Las apariencias, por Pablo M. Peñaranda Hernández
Twitter: @ppenarandah
“Nuestra propia imagen es
nuestro mayor misterio”.
Milán Kundera
Todos los pensadores, desde los griegos a nuestros días, han abordado el tema de las apariencias. Lo encontramos en los Diálogos de Platón, en Crítica a la Razón Pura de Kant, en Hegel y más reciente, en Slavoj Zizek, en su particular texto El espinoso sujeto.
Pero nuestra narración no refiere a los filósofos y sus sesudos textos, sino a los viajes que hemos realizado por otros lugares del mundo. Recuerdo con precisión que el primer viaje a Europa, en pareja, lo planificamos de manera tal que Italia, Francia y España, serían los países a visitar. La entrada seria por Roma y la salida para retornar a Venezuela, por París, ciudad que considerábamos para aquel entonces el ombligo del mundo.
*Lea también: Adiós 2022, por Pablo M. Peñaranda H.
El hermano menor de mi esposa estudiaba música en Roma y el encuentro fue muy emotivo, y nos sirvió de chaperón para descubrir lugares esplendidos. Debido a unos exámenes en sus estudios, partimos sin él con el compromiso de encontrarnos en Venecia, último lugar de visita antes de salir para España.
El caso fue que al encontrarnos, yo le insistí en que nos acompañara durante el viaje hasta Paris. Para aquella época nuestro presupuesto aguantaba cómodamente aquella propuesta. Al fin accedió y partimos vía Génova, la única ciudad que, en mi memoria, estaba unida al pronunciar la palabra Italia, y, en la cual nos interesaba visitar una retrospectiva del pintor Giuseppe Pelizza da Volpedo, autor del cuadro El cuarto poder. Una vez realizadas las visitas, tomábamos un barco a Barcelona, una ciudad hermosa y encantadora, que fue un placer recorrer y dedicarnos a sus museos y librerías.
El cuento es que en París habíamos reservado una habitación triple cerca de la estación Opera y, al llegar un poco entrada la noche, nos encontramos con una habitación doble y nos hablaron de una habitación simple, cuyo precio era el mismo. Conocimos primero nuestra habitación y luego nos dirigimos, los tres, a la que ocuparía nuestro cuñado. La sorpresa fue que nos encontramos una especie de clóset con una cama, que de inmediato bautizamos, entre risas, la Cripta. A la mañana siguiente mi esposa desapareció y supuse que la encontraríamos en el comedor. Mientras estábamos en la chercha con la cripta, mi esposa apareció con el gerente, y, en un tono que hasta ahora, yo, al menos, desconocía, exigió la devolución inmediata del dinero y anunció que dejaríamos el hotel una vez arreglado el asunto. Mi cuñado y yo guardamos silencio, en un gesto de solidaridad.
El gerente, un español muy amable, nos dio la razón y de inmediato nos conminó a seguirlo para entregarnos otra habitación que resultó ser una maravilla, tanto por las comodidades como por la vista a la ciudad. Así quedó inaugurado, en nuestra familia, el Departamento de Reclamos para los Hoteles.
Este departamento se mantuvo siempre activo y cuando nuestra única hija educo su estética en la Facultad de Arquitectura de la UCV, aquel departamento cobró nuevos bríos y, en una navidad planificada en París, volvió el Departamento de Reclamos para los Hoteles a tener un éxito rotundo; siguiendo el principio de que el baño en la habitación de un hotel es un lugar de importancia y que la habitación debe cumplir el siguiente principio: un color es mejor que dos y dos mejor que tres.
Resulta ser que, en unas vacaciones, por fin, organizamos el deseado viaje a Marruecos; donde vivía para aquel momento, en la ciudad de Rabat, una queridísima prima.
Todo se desarrollaba a las mil maravillas en aquel país y para concluir la visita, se planificó un viaje a la ciudad imperial de Fez, famosa por sus construcciones, su medina y sus curtiembres. El viaje desde Rabat fue muy agradable y finalizada la tarde llegamos por unas callecitas angostas al hotel.
El taxista, haciendo mutis de los comentarios, sacó las maletas y, mientras el departamento de reclamos expresaba su malestar por el lugar, el chofer –en un santiamén– desapareció de nuestra vista. En aquel callejón solitario y lúgubre como el de los milagros solo atiné a decir que estaba de acuerdo con la protesta, pero, que debíamos entrar para dejar las maletas e iniciar la búsqueda de otro hotel. A regañadientes una parte del departamento aceptó la propuesta y, con determinación, anunciamos nuestra llegada.
Al abrirse la puerta, el olor a azahares nos atrapo por completo. Como una imagen del paraíso se abrió ante nosotros un patio central con naranjos que era una belleza y que ellos llaman Riad.
Las paredes mostraban unos azulejos con una armonía deslumbrante. La habitación, para nosotros, parecía una composición de Las mil y una noches. De igual manera la otra habitación mostraba una lencería con unos vivaces colores en armonía con un hermoso puff, lo cual producía la sensación de un lugar para vivir una aventura fascinante.
Durante el desayuno se habló de las apariencias, mi hija insistió en unirlas a la supervivencia, mientras que mi esposa dejó ver una relación con la protección de la cría en el instinto maternal. Todos en acuerdo incorporamos en cierta medida la importancia de la ciencia, cuyos instrumentos permiten acercarnos con más certeza a la realidad.
Como corolario a la agradable conversación derivamos hacia las apariencias en la figura humana, para concluir que allí si es verdad que se encuentran los verdaderos misterios.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo