Levanten las sanciones. No les demos más excusas, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
Estoy clara que la crisis humanitaria que atraviesa Venezuela, desde hace por lo menos ocho años, es consecuencia de la pésima gestión gubernamental, de las erradas políticas socio–económicas que no han resuelto los problemas graves que aquejan a la mayoría del país, y que, por el contrario, sólo han permitido fortalecer a quienes usufructúan el poder.
Pero también sé que las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos desde 2019 contra nuestra principal industria, Petróleos de Venezuela, han profundizado estas inequidades, pues quienes ostentan el poder han sabido «torearlas», apoyándose en países aliados como China, Rusia, Irán y Turquía, que sólo han dejado réditos a sus allegados.
Es decir, que a la inequidad existente se suma la iniquidad de los mandatarios, cuyo proceder ha provocado un escenario dantesco de hambre, pobreza, dolor y miseria, del cual millones han huido –desperdigándose por el mundo entero–, pero que la mayoría enfrenta a diario, sin esperanza alguna, en esta tierra de gracia.
El informe más reciente de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), presentado por investigadores de la UCAB, refiere que hoy somos menos pobres que el año pasado, pero más desiguales y con peor educación.
El ciudadano de a pie sigue pagando las consecuencias de malas políticas –y peores gobernantes–, pero también de las decisiones adoptadas, de manera unilateral, por otros gobiernos que vieron en las «sanciones» la herramienta más adecuada para presionar a quienes no responden a sus pretensiones.
Más doloroso aún, es ver cómo esos mismos países que vituperaron a Venezuela, hoy, en nombre del pragmatismo, las vienen levantando porque necesitan la materia prima que más abunda en nuestro subsuelo: el petróleo. ¡Oh! La dolorosa guerra en Ucrania, promovida por Rusia, repentinamente les hizo cambiar de opinión.
Bajo ninguna circunstancia estoy defendiendo la gestión de este desgobierno oprobioso. Sólo estoy clamando –como mujer, madre, ciudadana, dirigente político y social de este país–, que, de una vez, se ponga fin a esas medidas que están terminando de hundir a la que fue la quinta empresa petrolera más importante del mundo.
Para nadie es un secreto que Pdvsa está arruinada y, que sola, es incapaz de hacer las inversiones que se necesitan para levantar la producción.
Es inexacto pensar que Venezuela puede, de la noche a la mañana, depender de otros recursos para sostenerse, pues son más de 100 años viviendo de la renta petrolera –para bien y para mal–, frente a la mirada miope de gobernantes que no supieron diversificar la economía, ni “sembrar el petróleo”, tal como insistía Arturo Uslar Pietri.
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Levantar las sanciones contra Pdvsa, dejará desnudo a un desgobierno que lleva años escudándose en ellas para no cumplir con sus obligaciones. El propio Nicolás Maduro ha dicho que «no puede» aumentar sueldos y salarios ni mejorar nada –servicios básicos, hospitales, escuelas, liceos, infraestructura vial, refinerías, gasoductos–, porque las sanciones le han cortado el “chorro” de dinero que las exportaciones proporcionaban.
Se ha escudado en ellas para justificar la ineficiencia de una industria petrolera manejada por inexpertos.
Las manidas sanciones impuestas por EE. UU contra PDVSA y por otros países contra determinados funcionarios públicos, sólo han servido para aumentar la brecha que separa a los distintos estratos sociales. El dinero –que no pueden disfrutar afuera– lo están invirtiendo a manos llenas aquí en Venezuela y lo hemos visto, desde hace unos tres años, con el boom de bodegones, comercios, restaurantes, hoteles, edificios de oficina, casinos, gasolineras y eventos públicos, a los que, por cierto, no accede la mayoría.
Si bien todos estos emprendimientos generan empleo e ingresos para la economía nacional, no son suficientes para reactivar una economía que lleva casi ocho años en recesión.
La mayoría de lo que supermercados y bodegones venden son productos importados, exentos de todo pago de impuestos y hasta de controles sanitarios, con los cuales no puede competir la industria nacional. Pero, además, la mayoría de esos productos son vendidos a precios inaccesibles para una población que no devenga salarios de calidad.
El ciudadano venezolano perdió su poder adquisitivo hace años y con la dramática e indetenible devaluación del bolívar frente al dólar, se la hace imposible comprar siquiera los productos de primera necesidad.
Pidamos el levantamiento de las sanciones que tienen a nuestro país entrampado, entre los intereses internacionales de unos, y la ineficiencia y negligencia de un desgobierno que busca chivos expiatorios a la hora de atender los problemas de los ciudadanos.
No les demos más excusas. Pasemos de la queja a la acción. En este mundo en rápida transformación, Venezuela está quedando en la cola en todos los indicadores sociales, políticos, institucionales y económicos. Vamos a remar en la misma dirección para que Venezuela deje de ser el país más desigual del mundo.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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