Lenguaje, dominación y resistencia, por Simón García
Twitter: @garciasim
En toda conquista, sea sobre un pueblo o una cultura, el primer éxito es el predominio del lenguaje del vencedor sobre las voces del vencido, que van perdiendo sonoridad, lustre y uso.
Ya en el 500 antes de Cristo, a una pregunta de Tzu Lu, uno de sus discípulos cercanos, Confucio responde que, si fuera llamado a administrar el país, su primera medida sería reformar el lenguaje. Tzu fue uno de los compiladores de las Analectas obra que, escrita en medio de una larga guerra territorial interna conocida como la era de los Reinos Combatientes, destaca el papel del lenguaje para unificar y reconstruir pacíficamente aquella sociedad.
Cuando, en 1492, Nebrija entregó su Gramática castellana a la reina Isabel, sabía que la proveía de un arma más poderosa que los arcabuces. Se requería para cristianizar a los nativos y extraer oro, perlas, especias y frutos de sus tierras. La misión la sintetizaba Nebrija en carta a su soberana: «Después de que Su Alteza haya sometido a bárbaros pueblos y naciones de diversas lenguas, con la conquista vendrá la necesidad de aceptar las leyes que el conquistador impone a los conquistados». La espada y la dominación colonial venían con la palabra.
*Lea también: La vergüenza de la familia, por Luis Guillermo Olaizola
Klemperer estudió el papel del lenguaje en el adoctrinamiento masivo aplicado por los nazis. En LTI. La lengua del tercer Reich describe la alteración de significados para manipular las palabras como redes de sometimiento al poder. En 1984 Orwell describió, con lúcida anticipación, la creación del crimen de pensamiento para imponer una forma única de pensar.
Dice Octavio Paz que no sabe dónde empieza el mal, si en las cosas o en las palabras. Y que cuando estas se corrompen «los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro».
La inseguridad comunicacional sirve al bloque dominante para construir unos términos y prohibir otros, perseguir y encarcelar por un mensaje en las redes o escribir un artículo de opinión contra un jerarca.
El objetivo del poder es hacer de su discurso habla común e infiltrar, a través de él, pensamientos autoritarios en el modo de pensar de la oposición. Una cooptación sofisticada para vaciar de ideas el lenguaje y desvincularlo de la argumentación racional. Su control induce a pensar con el cerebro del poder. Al ideologizarlo y polarizarlo contra sí mismo, el discurso opositor pierde calidad democrática y posibilidad alternativa.
No habrá unidad mientras persista un discurso que, en vez de distinguir y separar para aclarar acciones comunes, introduzca división, descalificaciones, exclusiones y pretensiones de razón absoluta. Ese lenguaje bloquea la conciencia de cambio, impide la formación democrática de un lenguaje cívico que es urgente practicar hoy.
El enfrentamiento al control autoritario exige cuestionar la neolengua que legitima la opresión y justifica la represión. Si la reproducimos en nuestros hábitos mentales, el poder de la palabra se convierte en la palabra del poder.
La oposición necesita pensar distinto y renovar su lenguaje desde una práctica democrática, movilizadora de los ciudadanos y alternativa, tanto a la sumisión comunicacional que impone el régimen como a la confrontación/relación con él sin perfil opositor. Poner fin a la segregación de partidos que hoy transitan por el filo de la navaja que espera a la plataforma unitaria y a la propuesta de salvación nacional de Guaidó. Unirse todos en un lenguaje de las coincidencias y concentrar la rebelión del lenguaje contra el polo dominante.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo