Las inaceptables milicias del PSUV, por Gregorio Salazar
@goyosalazar
Para este miércoles 13 de abril el régimen prepara la gran apoteosis de la Milicia Bolivariana, ese otro brazo armado del proyecto revolucionario al que no le ha resultado suficiente copar las Fuerzas Armadas Nacionales, dividirlas, purgarlas, politizarlas y degradarlas hasta ponerlas al servicio de un plan político de forzada perpetuidad en el poder y por tanto, entre otras muchas razones, contrario a la letra y espíritu de la Constitución.
A pesar de tener los cuatro componentes militares tradicionales en el puño y también el control férreo de los cuerpos de seguridad y de inteligencia, la policía nacional, la mayoría de las municipales y los anarquizados círculos bolivarianos los jefes de la revolución no se sentían seguros. Necesitaban más, mucha más gente Kalashnikov en mano y granadas al cinto, dispuesta a morir por el caudillo y el proyecto. Recuérdese bien: “Esta revolución es pacífica, pero armada”, una amenaza ni tan velada, pero sí absolutamente inconcebible en una democracia.
Lo primordial para Chávez era monopolizar todo el poder de fuego de la república, las fuerzas regulares y las que, como la milicia, creó violentando la institucionalidad para darle luego fachada legal a troche y moche. Y así vimos a ministros, diputados y miembros de los poderes estatales y municipales que se forraron de uniforme kaki, se calaron su sombrero a lo ranger y asumieron rangos militares.
El sábado pasado fueron traídos a Caracas desde todos los estados del país y acuartelados para hacer ejercicios y ensayar un desfile los efectivos, hombres y mujeres de diversas edades y condiciones físicas, de este injustificable cuerpo que curiosamente ha tenido como una de las principales canteras de reclutamiento la organización creada para la distribución de las cajas, ahora bolsas, del CLAP. Una red civil surgida de un plan social (para el control social) y que termina engullida por la obsesión militarista y la visión guerrerista del poder. Habrá, por supuesto, marcha, ascensos y condecoraciones.
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A 20 años del golpe, una de las intenciones del “magno” evento que presenciaremos este 13 de abril queda muy clara. Y es aparejar aquel regreso de Chávez a Miraflores al protagonismo del pueblo, cuya presencia efectivamente la hubo en la calle, pero no en dimensiones que en modo alguno pudiera haber resultado decisiva. Todo quedó entre militares, los que burlaron el sentido cívico y pacífico de la multitudinaria manifestación del 11-A, violaron la Constitución y dieron golpe y sus colegas que la hicieron valer para luego traicionarla también de manera atroz y permanente.
No sabemos si los pasos que recientemente ha dado Maduro tratando de ampliar los espacios de diálogo con nuevos sectores de la sociedad civil, entrando en tratativas comerciales con los Estados Unidos, desandando los peores pasos del modelo económico que arruinó al país abrirá un camino para el regreso a la democracia, un modo de convivencia con plena vigencia del Estado de Derecho y donde el PSUV busque semejarse a partidos de la izquierda latinoamericana, respetuosos de las dinámicas de toda nación civilizada, donde hoy se puede ser gobierno y mañana oposición y viceversa.
No lo sabemos, repetimos, pero apostaríamos a ello, a que estuviéramos caminando una ruta más auspiciosa en materia de todos los derechos humanos, aunque todavía eso se visualice como un largo recorrido lleno de obstáculos de las más variada naturaleza y dificultades, nacionales y por supuesto foráneas. En una vuelta a la democracia las milicias, brazo armado con imbricación en el partido y en el gobierno, parte de una visión militarista y perpetuadora del poder, simplemente no tienen cabida, no son aceptable, no pueden existir, no las puede permitir un gobierno de otro signo.
Sería mejor que el régimen se ahorrara el mensaje que pretende enviar al resto de los venezolanos con la exhibición de las milicias este 13 de abril, y mucho mejor, que se ahorrara de una vez la existencia de un cuerpo irregular que nunca debió existir.