Las calendas de los griegos, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Sed fugit interea irreparabile tempus”
(“Huye entre tanto, irreparablemente, el tiempo”.)
Virgilio, 70-19 aC,
Geórgicas, III, 2,84
En el vestíbulo de la querida Facultad de Odontología de la UCV, donde ejerzo la docencia, se exhibe una interesante obra del artista plástico Francisco Itriago Machado (Mérida, 1952) consistente en un clásico e impecable cajón de reloj de péndulo elaborado en fina madera y cristal en el que destacan los pernos y tornillos que deberían soportar todo el complejo mecanismo de manecillas, cadenas, muelles y engranajes propios de una sofisticada relojería pero que, en este caso, faltan del todo.
Es un reloj vacío; un reloj del que, paradójicamente, el tiempo se ha fugado. “La fuga del tiempo”. Así se titula esta magnífica pieza que los integrantes de la promoción de odontólogos de 1990, apadrinada por el profesor doctor Ramón Ordaz, dedicaran a la Facultad y que sirve de recordación cotidiana a alumnos, maestrandos, doctorandos y profesores que a diario colman sus pasillos, aulas, salas clínicas y laboratorios acerca del carácter esencialmente fugaz del tiempo, cuyo paso inexorable solo deja a la caducidad como trágica estela salvo que la voluntad humana, merced de su accionar consciente, le infunda contenido y valía.
El paso del tiempo no trae nada por sí mismo como no sean la vejez sin gloria y el lapidario olvido. En cada Nochevieja venezolana solemos entregarnos a los abrazos, la fiesta y el licor con la vana seguridad de que, como repetía hasta el fastidio aquella cancioncilla que en su día hiciera famosa una estación de TV clausurada por el régimen chavista hace más de una década, el año por entrar sea el que “nos arrime a la felicidad”.
Pues no. El tiempo no “arrima” a nada como no sea a lo que el genio humano le marque como impronta. Es la diferencia entre la vida como crónica o como proyecto histórico, entre la existencia como mera anécdota o como épica.
Y épica fue la ratificación del diputado Juan Gerardo Guaidó Márquez en la presidencia de la Asamblea Nacional en una jornada en la que cobraron papel protagónico los miembros de una camarilla de políticos de prepago encabezada por un tal diputado Parra, vendidos todos al régimen – palabras de monseñor Basabe en su contundente homilía del día de La Divina Pastora- “por cuatro monedas”: las monedas de la traición a sus electores y a todo un país en una transacción de almas por quienes jamás ni nunca debieron llegar al Parlamento. De este tema ya nos ocuparemos. Pese a todo ello el ingeniero Guaidó repite en el cargo con la responsabilidad histórica de materializar en este año los avances que la sociedad democrática no vio en el precedente.
La usurpación sigue allí, instalada y campante. A juzgar por algunos indicadores, podría decirse que hasta cómoda. El chavismo pareciera querer promover alguna convocatoria a elecciones – parlamentarias, nunca presidenciales– con la que pueda lavarse el rostro lleno de pústulas ante una comunidad internacional que con toda razón le desprecia. Pero más allá de eso no parece haber ninguna otra intención.
De la llamada ayuda humanitaria, con la que tanto pretendido “operador político” se luciera fuera y dentro del país, digo que a mi hospital no llegó ni una sola tableta de Atamel®. Para el olvido habrá de quedar el sainete del 30 de abril, día en el que esos eternos capitanes de la derrota que colonizan a la oposición venezolana desde hace muchos años volvieron por sus fueros asegurándonos que “ahora sí” porque los muchachos rubios de los US Marine Corps dizque estaban por desembarcar por Playa Pantaleta.
Lo mismo sea dicho del oscuro “affaire” denunciado por el ingeniero Calderón Berti en Bogotá, entre cuyos intríngulis destacan las historias de nada honorables diputados de la oposición sorprendidos en retozos de alcoba con ninfas de alto costo en lupanares de Cúcuta mientras que los dolientes de mis enfermos se asomaban por las noches a las terrazas del Hospital Universitario convencidos de que en aquellos camiones que nunca llegaron vendría la esperada quimioterapia para la madre, pareja o hijo enfermo. Toca a Guaidó dar ejemplar respuesta a todo ello. Menos no nos sirve.
Los antiguos romanos, prácticos y siempre orientados al logro, llevaban la cuenta del paso del tiempo con sus “calendas”, que marcaban el inicio de cada mes del año de acuerdo con la norma establecida por Julio César el 46 aC en el no casualmente llamado calendario juliano. Los griegos, por quienes tanta admiración profeso, no conocieron algo ni tan siquiera parecido. Nunca hubo cosa tal como calendas griegas. De allí que la locución latina “ad calendas græcas” referida a los asuntos humanos haya equivalido siempre a dejar las cosas a merced del “sabrá Dios cuándo”, del “un día de estos” y del “quién sabe”.
Abrimos fuego este Año del Señor de 2020 renovando nuestro apoyo al ingeniero Guaidó y su equipo y apostando sin reservas al éxito de ambos. Porque su fracaso será el de la última esperanza de la República. Pero el tiempo trascurre fugaz e inexorable en un país en el que el mejor proyecto de sus ciudadanos es emigrar, aunque sea a pie.
Venezuela muere cada día mientras se suceden reuniones de mesas y “mesitas” -aquí y allá- y hasta se asiste a juegos de beisbol en magníficos estadios de las Grandes Ligas; muere con la dolorosa lejanía de sus más de 6 millones de hijos emigrados, con el drama de su más de un millón de enfermos palúdicos, con el dolor de medio millón más de familias comiendo en el mejor de los casos dos veces al día en procura de ir reuniendo – bolívar a bolívar, cuando no dólar a dólar- los fondos necesarios para poder comprar hasta el último gramo del antibiótico que les fuera requerido en algún desportillado hospital público como “conditio sine qua non” para intervenir quirúrgicamente al ser querido enfermo.
El tiempo transcurre y se fuga de manera irreparable. En Venezuela no basta con victorias simbólicas, como tampoco de nada nos sirve nombrar embajadores hasta en Samarkanda. Nada sustituye a la victoria, como dijo en su día dijo Douglas Mc Arthur. El ingeniero Guaidó debiera saberlo. Porque aquí no podemos esperar más. No estamos para calendas griegas.