Lecturas y destinos, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«Donde se quiere a los libros también se quiere a los hombres”.
Heinrich Heine (1797-1856).
La verdad es que por más vueltas que le doy a los recuerdos no logro identificar el primer libro de cuentos o novela que atrapó mi interés en la lectura. Las imágenes que evoco se refieren a mi adorable maestra de segundo grado, Bambina Palma, pidiéndome con una dulzura extrema que le acompañara a organizar los libros de una pequeña biblioteca en nuestra escuela Diego de Lozada. A ese espacio volvía con frecuencia como si tuviera una licencia especial para revisar los libros cuyas ilustraciones me agradaban. En cambio, recuerdo con precisión el primer libro que atrapó el interés de mi hija. Habíamos visto la película La Historia sin Fin de Wolfgang Petersen y tal fue el agrado por el filme que le compré el libro del cual habían hecho la adaptación, La Historia Interminable de Michel Ende.
Era muy agradable y divertido oírle los comentarios por lo que me propuse leerlo, sin su consentimiento, mientras ella dormía, a fin de hacer más placenteras mis conversaciones y animarla a terminar el libro.
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Pocos libros he decidido empastarlos a fin de preservarlos en el tiempo y ese es uno de ellos.
Pero el cuento es que mi hija ya doctorada y casada decide instalarse en Londres y para esa época ya comenzaban las dificultades económicas y políticas en nuestro país que hacían más difícil nuestros encuentros, por lo cual, para mantener una equilibrada emotividad, con frecuencia utilizaba un apartado de correos, que mantenía desde hace años para enviarle toda suerte de recuerdos y una que otra nota con cierta chispa de humor.
En la búsqueda de algo para su cumpleaños, resulta que un amigo, de larga experiencia como librero, cerraba su librería y pasé por allí entre la nostalgia y la posibilidad de atrapar alguna rareza. Tiempo atrás había encontrado una edición de Los Nibelungos en perfecto estado, pese a que la edición cumplía los 100 años. Ese fue un regalo para mi cuñado, que cantaba en el Coro de Santa Cecilia en Roma. En fin, pasé por la librería y encontré un ejemplar de las Ediciones de la Fundación Bigott sobre el cacao y me pareció tan adecuado para recordarle mi infinito amor por medio del chocolate, que lo compré de inmediato.
Se lo envié por correo usando mi apartado postal y debí pagar la cantidad máxima, en esa época unos 15$ por el peso, y la certificación, lo cual garantiza la entrega personal.
Total, el libro salió para Londres y al pasar los días y al no recibir ningún comentario de mi hija, le hice una llamada telefónica y mientras abordábamos temas diversos, me comentó que le había llegado un libro muy deteriorado que le hizo pensar que fue adquirido de segunda mano. Extrañado, le di la indicación que lo guardara en espera de mi próximo viaje a Londres.
Mi sorpresa fue monumental, al encontrarme un libro totalmente destruido, el cuerpo despegado de la portada, la cual mostraba unas perforaciones realizadas por un objeto punzante. El malestar que me invadió frente aquel desastre se combinó con el hecho de que mi hija, quien me había dado demostraciones de amor a granel, pensara que yo había enviado tal ruina para su cumpleaños, cuando ella tenía la noción por la convivencia, sobre la forma cuidadosa en que me relacionaba con los libros, incluso ella había recibido mis reclamos en reiteradas oportunidades por doblar las páginas para marcarlos.
A mi regreso a Caracas con «el arruinado» en la maleta, elaboré una ruta para mi reclamo y con una carta llena de detalles más el libro destruido, me presenté a la oficina de correos donde tenía el apartado postal. Ningún funcionario tenía información de aquello, por lo cual tuve que esperar al director de la oficina quien al ver el libro, aseguró conocer varios casos y afirmó con seguridad que eso era el resultado de la actuación de la Guardia Nacional, para concluir que su dependencia no tenía injerencia en este asunto.
De inmediato eliminé el apartado postal por su inutilidad y me dirigí a la Comandancia de la Guardia Nacional. En esa institución, después de explicar mi caso en sucesivas jerarquías, fui atendido por un oficial que supongo filtraba los problemas a su superior. Este oficial me señaló la potestad de intervenir cualquier objeto en su campaña contra la droga. Mientras yo más insistía en describirle y aclararle la función de un libro y que éste además era un regalo de cumpleaños, siempre obtenía la misma respuesta: Este es un procedimiento normal para el cual estamos autorizados. Mi última argumentación giró sobre el método aplicado sobre mi libro, haciéndole un símil con un imaginario sistema sanitario, dirigido por dementes, donde a las personas primero se les abre el abdomen para saber si tienen apendicitis y de no tener esa patología se cierran y punto. Esperé unos minutos por la respuesta pero al ver la misma mirada, me negué a oír la misma cantaleta y salí de manera abrupta de aquella oficina, dejando «el adefesio» sobre su escritorio. Cada vez que puedo en alguna entrevista no paso por alto, referirme a esa barrabasada institucional.
Pero ocurre que con el devenir de nuestra economía y siguiendo la admonición de que no se han encarecido los libros sino que este inmisericorde gobierno nos ha arruinado a todos, lo cual imposibilita comprarlos, apareció mi ángel protector: Martha Cedeño quien desde Holanda periódicamente me envía libros de actualidad, para salvar mi existencia. El procedimiento es comprarlos vía internet en la Casa del Libro en Barcelona (España) y luego ellos tienen un servicio puerta a puerta que les permiten llegar a mis manos sin problema alguno.
Aquí viene el segundo capítulo del cuento. En el último envío, para mi alegría, era la novela de Pilar Donoso, Correr el Tupido Velo, del cual había dicho la escritora Rosa Montero, que era «una declaración de amor escrita desde el abismo».
No había terminado de desembalarlo cuando me lancé a su lectura y ya llevábamos un par de llamadas telefónicas con Martha, comentándolo cuando saltó de la página 240 a la página 289 y aquello fue para mí, como si el Ulises de Joyce careciera del monólogo de Molly o Sobre Héroes y Tumbas de Sábato se saltaran el Informe Sobre Ciegos y esto porque en el desarrollo de la novela, su autora y protagonista del libro, Pilar Donoso, no se había casado y de repente aparece su primera hija, Natalia, quien todavía hablaba con dificultad, llamando «Carlitos» al escritor chileno Carlos Cerda.
De inmediato nos comunicamos con La Casa del Libro enviándoles las fotos que demostraban el desastre y una carta explicativa sobre nuestro país y los límites de su correo. Para nuestra sorpresa, ellos exigen, a fin de enmendar su error, que le enviemos el inconcluso, con lo cual tendríamos nosotros que pagar una vez y media el valor del libro, al tener que utilizar los servicios de mensajería internacional.
Nunca me he sentido pesimista frente al mundo, pero esa teoría, que ronda en más de una universidad, sobre la disminución del cociente intelectual en la población mundial, creo que debo estudiarla más detenidamente.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela.
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