Lavarse las manos, por Simón García
Venezuela tiene derecho al futuro. A evitar los vaticinios de la oposición sobre la explosión inminente de un contagio exponencial que barra con la desguarnecida estructura hospitalaria, cementerios y crematorios. Advertencia que le impone a ella misma, pasar de la denuncia a la propuesta, como lo hacen sus gobernadores y Alcaldes.
Ante este interruptor de la vida no hay pataleo. Gobernantes, opositores y ciudadanos compartimos un conflicto ético: determinar si la prioridad es salvar vidas o es la política.
Es, pero no sólo eso, una decisión colectiva. Expresión usada al pelo para desviar la carga a otros lomos. Pero no es lo mismo lavarse las manos, con frecuencia y en veinte segundos, que lavarse la conciencia mediante contorsiones argumentativas para escurrir el cuerpo, disimular o fallarle a la tensión de conciencia incubada en esa bala invisible de ARN: ¿dejamos que mueran cuatro de nuestros conocidos amigos o familiares por cada cien de nuestro entorno?
Esa sería la lotería que contribuiremos a repartir si de verdad la tasa de mortalidad es de 4% según cifras, que la oposición rebate sin esclarecer las suyas, suministradas en los partes bélico-sanitarios que diariamente “administra” Jorge Rodríguez, cuyo título en pantalla no menciono para no redundar con su cargo, cuya raíz significa servidor, ayudante o más pequeño e inferior.
Esa muerte que “viene tan callando” en su devastadora soledad o que saca del mundo al montón que, por edad y limitación de recursos, no podrá acceder a un respirador artificial reclama respuestas entre todos.
No sirven las narrativas al uso de minorías que, en el gobierno y en la oposición, convierten la política en su contrario: una guerra que nunca cesa.
Por obra de la polarización, enfermedad extremista que quienes la sufren se empeñan en desconocer, la defensa del interés general se subordina al cálculo de afilar las puntas del conflicto. Los extremistas se abalanzan acusando de centro, simplificado al absurdo su definición como mitad del medio, a una mayoría que pide obviar temporalmente la raya de cal que nos divide y declarar en tregua la convicción dogmática que sólo el enfrentamiento violento salva.
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Una minoría de la oposición rechaza el acuerdo con el ejecutivo realmente existente y se niega a considerar el cambio de régimen como resultado de un proceso y no como su punto de partida. Minoría que no refleja la exigencia nacional y que toma el control porque no parece existir el liderazgo que efectúe un giro ante la inminencia que el colapso creado por el régimen pase a catástrofe.
Se le exige rectificación a la oposición, en primer lugar, porque se es parte de ella y porque urge una política transicional que, dejando atrás errores y el aburrido ritual de facturas, eluda un regreso a la normalidad que no queremos. El oficialismo que deje de usar el acuerdo como un simulacro y que hagan lo suyo quienes pudieran inclinarse a tomar en cuenta los intereses del país en vez de su aferramiento al poder.
Las teorías de la fusión de los dos virus y del balón son reactivas y no son respuestas ni a la pandemia ni al deber opositor de ser alternativa. Se puede exigir y lograr un acuerdo social y político en cuatro segmentos:
1) Acciones preventivas, curativas y de erradicación de la pandemia.
2) Medidas para salvar a la población del hambre y a los sectores productivos de su quiebra.
3) Cooperación entre el Ejecutivo y la Asamblea Nacional para acceder al financiamiento externo con propósito definido y ejecución compartida.
4) Compromisos de reconstrucción plural del país en tiempos de pandemia.