Las cumbres son innecesarias si se sacrifica la credibilidad democrática, por Detlef Nolte
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Luego de un receso de cuatro años, nuevamente se organiza una Cumbre de las Américas. Por segunda vez desde 1994, cuando se hizo en Miami, Estados Unidos es el anfitrión, sin embargo, el entusiasmo es limitado. La administración de Joe Biden preparó la cumbre tarde y mal, y el interés latinoamericano se centra en si se invitará a los Gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Varios presidentes han amenazado con no asistir, con el presidente mexicano en primera línea. En este contexto, surge la pregunta de si vale la pena que tres regímenes desgastados y dictatoriales sean el centro de una cuestión de principios. Poco se habla del contenido de la cumbre.
A pesar de las idas y vueltas, las Cumbres de las Américas han sobrevivido. Originalmente se suponía que debían apoyar el proceso de creación de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y más tarde se sumó el fortalecimiento y la consolidación de la democracia en la región. Sin embargo, el ALCA murió hace mucho tiempo y cada vez menos Gobiernos en la región parecen interesados en defender la democracia.
¿Para qué se necesitan las Cumbres de las Américas? Los Gobiernos latinoamericanos tienen varios foros regionales, y la Celac es el más inclusivo. Temas que afectan a todo el hemisferio occidental pueden ser discutidos en la OEA, pero también podríamos imaginar a la Celac invitando a EE. UU. a una cumbre Celac-EE. UU. En ese supuesto, el Gobierno de Estados Unidos tendría que decidir si participaría.
Protección de la democracia versus soberanía de represores
Con su política de no invitar a Gobiernos claramente no democráticos, la administración Biden parece haber quedado atrás en el tiempo. Pero también surge la pregunta de si los tiempos han cambiado para bien o para mal. Hace 21 años, en la Declaración de Quebec, como resultado de la III Cumbre de las Américas, todos los Gobiernos participantes estuvieron de acuerdo en lo siguiente: «El mantenimiento y fortalecimiento del Estado de Derecho y el respeto estricto al sistema democrático son, al mismo tiempo, un propósito y un compromiso compartido, así como una condición esencial de nuestra presencia en ésta y en futuras Cumbres. En consecuencia, cualquier alteración o ruptura inconstitucional del orden democrático en un Estado del Hemisferio constituye un obstáculo insuperable para la participación del Gobierno de dicho Estado en el proceso de Cumbres de las Américas».
En aquel momento, incluso el gobierno de Hugo Chávez, que planteó reservas frente a otras formulaciones, apoyó el párrafo relacionado con la democracia. Sin embargo, hoy este consenso democrático ya no existe. Criticar la represión política en un país vecino es considerado impropio.
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, incluso cuestiona si es apropiado llamar así a los matones, torturadores y represores en países vecinos, ya que esto podría violar los principios de la autodeterminación de los pueblos (de ser oprimido) y de la no intervención. Cabe preguntarse si AMLO habría relativizado con el mismo discurso los crímenes de Pinochet y Videla en su momento.
Muchos Gobiernos latinoamericanos parecen dispuestos a sacrificar los principios democráticos en el altar de una mal entendida hermandad y solidaridad latinoamericana. Lo que se defiende no es la soberanía de los pueblos, sino la soberanía de los Gobiernos, o más precisamente la de los presidentes, para poder restringir la democracia en sus países y oprimir a los opositores políticos.
Integración sin valores democráticos y base material
En el discurso del presidente mexicano se combinan críticas a la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela con vagas promesas a la integración latinoamericana, pero sin base material ni valores compartidos. Para AMLO ha llegado el momento de una nueva convivencia para «construir algo semejante a la Unión Europea» en América Latina. Pero para tal proyecto falta una sólida base económica. El comercio intrarregional latinoamericano llegó al 13 % del comercio total en 2021, y con México desconectado del resto de América Latina, a la vez que dependiente de los Estados Unidos.
Además, la UE se basa en valores comunes como el compromiso con la protección de los derechos humanos y la democracia, y cuenta con las instituciones comunitarias para su defensa. A diferencia de esto, el esfuerzo de AMLO y otros Gobiernos latinoamericanos ―con su propuesta de sustituir a la OEA (la Celac sería una opción)― apunta a abolir la única organización regional con un sistema operativo para la protección de los derechos humanos.
Por lo tanto, el resultado no sería una mayor autonomía para América Latina, sino una mayor autonomía para opresores y los regímenes represivos. La Celac no se pronunciará sobre amenazas a la democracia en países latinoamericanos ni tampoco abogará por la protección de los derechos humanos en regímenes no democráticos.
La contracara: Estados Unidos sin rumbo ni liderazgo
Los problemas previos a la cumbre muestran que la influencia de Estados Unidos en América Latina ha disminuido y los Gobiernos latinoamericanos se están volviendo más asertivos. Para recuperar influencia en América Latina, el Gobierno estadounidense debe ofrecer a sus socios del sur incentivos y apoyos económicos, tal como lo hace China. Entonces la invitación a una cumbre organizada por EE. UU. (independientemente de cómo se llame el evento) sería un privilegio, y la no participación estaría asociada con desventajas económicas y políticas.
Sin embargo, tal política carece del apoyo necesario en el Congreso. De hecho, parece sintomático el que ocho puestos de embajadores en América Latina estén vacantes antes de la cumbre, incluidos los de las embajadas en Brasil, Chile y ante la OEA, principalmente por las políticas obstruccionistas de senadores republicanos.
Las principales causas de los problemas en la política de Estados Unidos hacia América Latina no se encuentran en Pekín, Ciudad de México o Buenos Aires; los problemas son caseros. En este sentido, surge la pregunta de si este vacío de liderazgo de la potencia norteamericana en América Latina no debería usarse para objetivos más productivos, realistas y centrados en los retos del futuro, en lugar de reclamar la rehabilitación y reintegración internacional de regímenes dictatoriales desgastados.
Detlef Nolte es politólogo e investigador asociado del German Institute of Global and Area Studies -GIGA (Hamburgo, Alemania) y del German Council on Foreign Relations (DGAP). Fue director del Instituto de Estudios Latinoamericanos y vicepresidente del GIGA.
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