Las embajadas de Guaidó, por Juan Carlos Sainz-Borgo
La crisis que atraviesa Venezuela ha rebasado los límites conocidos en el continente en las más diversas áreas, por decir la inflación, el número de homicidios o la dificultad en construir el consenso necesario para salir de ella.
Los hechos van sucediendo o más bien, encadenándose, mientras los que opinan en las redes sociales van reportando; entretanto los analistas y académicos intentan más atrás dar algún orden, estructura o ilación que permita explicar lo sucedido y de alguna manera predecir el futuro. Por ejemplo, el reconocido teórico español José Antonio Sanahuja publicaba esta semana un gráfico que ayuda a colocar a los diversos actores en la crisis venezolana, según las diversas escuelas de las relaciones internacionales.
Un área donde lo que sucede está llevando a los limites la teoría es el caso de los embajadores designados por el presidente encargado Juan Guaidó. Hasta la fecha, la presidencia de la Asamblea Nacional ha designado en funciones diplomáticas un grupo de reconocidos hombres y mujeres de Venezuela con la mejor vocación de servicio, que se enfrentan con un gran muro de realidad, llamada la diplomacia, el derecho diplomático y consular. Veamos algunos ejemplos.
El no reconocimiento de las elecciones de mayo de 2018 que le dieron la victoria a Nicolás Maduro ha representado un deslave diplomático. Primero fue la presión política, luego la diplomática y al final la ruptura de las relaciones con el “gobierno madurista”, pero no con el estado. De tal forma, los gobiernos sucesivamente fueron consultados sobre la posibilidad de recibir a personas, que pudieran representar la ruptura del apoyo político que representa el reconocimiento del presidente de la república. Y aceptaron.
Uno a uno fueron designados y sucesivamente apareciendo en los medios de comunicación. Quizás el primero fue Carlos Vecchio ante el Gobierno de Donald Trump y así sucesivamente. Cada país fue acogiéndolos según su especial relación, de acuerdo con su protocolo nacional y en especial a los tiempos políticos locales. En Costa Rica, por coincidencia del saludo al cuerpo diplomático, la embajadora María Faría fue recibida por el presidente Carlos Alvarado un par de horas antes del saludo oficial de todo el cuerpo diplomático. Otras, como el caso de Elisa Trota en Argentina, fue recibida de manera informal por el presidente Mauricio Macri, en el medio del verano porteño. En Colombia, a Humberto Calderón Berti le fue ofrecido un homenaje en la Casa de Nariño.
Todas estas decisiones han tenido dos elementos comunes: el primero, mostrar un rechazo a la presidencia de Maduro y la segunda, la sujeción a las formas diplomáticas, como cada país las entiende. Por ejemplo, en Estados Unidos, se le otorgó la denominación de ministro encargado de negocios, según la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas, ministro encargado, evitando así todo el obligatorio protocolo, en otros casos se hizo de forma abreviada. En otros países fue diferente.
Y es que el caso del reconocimiento de un gobierno, no está tan regulado en el derecho internacional como el caso del reconocimiento de los estados. De esta forma, cada día estamos descubriendo nuevos desafíos diplomáticos con respuestas muy complejas. Voy a comentar las dos más relevantes a mi juicio: los órganos multilaterales y los servicios consulares.
En el primer caso, las reglas para la acreditación de los embajadores en los organismos multilaterales han sido interpretadas de formas diversas. En el caso de la OEA, el señor Almagro le indicó al representante de Maduro, que ya no era bien recibido, aprovechando una decisión del Consejo Permanente de la organización. Rápidamente, fue designado Humberto Tarre Briceño. En el caso de la ONU, ha señalado que no tienen capacidad para aceptar o rechazar embajadores, asimilando la figura del reconocimiento de estado a la del reconocimiento de gobiernos. Este tema producirá ríos de tinta para los académicos en el futuro.
En el segundo caso, sobre la asistencia consular, el tema aún no termina y está generando tensiones en diversas partes del mundo. La formula parecía simple: si se reconoce al nuevo gobierno, este designa a un nuevo embajador, que convence a las autoridades de segundo nivel anteriormente acreditadas para que colaboren en la transición. De esta forma, todas las actividades consulares seguirían sin novedad, registros, antecedentes y alguno llegó a pensar que hasta se entregarían pasaportes y cédulas. Sin embargo, esto no ocurrió así en todas partes. En muchos consulados los funcionarios anteriormente designados no colaboraron, o simplemente se fueron, dejando las oficinas cerradas o no operativas.
A la fecha, la situación no parece tener un destino claro. La autoridad ejecutiva con competencia en materia de identificación, el Saime, no le reporta al presidente interino para los temas de su competencia. En el caso de los tramites consulares, los funcionarios designados podrían expedir los documentos. Pero, ¿Qué sucede en el caso de las oficinas consulares que no reconocieron el gobierno de Guaidó y siguen expidiendo documentos en un estado que no reconoce su autoridad? Sin duda, un gran tema de estudio, pero con un impacto real en la vida de muchos compatriotas en el exterior.
La medida del reconocimiento diplomático fue concebida como una medida de presión político-diplomática, con una duración más bien de corto plazo. Pero con el paso del tiempo, el status quo parece avanzar y los problemas prácticos irán apareciendo y creciendo. Todo será cuestión de tiempo.
Los capítulos de los manuales de derecho internacional, reportaran estos temas en el futuro. Sin duda.