Las ocurrencias del poder, por Tulio Ramírez
El ejercicio del poder puede conducir a errores. Total, es una actividad humana como cualquier otra, por ello no está exenta de decisiones equivocadas, metidas de pata o “errores de cálculo” como les gusta decir a mis amigos politólogos cuando hacen diagnosticos sobre decisiones gubernamentales.
Equivocarse como gobernante no está ligado solo a la falta de experiencia, Títulos académicos o asesoramiento. Por supuesto, la probabilidad de cometer errores se reduce considerablemente si hay experiencia, estudios y políticos con kilometraje que asesoren. Sin embargo, la presencia de ellos tampoco garantiza inmunidad absoluta.
Un factor que sí minimiza las decisiones equivocadas, son los contrapesos. Por ello, en democracia los gobernantes suelen ser más cuidadosos. Estar bajo el escrutinio permanente del resto de los poderes, los medios de comunicación, las organizaciones no gubernamentales y la opinión pública, extreman la prudencia. No así sucede cuando el poder se ejerce de manera omnímoda. Los caprichos del Supremo, se convierten en Ley, “salga sapo o salga rana”. Y, por supuesto, si sale algún sapo o alguna rana, van presos.
La Historia nos informa sobre muchas decisiones que se saltaron la racionalidad y el sentido común. Algunas de ellas han sido risibles por absurdas, pero otras fueron nefastas para los gobernados.
Por ejemplo, el caso del Emperador romano Calígula es emblemático. Durante su breve mandato cometió un sinnúmero de arbitrariedades y abusos contra su pueblo. Una de ellas fue la exigencia a los senadores a que lo adoraran como a un dios. Así, valiéndose de la condición de Ser Divino, tomaba como tributo a las esposas de los parlamentarios como concubinas. Calígula “El Dios Gozón”, le dirían hoy día.
Otro caso es el Decreto de Ne Win, quien gobernó a Birmania entre 1962 y 1981. Como era extremadamente supersticioso y deseaba llegar a los 90 años, ordenó que solo las monedas y billetes que fuesen divisores de 90, como las de 15, 30 y 45 Kyat, fueran las únicas validas en el país. Esto ocasionó la ruina de muchos birmaneses que acumulaban monedas de diferente valor. Si bien no le quitó ceros a la moneda, el efecto fue el mismo.
Para 2005, en Biritiba Mirim, un pueblo de 28.000 habitantes a 70 kilómetros de Sao Paulo, el alcalde Roberto Pereira da Silva envió a los concejales una ley que prohibía a sus ciudadanos, morirse en la ciudad. Los concejales pensaron en inhabilitarlo porque se le corrió una teja, pero resulta que no estaba tan tocado. Su idea era llamar la atención a las autoridades federales sobre la saturación del cementerio. Ni tan loco el burgomaestre.
También viene a cuento una del Partido Comunista Chino. Revisando mis recortes de periódicos ya amarillentos (sí amigo lector, en Venezuela se podía recortar el periódico porque eran impresos en papel), consigo que en 2011, el gobierno comunista mediante un acto administrativo con carácter de ley, prohibió la reencarnación del Dalai Lama. La verdad no se quien alucinaba más, si el que creía en la reencarnación o el que la prohibía.
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En marzo de 2014, Pierre Nkurunziza, uno de los tantos dictadores que tuvo Burundi, prohibió la práctica del running o trote recreativo. Pensaba que sus opositores salían a correr no para ejercitarse, sino para protestar. Su miedo lo llevó a encarcelar a miembros del Movimiento Solidaridad y Democracia por organizar carreras y maratones. Sospechaba que se trataba de actividades subversivas y terroristas. La paranoia y el miedo son rasgos comunes de los dictadores en todas partes del mundo.
Otros mandatarios se han atrevido a regular áreas que son de la estricta esfera individual. Por ejemplo, hacer de la felicidad un asunto de Estado, con su burocracia, su viceministerio y presupuesto, es asumir que absolutamente todo puede ser objeto de control por parte del poder. Pretender que la felicidad del pueblo se podía planificar y gerenciar desde oficinas ministeriales es más que una traviesa ocurrencia, megalomanía.
El ejemplo más reciente del ejercicio “creativo” del poder es el del adelanto de la navidad. Decretar sin argumento alguno que se adelante para el mes de octubre una fiesta que en todo el mundo cristiano es celebrada durante el mes de diciembre, no parece tener una explicación que vaya más allá de una medida pintoresca.
Sin embargo, para el venezolano común tan extraño acto de gobierno tiene una sola explicación, estirar la carpa del circo hasta donde sea posible, para que todos pasemos la página electoral a punta de gaitas y triquitraquis. ¿Lo lograrán?
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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