Las tinieblas de Maracaibo, por Marco Negrón
Maracaibo, la tierra del sol amada, no es sólo la segunda ciudad más grande de Venezuela: ella es, además, la cabeza de una de sus regiones más productivas. Fue allí donde, a comienzos del siglo pasado, se descubrieron los primeros yacimientos petroleros que permitieron acumular la riqueza suficiente para que el país avanzara hacia la modernidad y se convirtiera en uno de los más urbanizados de América; pero ella es también una de las principales provincias agrícolas y ganaderas de la nación.
Antes, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, Venezuela se había posicionado como uno de los mayores y más reputados productores y exportadores de café del mundo. La estratégica localización de Maracaibo respecto a los Andes, la más importante región cafetalera, le permitió, en un territorio que no tenía condiciones para desarrollar ese cultivo, convertirse en su puerto de salida hacia los mercados internacionales. Esa condición sentó las bases de una activa burguesía comercial que impulsó su economía y modernización; para muestra un botón: en 1888 fue la primera ciudad venezolana y una de las primeras de Suramérica en contar con servicio eléctrico.
Además, su importancia como provincia petrolera le ha permitido ocupar un lugar preminente en la historia del movimiento obrero: en febrero de 1936 se creó en ella el primer sindicato petrolero y en noviembre del mismo año, con epicentro en Lagunillas, estalló la llamada gran huelga petrolera, hecho histórico que, en un país predominantemente rural con menos de 3,5 millones de habitantes, incorporó un estimado de más de 20.000 trabajadores.
Con la inauguración en agosto de 1962 del puente sobre el Lago se materializó la integración física de la metrópoli occidental con el resto de la nación, dándole un impulso adicional a su ya notable dinámica económica y cultural
Tierra de calores extremos, los maracaiberos han sabido hacer de esa característica, si no propiamente una virtud, sí un signo de identidad que exhiben con orgullo: en pleno siglo XIX Rafael María Baralt la llamó “Tierra del Sol amada” y ya en la segunda mitad del XX vio nacer “40 Grados a la Sombra”, uno de los grupos de vanguardia de mayor impacto en el país de entonces.
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En 2007 la Fundación para la Cultura Urbana le rindió homenaje con el magnífico libro Maracaibo Cenital, un espectacular despliegue de fotos de Nicola Rocco desde el helicóptero, apoyadas en una serie de ensayos sobre la ciudad, su gente, sus paisajes y sus potencialidades.
En su ignorancia e insensatez, el llamado Socialismo del siglo XXI ha hecho caso omiso de esa historia, alentando la demolición progresiva de la ciudad y de su espíritu. En octubre de 2017, en un acto tan infame como ilegal, el opositor Juan Pablo Guanipa fue despojado del cargo de Gobernador, ganado limpiamente apenas unos días antes, por negarse a asistir a una pretendida juramentación, no prevista en ninguna norma, ante la ilegítima “asamblea nacional constituyente”.
Ese abominable atropello a la voluntad popular no fue sino la antesala de lo que vendría a partir de entonces: desde esa fecha la ciudad y gran parte del estado han sido sometidos a prolongados apagones eléctricos todos los meses y a la aplicación de racionamientos desordenados que pueden durar hasta 12 horas
El pasado 7 de marzo ocurrió el mayor apagón de la historia de Venezuela, que, con interrupciones, duró prácticamente un mes. Hasta ahora el régimen no ha logrado estabilizar la situación, consecuencia de una prolongada mezcla de ignorancia, irresponsabilidad y corrupción; pero, además, para mantener alguna señal de vida en la capital, se desvía hacia ella gran parte del disminuido flujo eléctrico de que se dispone en perjuicio, sobre todo, del Occidente del país.
Maracaibo ha sido sometida a un infame castigo como ninguna ciudad no azotada por una guerra. Pero ella renacerá en una nueva Venezuela, desplegando todo el talento y calor humano de su gente, golpeada y ofendida pero no humillada en el duro paso por las tinieblas