Las distorsiones de la historia, por Fernando Luis Egaña
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La historia es un proceso complejo y dinámico. Por lo cual las distorsiones no son de extrañar. Pero las distorsiones graves, o aquellas que transmutan de manera notoria la comprensión de la historia, suelen deberse a matrices de opinión que se fundamentan en la mala fe, en el interés del poder, en la ignorancia y también en la comodidad.
La noción de que el sobreseimiento del presidente Caldera a Hugo Chávez en 1994, hace casi 30 años, es la causa de todos los males que Venezuela ha padecido y padece en el siglo XXI, es una de esas distorsiones graves que colaboran con el continuismo de la hegemonía despótica y depredadora, y que hacen más difícil que pueda ser superada.
Empecemos por la comodidad. Si Caldera es el culpable, todos los demás son inocentes. Así de sencillo y confortable. Todas las fuerzas políticas, económicas, sociales, que se acuerparon para llevar a Chávez al poder y para mantenerlo, son inocentes. Caldera se ha convertido en el «paganini» de todos los horrores.
La conciencia de quienes apoyaron a Chávez queda absuelta de culpa.
Sigamos con la ignorancia. Las rebeliones militares de 1992 fueron encaradas con la llamada política de pacificación militar, iniciada por el presidente Pérez, días después del 4-F, continuada por el presidente Velásquez y concluida con el presidente Caldera. De los más de 900 efectivos militares que fueron detenidos en las dos intentonas de 1992, sólo poco más de 40 seguían esperando los interminables juicios cuando Caldera llegó a Miraflores la segunda vez.
¿Dónde estaban los demás? Muchos en libertad porque habían sido sobreseídos por los gobiernos de Pérez y Velásquez. Y a otros tantos, no pocos, se les había permitido regresar a las Fuerzas Armadas. Todo ello ha sido documentado por historiadores ponderados. El conjunto del país no ha querido oírlos. Y la distorsión grave no ha hecho sino crecer ante las evidencias.
Se dice que Caldera ha debido inhabilitar políticamente a Chávez. Se dice fácil y la conseja convence. Pero pasa que la inhabilitación política sólo podía dictarla un tribunal competente, como pena accesoria a la principal. Para expresarlo en cristiano: ni el presidente Caldera ni ningún otro podían inhabilitar políticamente a nadie por su propia voluntad.
Además, el juicio a Chávez y a los pocos que seguían detenidos, era un laberinto que, según el clima de la opinión y de muchos ámbitos nacionales, podría haber terminado a favor de los intereses de Chávez, y a costa de prolongar aquélla megacrisis politico- militar. Se olvida, también, que los candidatos presidenciales en la campaña de 1993, salvo Caldera, habían ofrecido liberar a Chávez. Y se olvida, así mismo, que se preparaba un proyecto de Ley de Amnistía, para ser presentado en el nuevo Congreso, que incluso llegaría a permitir que Chávez y sus restantes compañeros pudieran reincorporarse a las Fuerzas Armadas.
El presidente Caldera hizo lo que podía y debía hacer. Cuando Chávez salió de prisión, muy pronto fue descendiendo en importancia. Seguía activo, pero sin conectar con la nación. En esos años, Venezuela no estuvo ayuna de inmensos problemas, pero el presidente Caldera logró una estabilidad política y militar que parecía imposible. Y respetando los derechos humanos, y con plena libertad de expresión.
En las vísperas del año electoral de 1998, Chávez salió de las catacumbas y optó por la estrategia electoral. Lo ayudó la decadencia de los partidos tradicionales, supongo que también el ojo experimentado de Fidel Castro, y el derrumbe de los precios del petróleo por motivo de la crisis asiática que luego se hizo global.
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Un buen amigo, Bernardo Mommer, experto petrolero y partidario de Chávez, escribió un libro importante: Estado nacional y petróleo global, prologado por Alí Rodríguez, en el cual señala que a comienzos de 1998, Irene Sáez estaba muy arriba en las encuestas, pero que a medida que fue cayendo el precio petrolero, la figura de Chávez fue ascendiendo en las mismas. Comparto su parecer.
En ese contexto, buena parte del país se fue arrimando a la candidatura de Chávez, además edulcorada como un vocero de la clase media, sin nada de ideologías dictatoriales. Lo que pasó después ya se sabe de sobra y no es tema de estas breves líneas.
Pero no puedo terminarlas sin la cuestión de la mala fe. Conozco a mucha gente con más o menos influencia, que conoce bien lo antes referido. En privado pueden aceptar estos hechos, pero en público no. Quizás quieren seguir la corriente y no enfrentar las cosas. Quizás tienen intereses enclavados en la destrucción histórica del presidente Caldera. Quizás la verdad los interpela y denuncia, y quieren evadirse de su responsabilidad. Todo eso es mala fe.
Es necesario enderezar las distorsiones graves de la historia. Sobrevivir en la falsedad es algo muy peligroso. La hegemonía despótica y depredadora que asola a Venezuela lo sabe muy bien y lo aprovecha.
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