Las deudas de Amuay, por Santiago Boccanegra
La semana pasada se cumplieron tres años de la explosión en la refinería de Amuay, en Falcón. El evento ocurrido en 2012 reveló -como otros- las miserias de la clase gobernante, aferrada al poder, con la mentira como respuesta y con el ocultamiento como acción habitual. Son incontables los relatos que desde entonces se han dado por vecinos del sector sobre el intenso olor a gas que hubo previo a la llamarada.
Pero cuando llegó el momento de contar los muertos, el chavismo, con su candidato a la cabeza, prefirió acusar -de nuevo- a una conspiración, al sabotaje, al tercero. Allí Hugo Chávez no lloró, su frase fue “el show debe continuar”, porque el suyo era electoral. Luego de tres años nunca se supo la cifra real de muertos, más allá de la cantidad que informó el gobierno “oficialmente”; porque los lugareños saben lo que vieron: cuerpos calcinados, cadáveres acumulándose en hospitales y morgues.
Muerte. Tampoco se supieron nunca las causas verdaderas del incidente. Desde Miraflores sostuvieron la tesis del sabotaje, y Pdvsa no llevó la contraria, ni siquiera cuando una firma de riesgo internacional determinó que habían acumuladas muchas fallas de seguridad y procedimientos, un cóctel peligroso que podía tornarse en molotov, como ocurrió.
Este año, desde el Estado nadie se acordó de esos caídos, ni siquiera porque técnicamente esos trabajadores de Pdvsa que perecieron también son “sus” muertos, supuestamente perdidos en la batalla contra el golpismo saboteador sin escrúpulos y asesino.
Si tuvieran cómo mantener soberana patraña, cada año sería de homenajes, misas y horas de televisión dedicadas al asunto. Pero no. Esa historia no la quieren recordar, menos aún cuando las causas que pudieron haber ocasionado la tragedia, el descuido con el que se maneja la gallina de los huevos de oro negro, capaz siguen ahí.
Deja un comentario