Las migraciones y las crisis, por Marta de la Vega

Una de las situaciones más difíciles en la vida social de los pueblos, en muchos lugares del planeta, ha sido el desplazamiento, voluntario o forzado por distintas circunstancias, de quienes emigran hacia nuevos destinos. Presente desde el inicio de la humanidad, las primeras migraciones se producen desde la hoy llamada África hacia todos los continentes, en especial el europeo.
El hambre, el desempleo, las guerras, las persecuciones políticas, étnicas y religiosas, han incitado estos éxodos. No es fácil erradicar este fenómeno, porque no hay situación óptima para muchos en ningún lugar. Sobre todo, son muy dolorosos e indeseables los efectos que provoca entre la población nativa del país receptor, que se traduce en rechazo, minusvaloración del forastero, xenofobia y violencia.
Muchas son las razones del recelo hacia quienes llegan a un lugar para asentarse; ya sea por los estereotipos acerca de las intenciones de los recién llegados, que son interpretadas con miedo como amenazas para el lugareño, ya sea por las condiciones económicas en el país de acogida, que despiertan la desconfianza e incluso el rechazo por el riesgo de una feroz competencia por los recursos y el acaparamiento de los trabajos disponibles en detrimento de la población nacida en el sitio.
Esta situación de recelo llega incluso hasta la xenofobia explícita y ha sido recurrente en Occidente. En el reino que es hoy España, en cambio, la expulsión de moros y judíos no fue lo que pinta la «leyenda negra»; fue vista como un signo de «modernidad» con la felicitación incluso de las autoridades de la Universidad de París y fue una de las políticas sistemáticas de los Reyes Católicos Fernando e Isabel en 1492 mediante el edicto de Granada, para unificar el reino.
En el siglo XVII, entre 1609 y 1614, Felipe II ordenó la expulsión de los moriscos, descendientes de musulmanes convertidos al cristianismo. La rebelión de Las Alpujarras convenció al monarca de que la conversión forzosa era ineficaz, aunado al hecho de la persistencia de prácticas religiosas no cristianas que ponían en peligro la estabilidad del Imperio.
Desde el siglo XII, en los reinos de Francia e Inglaterra hubo varias ráfagas de deportaciones. Como precisa César Cervera en «ABC Historia», el Rey Felipe Augusto de Francia ordenó la confiscación de bienes y la expulsión de la población hebrea de su reino en 1182. La primera expulsión realmente masiva la dictó Eduardo I de Inglaterra en 1290. En España, el edicto de Granada del 31 de marzo del año del descubrimiento del «Nuevo Mundo», establecía que los judíos tenían un plazo de cuatro meses para abandonar el país o convertirse al cristianismo.
Cervera apunta que, como en el resto de países de Europa, la medida perseguía en último término unificar todo el reino bajo una misma religión, en un tiempo en el que política y credo eran la misma cosa. Fue muy interesante la dimensión humanitaria y de defensa de los derechos humanos que tomó en Inglaterra el ataque contra la población de origen extranjero por parte de los naturales del reino.
En la Biblioteca Británica de Londres una exposición de papeles manuscritos e impresos muestra parte de los tesoros de su colección. Entre ellos, está el célebre discurso de Tomás Moro a raíz de la revuelta de 1517 contra los extranjeros. Hubo dos destacadas revueltas contra los inmigrantes en el siglo XVI. La primera fue esta, contra artesanos franceses y flamencos, que Sir Thomas More buscó aplacar.
More fue el sacerdote, abogado, estadista y lord canciller, que describió cómo «las ovejas se comen a los hombres» al referirse a los cercamientos de tierras que eran de uso comunal, lo cual despojó a campesinos y labriegos de las tierras que, aunque no fueran suyas, antes podían cultivar.
Fue consejero del rey Enrique VIII y después prisionero en la Torre de Londres donde fue ejecutado en 1535 por haberse opuesto a la ruptura de la iglesia de Inglaterra con la iglesia católica de Roma y a la anulación del matrimonio del monarca con Catalina de Aragón.
Sub-sheriff de la ciudad de Londres, su discurso, recogido junto con el relato de este episodio conocido como el «Evil May Day» (el maligno día de mayo) en una pieza teatral escrita al parecer por William Shakespeare, fue un intento fallido para ayudar a sofocar los disturbios cuando se enfrentó a la turba londinense enfurecida en contra de los trabajadores extranjeros.
Tomás Moro los critica por su «montañosa inhumanidad» y les implora que «se imaginen como extraños en una tierra extranjera». En realidad, fue un precedente para hoy, 2025, y una temprana defensa del derecho de la gente a emigrar de sus tierras originarias. Los disturbios fueron reprimidos por la fuerza militar y los cabecillas fueron ahorcados y descuartizados.
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La segunda fue la Rebelión de Wyatt en 1554. En general, mercaderes, comerciantes, artesanos y sirvientes fueron bienvenidos por sus destrezas y experiencia, pero también enfrentaron los prejuicios y la discriminación especialmente durante los tiempos de dificultades económicas e inestabilidad política.
En la actual época de globalización, las organizaciones internacionales como la OIT, o la OMC, por ejemplo, deberían estimular políticas públicas supranacionales mediante tratados entre los Estados miembros para organizar el éxodo y proteger a quienes se ven obligados a dejar su propia tierra.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora Titular en la USB y en la UCAB
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