Las vacunas llegaron ya, por Fernando Rodríguez
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Hay actos que son altamente significativos moralmente, a pesar de que su cuantía no sea gigantesca, si lo comparamos con guerras o masivas represiones contra los derechos humanos.
Si usted viola sexualmente un menor o golpea bestialmente a un anciano o, simplemente, burla un gentío y se colea a lo macho porque usted es rudo y pesado políticamente o le quita una coima a un humilde chofer porque tiene su pistola de guardia nacional al cinto, usted es una plasta. Si además lo pregona a voz en cuello todavía peor.
Baste consultar algunas noticias de prensa que suelen relatar estas y parecidas causales para que usted se avergüence de la especie a la cual pertenece. A veces más que aquellas informaciones que registran víctimas en grandes números en conflictos humanos y tragedias naturales.
Todo el mundo ha leído los escándalos que han suscitado en varios países el uso del poder para ponerse la vacuna contra el coronavirus con ventajismo, aun a escondidas. Hasta ha habido renuncias inmediatas de altos funcionarios sorprendidos en esa vileza que enerva a la opinión.
Sobre todo el caso del Perú, donde una sarta considerables de políticos inmorales, incluyendo al expresidente Vizcarra —que hasta lagrimoso perdón pidió en televisión— y dos ministros activos renunciaron porque evidenciaron su naturaleza perversa. Usaron el poder para burlar a sus conciudadanos ansiosos por volver a su vida normal; en muchos casos simplemente para poder comer o comprarle del medicamento al hijo, recuperando las míseras entradas de su trabajo informal que el encerramiento malogra. Bueno, no hay que abundar en lo obvio.
Para medir la catadura moral de la tiranía en que vivimos no hay sino que observar la lista preferencial de las vacunas rusas llegadas al país, uno de los últimos de subcontinente en recibir alguna.
Además, son apenas 100 mil para vacunar a 50 mil. Una miseria, pero bueno, somos míseros. Pero lo que sí no tiene nombre es la lista de preferencia establecida por la banda que comanda nuestro destino nacional.
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Por supuesto, los primeros son el personal médico, como en todo el mundo. Aquí con más razones porque éstos trabajan en las más deleznables condiciones sanitarias. Tanto, que somos los primeros proporcionalmente en médicos muertos por covid en el planeta, como corresponde a nuestro liderazgo en cualquier desventura humana. Pero, luego, ¡oh sorpresa!, no vienen los ancianos, que son en un 80 y tanto por ciento los que mueren y que en todas partes tienen el primero o segundo lugar en la lista de vacunables.
No, primero que los ancianos están unos colectivos que supuestamente hacen trabajo social en casas que nadie sabe quiénes son, seguramente sicarios o militantes de la tiranía; policías y militares que cuidan la ciudad y tantas veces se aprovechan de los aislados conductores que les falta el papel del seguro contra tercero o el certificado médico se les venció y que cada vez tienen menos que hacer en ciudades encerradas a cada rato, ¡hasta la delincuencia ha bajado!, según el Observatorio sobre la Violencia, de lo poco serio y honorable que queda en el país.
Y por último, créalo, ha salido beneficiada esa manada de buenos para nada que son los diputados de la Asamblea, que han sido electos en las más sucias y minoritarias elecciones de las 25 que ha celebrado el chavismo.
Ni siquiera pregunté por qué. Y además lo ha dicho con todas sus letras el mismísimo Maduro sin pestañear siquiera. Vacunarse primero y luego la moral.
Una autoridad indiscutible como José Félix Oletta, eminente epidemiólogo, lo ha dicho con todas sus letras: “Con ese cargamento apenas se cubre el 10% del personal médico que actualmente, de acuerdo con la Academia Nacional de Medicina, alcanza las 300 mil personas en la parte pública y 200 mil en la privada.
Oletta aseguró que no puede haber grupos privilegiados por razones políticas al momento de vacunas, pues considera que «desde ese momento usted genera discriminación de la población».
El orden de prioridades debe sujetarse a los principios de salud pública. De allí que Oletta considere que “la condición de diputado no es un criterio” para entrar en los primeros grupos de población a recibir el antídoto”.
Por ahora, entonces una miseria distribuida con criterios mafiosos, en la cola del género humano. Como ya es costumbre.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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