Las venas abiertas de Nicaragua, por José R. López Padrino
En medio de la descomposición cada vez mayor del régimen Ortega-Murillo una parte importante de la “tarifada izquierda” internacional se aferra a la patética ilusión de que la crisis en Nicaragua es producto de un complot tramado por el gobierno de la Casa Blanca para desestabilizar a la revolución Sandinista y que los más de 350 jóvenes asesinados (entre ellos 21 niños) a manos de la policía y los grupos paramilitares son inventos de la prensa reaccionaria, de los enemigo de la revolución.
Pertenezco a la generación de los que apoyamos y saludamos con entusiasmo el triunfo de la Revolución Sandinista tras derrotar a la oprobiosa dictadura de la familia Somoza. Sin embargo, hablar de democracia o de socialismo en la Nicaragua de hoy es una verdadera quimera. Por el contrario, el régimen de Murillo-Ortega constituye un proyecto autoritario, populista y neoliberal que se escuda detrás de una manoseada y prostituida retórica izquierdista para justificar las violaciones a los derechos humanos, su política antinacional, así como sus fracasos. Constituyen una verdadera estafa ideológica.
Las protestas protagonizadas por universitarios y trabajadores contra la reforma del Instituto de la Seguridad Social, que imponía recortes drásticos en las pensiones y gravámenes adicionales a los trabajadores fueron respaldadas por los campesinos que se oponen a la construcción del canal inter-oceánico. La alianza entre el campo y la ciudad, hasta entonces impensable, surgió y la protesta cívica salió a la calle asentada en marchas pacíficas y tomas de vías en varias ciudades del país
Las gigantescas marchas opositoras fueron dispersadas a punta de fuego y sangre. El régimen se amparó en la perversa Ley de Seguridad Soberana -aprobada en el 2015- para justificar el uso excesivo de la fuerza policial y paramilitar (miembros de la juventud sandinista y delincuentes) para sofocar una protesta social. Ortega y Murillo quedaron al desnudo con su accionar criminal bajo la excusa de salvar a la patria ante una inminente injerencia extranjera.
Recordemos que a partir de su segunda llegada al poder, Ortega (01/2007) se dedicó a profundizar el ideario del capitalismo neoliberal heredado del gobierno del expresidente Arnoldo Alemán. En la Nicaragua de hoy, no hay ninguna revolución en marcha o algo que se le parezca, todo lo contrario, se ha fortalecido, un régimen económico-social de impronta capitalista neoliberal que ha permitido el enriquecimiento de grupos minoritarios al amparo del Estado, la burguesía «rojinegra” y la consolidación del capital transnacional.
Los casos más emblemáticos de esta política antinacional han sido la depredación acelerada de las reservas forestales por parte de mafias ligadas al capital transnacional, y la Ley 840 o Ley del Canal mediante la cual el régimen de Ortega cedió parte del territorio nicaragüense a la transnacional HKND (China) para la construcción del canal interoceánico.
Hoy Ortega y Murillo gobiernan en solitario. De los nueve comandantes que formaron la Dirección Nacional del FSLN durante el gobierno revolucionario, cinco de ellos, Humberto Ortega, Víctor Tirado, Henry Ruiz, Jaime Wheelock y Luis Carrión han tomado distancia de sus políticas, igualmente se han marginado importantes figuras emblemáticas del Sandinismo como René Vivas, Torres Jiménez, Mónica Baltodano, Gioconda Belli, Sergio Ramírez, y Ernesto Cardenal. Ortega parece sentirse muy cómodo gobernando sólo en estrecha relación con Rosario -la esotérica- Murillo y su degradante «socialismo compasivo».
El régimen Ortega-Murillo aunque se autocalifica de izquierda (Nicaragua: cristiana, socialista y solidaria) no deja de ser un gobierno ultraconservador, corrupto, autoritario, y dictatorial, con huella fascistoide. La dupla Ortega-Murillo han logrado una total hegemonía política-militar mediante la supresión de la oposición, la monopolización de los medios masivos de comunicación, las reformas constitucionales que garantizan la reelección indefinida, el control absoluto del poder judicial logrado a partir del pacto Alemán-Ortega (1999) y la creación de fuerzas represivas paramilitares.
Incomprensiblemente, la mal llamada izquierda latinoamericana defiende la entrega en nombre de la soberanía, la represión en nombre de la libertad, el autoritarismo en nombre de democracia, y la muerte en nombre de la vida. Nicaragua y Venezuela son muy buenos ejemplos latinoamericanos de esa izquierda reaccionaria, represora y neoliberal a quien el Foro de Sao Paulo le rinde pleitesía.
El régimen Ortega-Murillo ha provocado el peor baño de sangre de la historia de Nicaragua en los años de post guerra. Hoy el pueblo nicaragüense grita por las calles ¡Ortega, Somoza, son la misma cosa!