Las vacunas y el humanismo, por Fernando Rodríguez
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Algunas almas cándidas —buenistas se dice ahora— predicaron que las vacunas se aplicarían democráticamente a la humanidad entera, producto de las enseñanzas éticas de la pandemia, que nos demostró que en el fondo todos somos algo así como una gran familia, que ante el peligro gigantesco y cruel olvidaríamos las pérfidas lecciones del capitalismo liberal, que yo soy yo y tú eres tú.
Muy temprano empezaron a demostrarse las fallas de este candoroso razonamiento en el que ciencia y humanismo, orígenes de la modernidad, se unirían para vencer a los minúsculos y diabólicos enemigos. No quería dejar de notar que a los dioses —son únicos y varios— se les dio poco lugar en esta batalla por el saneamiento de la especie, siendo todopoderosos, dicen; y más bien se sacralizó, quizás en exceso, a la ciencia que es falible, como todo conocedor sabe. Tema para tesis de Doctorado en Filosofía.
Pero lo más grave es que también el pensamiento ilustrado comienza a demostrar su anémica condición en este mundo de individualismos e inequidades. La vacuna es un estupendo test para medirlo.
En un artículo The New York Times se da una visión bastante ácida de la cuestión. Covax, creado por la OMS para los países desvalidos, tiene entre otros fines “permitir a los países pobres comprar vacuna a precios asequibles, choca con la realidad que la producción está limitada y controlada por empresas con fines de lucro que tienen que rendir cuentas a sus accionistas”.
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En el mejor de los casos, Covax ha adquirido 2 000 millones de dosis de las vacunas, la mayoría no aprobadas todavía, que solo servirían para inmunizar una quinta parte de la población de los países que debe atender y ello a fines del 2021. Muchos lo harían con el porcentaje necesario en 2024. Suena espantoso, ¿no? Todavía más si agregamos la demolición económica que indefectiblemente traerá para esos países, ya pobres, no pocos hambrientos.
Un ejemplillo ejemplar: Venezuela reducirá su PIB en 30% en el 2020, a diferencia del resto de los países latinoamericanos que lo harán con variables de dos tercios menos.
Pero, además de la voracidad inherente al capitalismo que ni los millones de cadáveres amilana, hay luchas políticas. Nada menos que Borrell, canciller de la Europa unida, ha denunciado urbi et orbi que los ataques mediáticos —bulos, chismes, chistes, desinformación— en contra de las vacunas a cargo de los gobiernos totalitarios —Rusia y China a la cabeza y el Estado Islámico que aun sobrevive— sin duda deterioran la pedagogía necesaria de las campañas sanitarias de vacunación. Una de estas joyas llega a decir que las mentadas vacunas pueden convertir al hombre en mono.
Lo que digo es subjetivo, y hasta caprichoso, pero en estas lides veo a la cabeza a Putin, el envenenador.
Ya había dicho el domingo pasado que, según Maduro, nosotros comenzaríamos a inmunizarnos con la controversial vacuna rusa en el mes de abril y que, de aquí a allá, muchos de nuestros verdaderos científicos —y no troperos— anuncian una temible tempestad viral. Pero, quisiera agregar que eso de que comenzamos en abril con un gobierno obtuso, torpe, amigo de la represión y enemigo de la ciencia, fatal administrativamente y corrupto como pocos en la historia, sin una mínima plataforma sanitaria; es solo una manera de decir, porque es muy probable que la realidad sea muy otra, y en mucho tiempo no podamos disfrutar del abrazo, el arte colectivo o un buen pabellón con una cervecita en la taguara de la esquina. Y se multiplicarán los cadáveres y las lágrimas en un país sin brújula.
Fernando Rodríguez es Filósofo y fue Director de la Escuela de Filosofía de la UCV.
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