Las bibliotecas, por Gisela Ortega
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En Egipto a las bibliotecas se les llamaba “el tesoro de los remedios del alma” porque curaban el peor de los males: la ignorancia.
El primer testimonio de acumulación de documentos escritos proviene de la ciudad-estado sumeria Uruk, hacia el año 3.400 a.C. cuando la escritura apenas, había comenzado a desarrollarse. La preservación de textos literarios comenzó hacia el año 2500 a.C.
De acuerdo a textos y documentos consultados, la Biblioteca más antigua del Oriente Próximo era la Biblioteca de Nínive, fundada entre los años 668 y 627 a.C, por el rey asirio Asurbanipal, dedicado a almacenar papiros y tabletas de piedra que fungían como archivos de lectura, fue mandado a construir expresamente para este propósito. Nacieron en los templos de las ciudades mesopotámicas, donde tuvieron en principio una función conservadora, de registro de hechos ligados a la actividad religiosa, política, económica y administrativa, al servicio de una casta de escribas y sacerdotes
La biblioteca más antigua de la que se tiene noticia data precisamente del tercer milenio a.C., estaba en el interior de un templo de la ciudad de Nippur, en la antigua Babilonia, en ella se almacenaban primitivas formas del libro consistentes en tabletas de barro y rollos de papiro.
La biblioteca como la conocemos actualmente tuvo su origen en Grecia, donde encontramos la famosa Biblioteca de Alejandría y la de Pérgamo.
El primer bibliotecario que se recuerda de ese lugar fue Zenódoto de Éfeso, siendo su sucesor, en el año 245 a. C. Calímaco, considerado por algunos historiadores como el primer bibliógrafo.
La biblioteca de Alejandría, construida en el siglo III a.C, llego albergar 800.000 volúmenes. No fue la primera en su tipo, ya que formaba parte de una larga tradición de bibliotecas que existía tanto en la antigua Grecia como en el Oriente Próximo. Fue una de las bibliotecas más importantes y prestigiosas, así como uno de los mayores centros de difusión del conocimiento en la antigüedad. Lo que se ha escrito sobre ella es una mezcla de leyendas y hechos históricos. Las fuentes de información son escasas y a veces contradictorias. Fue incendiada accidentalmente por Julio César en el año 48 a.C. durante la segunda guerra civil de la República romana, pero no está claro en qué medida fue realmente destruida
La biblioteca de Alejandría contribuyó a reforzar una tradición que considera la palabra escrita “un don del pasado y un legado para el futuro”. Pero también fue más que un famoso repositorio de textos, ofreciendo oportunidades sin precedentes para la erudición y la investigación científica al proporcionar las herramientas básicas para la generación del conocimiento.
Una de las bibliotecas más antigua del mundo, de las que se tiene registro y que ha seguido en funcionamiento hasta la actualidad, es la de Al-Qarawiyyin, en Fez, Marruecos. Fundada en 859 por Fátima El-Fihriya, hija de un rico comerciante, que decidió invertir la herencia que su padre le dejó en la creación de una biblioteca y una escuela que termino convirtiéndose en universidad. Contiene una valiosa colección de manuscritos que van desde una copia de la Muqadimmah, la famosa obra medieval del historiador andalusí Ibn Jaldún, hasta un Corán del Siglo IX. Todo un logro que una biblioteca se haya mantenido en funcionamiento ininterrumpido a lo largo de 1158 años.
El proyecto de instituir en Roma, bibliotecas abiertas, para la colectividad, fue llevado a cabo por Asinio Polio, que fundó la primera biblioteca pública –griega y latina-. Augusto, inauguró otras dos –en el pórtico de Octavia y en el Palatino-, y los emperadores sucesivos, sobre todo Vespasiano y Trajano crearon algunas otras. En el siglo IV, Roma ya contaba con veintiocho bibliotecas públicas.
Ignoramos hasta que punto será cierto lo que se refiere de la “biblioteca viviente” de Itellius, romano de extraordinaria riqueza y enciclopédica ignorancia. En torno a su mesa, o, mejor dicho, a sus mesas que a veces reunía hasta trescientos comensales, se congregaba lo más notable de Roma. Y aquí el apuro. El pobre y poderoso Itellius no era capaz de intervenir en las conversaciones de sus invitados, sabedor de que cuando a tanto osaba era para poner de manifiesto su crasa ignorancia, dando motivo para que a sus espaldas riesen todos de las tonterías que fatalmente, se le ocurrían.
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Decidido a corregir la situación, aunque no por medio del estudio, incompatible con su pereza, encargó a su mayordomo que entre sus innumerables esclavos seleccionara a doscientos de los más inteligentes y capaces. Cada uno de ellos debía aprender de memoria un determinado libro: uno, la Ilíada, otro, la Odisea, etc. etc. Al administrador le costó el empeño mucho trabajo y a los esclavos muchos golpes; pero la extravagante orden de Itellius quedó, por fin cumplida: ya poseía una biblioteca viva.
Ya podían desarrollarse conversaciones doctas; a una simple señal suya, el mayordomo hacia adelantarse a un esclavo de entre los demás que, en silenciosa fila, bordeaban las paredes, y el esclavo indicado recitaba la frase oportuna. Se le dio a cada uno el nombre del libro que aprendió de memoria: uno se llamaba, Ilíada, otro, Odisea; el tercero Eneida, y así por el estilo.
Un día ocurrió algo que hizo reír a toda Roma. Terminado el banquete, para que, interviniese en una conversación, Itellius reclamó la presencia de Ilíada, pero el mayordomo, en vez de hacer salir al esclavo correspondiente, se arrodilló ante su dueño y con voz temblorosa susurró, está palabras:
-“Perdonad, señor: Ilíada tiene hoy dolor de tripas”-.
La Biblioteca Palafoxiana, fundada en 1646, en Puebla, México, está considerada como la primera biblioteca pública de América. Su creación se debe al Obispo Juan de Palafox y Mendoza que dono 5 mil volúmenes a los Colegios tridentinos. En el año 1773 el obispo Francisco Fabián y Fuero, mando a construir los dos primeros niveles de estantería en cedro. En 1981, la Biblioteca dejo de ser pública y se convirtió en Museo, aunque hasta la fecha sigue dando servicio a investigadores de todo el mundo.
En 2005, la Biblioteca Palafoxiana fue registrada por la Unesco como Memoria del Mundo, hecho que la convierte en un tesoro universal. Es la única nación del continente americano que contiene un acervo de tal naturaleza, extraordinaria en su tipo, conservando el concepto y la estructura de una biblioteca novohispana.
Posee más de 45 mil volúmenes, cuenta con 7 impresos mexicanos y 9 incunables, cuyo libro más antiguo data del año 1475. Integran su acervo 5.348 manuscritos, más de 800 impresos sueltos y cerca de 1.500 grabados. Entre sus obras más importantes se encuentran: “La ciudad de Dios”, de San Agustín, 1475; “La Crónica de Núremberg”. De Antón Koberger; 1493; y “De Humani Corporis Fábrica” de Andreas Vesalio, 1543…
*Gisela Ortega es periodista.
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