Las furias de la indolencia, por Adriana Morán
Lo que empezó en un lugar muy lejano a nuestro trópico se fue extendiendo, y un día amanecimos de pandemia. Nos dijeron que teníamos que retirarnos el saludo, cubrir nuestras bocas, encerrarnos en nuestras casas y mirar al mundo de reojo para ver como hasta los países más fuertes estaban sucumbiendo ante los estragos de una micropartícula que viajaba y se multiplicaba para ponerlo de cabeza.
Conscientes de que nuestra precaria situación nos llevaba a un estado de indefensión muy superior al de cualquiera de esos países que veían colapsar sus sistemas de salud y sus economías ante el avance del virus, muchos creímos que el impulso de sobrevivir, la responsabilidad de salvar a los venezolanos de esa terrible amenaza que venía a sumarse a las que ya teníamos, haría que las reglas del juego cambiaran.
Que se depondría la actitud de guerra. Que la mirada piadosa de quienes gobiernan desde Miraflores y de quienes pretenden gobernar se volcaría sobre el país a oscuras, de gente mal alimentada y de hospitales destruidos para buscar el acuerdo y la forma de salvarnos.
Pero para nuestro asombro, y cuando aún no terminábamos de ajustarnos las mascarillas, la misma propuesta rechazada en la lejana Oslo para que Maduro se apartara del poder volvió a ponerse sobre la mesa esta vez acompañada de una recompensa millonaria por su cabeza. Como si ya no se hubiera alimentado bastante la confrontación, le dieron a Maduro, la posibilidad de enfrentar al mismo tiempo a un enemigo invisible y al otro ya conocido y un discurso para justificar las carencias, aumentar la represión y devolver la amenaza en forma de “furia bolivariana».
Nadie espera que alguien renuncie a su posición política, o que por obra de la tragedia se convierta en el otro.
Pero sí hubiéramos esperado que en lugar de más amenazas, de más presos y perseguidos políticos, de más censura, de más barcos inútilmente estacionados en el mar Caribe, hubiera prevalecido en quienes de ambos lados se llaman líderes, el rasgo de humanidad sin el que nadie puede dirigir gente.
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Que hubieran puesto la existencia de todos por encima de sus diferencias e intereses. Que les hubiéramos importado un poco más los venezolanos que asustados sabemos, que en medio de esta ya larga pugna, de esta exhibición interminable de furias, no podremos enfrentar al que sin que podamos verlo, nos acecha.