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Lecciones de liderazgo en el Plan de Barranquilla, por Marino J. González R.



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Lecciones de liderazgo en el Plan de Barranquilla
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Marino J. González | @marinojgonzalez | agosto 13, 2025

X:  @marinojgonzalez


Ninguno de ellos podía imaginarse lo que vendría después de firmar el documento. Algo que tenían en común los doce firmantes era la incertidumbre. Para empezar, estaban en un país extraño, peor aún, eran exiliados. Habían coincidido en Barranquilla, como lo explica Manuel Caballero, porque era una ciudad caribeña, más parecida a las ciudades del oriente de Venezuela, alejada de la fría Bogotá. También era más barata, especialmente para muchos de ellos que habían salido al exilio sin mayores medios para mantenerse, huyendo de la persecución gomecista, dejando atrás su universidad.

Era el 22 de marzo de 1931. Luego de varios meses de reflexiones y discusiones habían concluido el «Plan de Barranquilla». Los doce firmantes eran: Rómulo Betancourt, Pedro A. Juliac, P. J. Rodríguez Berroeta, Mario Plaza Ponte, Valmore Rodríguez, Simón Betancourt, Raúl Leoni V., Ricardo Montilla, Juan J. Palacios, Carlos Peña Uslar, César Camejo, y Raf. Angel Castillo. Desde ese día sus nombres quedaron unidos en el proceso político venezolano. Cinco de ellos (Rómulo Betancourt, Leoni, Rodríguez, Montilla, y Camejo) participarán en la creación de Acción Democrática en 1941. Rómulo Betancourt y Raúl Leoni serán presidentes de la república por elección popular a partir del retorno a la democracia en 1958.

El Plan de Barranquilla es al mismo tiempo el cierre de un ciclo y el comienzo de otro. Muchos de ellos no habían cumplido veinticinco años. Ha debido ser una de las etapas de su vida, quizás la más intensa, en la cual tuvieron que madurar con rapidez, para seguir el paso de la dinámica que estaban viviendo.

Tuvieron que construir una visión compartida para lo cual solo se tenían a ellos y los recursos que pudieran sumar: sus talentos, sus deseos de cambiar el país. Según Caballero, el único vicio «que profesan como posesos, es la política».

Mirado con la perspectiva de lo transcurrido desde 1931 en la historia de Venezuela, la elaboración del Plan de Barranquilla constituye, sin dudas, un esfuerzo relevante de reflexión y praxis política. Fue realizado por representantes de la generación del 28 que marcarían la vida del país por el resto del siglo XX. En la génesis del Plan de Barranquilla se sucedieron prácticas que constituyen referencias para la institucionalidad política de los países. Examinar las lecciones que ofrece esta experiencia puede ser de utilidad en todos aquellos contextos en los cuales se promueva la plena vigencia de la democracia.

La primera lección está vinculada con la necesidad que tenía el grupo de reflexionar sobre la coyuntura y el futuro de Venezuela. Luego de la Semana del Estudiante de 1928 y los intentos insurreccionales que se sucedieron, era importante revisar lo realizado, identificar avances, y examinar la situación de la autocracia gomecista. Era oportuno hacer un alto en el camino y reflexionar con la mayor profundidad posible. Ayudaba que todos ellos estaban familiarizados, por lectura y discusiones, con los sucesos internacionales de la época. Algunos de ellos obtenían recursos a través de un boletín jurídico que habían empezado a publicar.

La reflexión necesaria requería un marco de referencia. Es decir, una perspectiva que diera sentido a los elementos de la reflexión. El grupo opta por la perspectiva que ofrece el análisis marxista. Manuel Caballero considera que el Plan de Barranquilla es «el primer ensayo venezolano de historiografía marxista». Independientemente de que se considere adecuada la valoración del análisis marxista, la segunda lección consiste en la importancia de conformar una perspectiva común que permitiera integrar realidades, e identificar aquellos aspectos que estuvieran fuera de ese marco de referencia. Lo notable de este proceso es que lo realizan jóvenes con formación universitaria incompleta, guiados por las interpretaciones que construían a través del intercambio y el estudio sistemático.

Una reflexión de estas dimensiones, realizada con la perspectiva acordada, debía ser convertida en fundamento para la acción. De allí que la noción de «plan» era una forma pertinente de expresar la utilidad de la reflexión. En algún momento de este proceso han debido concluir que debían acordar un plan.

Comenta Caballero que, aunque Rómulo Betancourt era el líder consolidado del grupo, este proceso de elaboración del plan se hizo a «varias manos».

La tercera lección está relacionada con la inversión en trabajo en equipo, coordinación, construcción de consensos, que ha debido suponer la elaboración del Plan de Barranquilla. La depuración de las ideas confluyó en el texto asumido por todos los miembros del grupo.

Ahora bien, una cosa es contar con una visión general o interpretación de la realidad de Venezuela que se articule como plan, y otra muy distinta es identificar las propuestas específicas que le daban direccionalidad al documento. Era necesario proponer las características que debía tener el gobierno que sucediera a la autocracia gomecista. Por esa razón se incorpora en la parte final del documento la sección del «programa». Esta es la cuarta lección, el plan (la visión general) requiere un programa (definido como «mínimo»). Son ocho propuestas. La primera de ellas, que ya había sido expresada a finales de 1930 por tres miembros del grupo (Rómulo Betancourt, Leoni, y Montilla), era «hombres civiles al manejo de la cosa pública».

Luego se sucedían propuestas para garantizar la libertad de expresión, la confiscación de los bienes de la élite de la autocracia, la investigación de los delitos del despotismo, la protección de las «clases productoras», la «desanalfabetización» de las masas obreras y campesinas, la revisión de contratos y concesiones, y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Todas estas propuestas empezarán a formar parte de muchos de los programas que se sucedieron a partir de la muerte de Gómez. La Asamblea Constituyente propuesta se terminará eligiendo en 1946 para elaborar la Constitución aprobada en 1947.

Luego del plan y el programa, en el último párrafo del Plan de Barranquilla, escrito a mano, se señala que los que suscriben el plan se comprometen a luchar por las reivindicaciones que contiene y a «ingresar como militantes activos en el partido político que se organizará dentro del país sobre sus bases». Es la quinta lección: el partido es el medio (no el fin) para llevar a cabo el plan y el programa. Primero el plan y el programa, luego el partido, no al revés. El partido se llamará Agrupación Revolucionaria de Izquierda (ARDI), antecesor de muchos de los partidos surgidos a partir de 1936. El texto del plan será ratificado después por otros líderes políticos dentro y fuera de Venezuela.

*Lea también: Lo uno y lo otro, por Fernando Rodríguez

El impacto del Plan de Barranquilla, por los efectos que tuvo en el pensamiento político venezolano, se fundamentó en la secuencia de esas cinco lecciones: reflexión sobre la realidad, elaboración del marco de referencia, visión de plan, programa de transformaciones, y creación del partido.

No se imaginaron los doce firmantes que a casi cien años de haber elaborado ese documento las rutinas que ellos siguieron con disciplina y pasión permanezcan como referencia para la acción política que conlleva desarrollar democracias plenas. Todo eso lo hicieron en las orillas del Caribe, en la inolvidable Barranquilla.

 

Marino J. González es PhD en Políticas Públicas, profesor en la USB. Miembro Correspondiente Nacional de la Academia Nacional de Medicina. Miembro de la Academia de Ciencias de América Latina (ACAL).

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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