidente de Fogade, Jesús Caldera Infante, quien dice, en el canal 8, no dudar de la honorabilidad de su antecesor, Rómulo Henríquez, afirma, sin embargo, que Fogade se había convertido en una cueva de ladrones. ¡Dígame si dudara de esa honorabilidad, qué no habría dicho! Henríquez todavía no ha respondido. ¿Verdad? ¿Mentira? ¿Patrañas de Caldera Infante? Nunca se sabrá porque el estilo de la Quinta República es destituir a los presuntos ladrones (y no a todos porque algunos, muy bien conectados, continúan pegados de la ubre) pero jamás los lleva a juicio y luego un escándalo tapa otro escándalo, sin que nunca un juez haya decidido sobre la culpabilidad o la inocencia de los denunciados. ¿Qué puede importarle a un ladrón que lo destituyan, después que se llenó y tiene asegurado su retiro, porque nadie le va a reclamar la devolución de lo choreado y mucho menos llevarlo a la cárcel?
Lo cierto es que estos casos aluden a tres áreas particularmente sensibles en materia de posibilidades de corrupción y donde los guisos, de ser ciertas las denuncias, serían multimillonarios: Cadivi, Fogade y MEM-Pdvsa. Puras gallinas que ponen huevos de oro. Lo singular es que la guerra de denuncias tiene como protagonistas a la propia gente del gobierno. ¿Sería eso lo que Mao Ze Dong llamaba «contradicciones en el seno del pueblo»?