Las langostas invaden a Duaca en 1913, por Alexander Cambero

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Llegaron como nubes sobre el valle duaqueño. Aquel fatídico 15 de abril de 1913, la tranquilidad habitual del poblado entró en un extraño sopor. Un impresionante enjambre de langostas cubrió todo el territorio hasta volverse una verdadera amenaza. No era la octava maldición bíblica enviada por Dios a Egipto para forzar al faraón a dejar ir a los hijos de Israel. El capítulo diez del Éxodo describe cómo los insectos cubrieron la tierra hasta devorar toda la vegetación que quedó después del granizo.
En Duaca hicieron lo mismo en pequeña escala. Exactamente, a la una de la tarde fueron llegando en grandes cantidades hasta convertir cada refugio de la población en su guarida. Con gran voracidad fueron arrasando con absolutamente todo. Los sembradíos quedaron inutilizados hasta el punto de llevar a la ruina a muchos hacendados y pequeños productores del campo que vieron esfumarse sus sueños de prosperidad. Igualmente, la vida cotidiana de la perla del norte cambió radicalmente.
Se suspendieron las clases debido a la invasión de los insectos que impedían el libre desenvolvimiento de las actividades escolares. Los horarios del ferrocarril Bolívar fueron momentáneamente retrasados, ya que las langostas se colocaban en los durmientes, trayendo consigo el riesgo de algún accidente. El comercio se cerró, ya que las molestias eran múltiples. Toda la cotidianidad abruptamente se comprimía por la respuesta de estas sorpresivas cigarras que crecían en cantidad cada día.
La situación empeoró cuando la comida comenzó a escasear. La gente más pobre comía vástago de cambur sancochado con sal y pimienta. La carne de ovejo y chivo proveniente de Quibor fue una opción importante para los más pudientes. Las complicaciones se multiplicaron con el correr de las semanas.
Unas de las medidas que se implementaron fue la de abrir zanjas para quemar las langostas durante las noches. Un grupo de hombres utilizando antorchas iba a los distintos sitios para destruirlas. El problema estaba en que la cantidad de los insectos no bajaba. La gente fue perdiendo la tranquilidad hasta el punto de comenzar a desesperarse. La tradicional calma pueblerina era sacudida por un elemento exógeno totalmente sorpresivo.
El miedo fue apoderándose de una sociedad no acostumbrada a vivir con sobresaltos. La mayoría fue aferrándose a la fe. Otros sucumbieron ante el escepticismo. Esa lucha entre dos visiones complicaba mucho más las cosas. La parálisis social fue inmovilizando a una comunidad en la búsqueda de respuestas efectivas.
Las bodegas fueron quedando vacías. Al no contar con los productos del campo. Al igual que aquellos comestibles que llegaban de otros pueblos de Lara, al estar suspendido el ferrocarril Bolívar, hacía mucho más difícil la situación. el servicio de salud también sufrió la acción de las langostas. Las cinco camas y dos camillas estaban llenas de los insectos al igual que todo el recinto. Atender a los enfermos se hizo cuesta arriba. Con gran ahínco tres médicos y dos enfermeras luchaban por cumplir con su apostolado en el centro de salud.
Las esperanzas parecían claudicar ante una realidad que atemorizaba. Cuando las respuestas fueron desarrollando el infortunio como malévola realidad, la resistencia apeló a la fe. Un pueblo creyente confió ciegamente en Dios. Depositó su confianza en aquel que mora en los cielos. Se vivieron instantes de verdadera angustia. Horas terribles. El hambre revoloteando en los estómagos vacíos. La angustia dibujada en insectos devoradores de los sembradíos.
Cuando todo parecía más complicado la fe se materializó en forma de pájaro. De repente unas inmensas bandadas de aves llegaron para comerse a las langostas. Unos toldos negros de pico curvilíneo y veloz vuelo fueron reduciendo significativamente a los insectos. En cuatro días ya no quedaban cigarras. Los últimos vestigios huyeron llevándose también a sus cazadores.
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Toda una muestra en escena que devolvió la tranquilidad a Duaca. En pocos años el poblado experimentó hechos que marcaron sus creencias populares. La supuesta maldición de un sacerdote a toda la comunidad. La leyenda de una serpiente de dieciocho kilómetros que tenía la cabeza en el altozano de la iglesia y su cola en el caserío Tumaque. La creencia que el cometa Halley destruiría al mundo si la cola tocaba la tierra. El suicidio del presbítero Carlos Zubillaga quien se lanzó del campanario creyendo que lo perseguía un tigre. Todos estos elementos alimentaron durante décadas los cuentos de las abuelas en las noches sin luz.
Alexander Cambero es periodista, locutor, presentador, poeta y escritor.
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