Ley antibloqueo o la otra muerte de Chávez, por Beltrán Vallejo
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Nicolás Maduro finalizó sus cuatro años de cobardía y volvió a la Asamblea Nacional, diseñada por él, para burlarse del precepto constitucional que implica entregar su memoria y cuenta.
Estando ahí, no tuvo rigor expositivo ni verdades, sino retórica vacía, excusas e inexactitudes. No fue un acto solemne de transparencia lo que hizo ante su Parlamento de opereta.
Lo que sí hizo, en verdad, fue de nuevo hablar de lo que para él es la panacea, la solución a todos los problemas de Venezuela; presentó el bálsamo de Fierabrás, el elixir cúralo-todo, su capa de supermán; me refiero a su Ley Antibloqueo.
Recalco que estas líneas se las dedico a ese chavista “alumbrado” que todavía anda por ahí y que todavía habla del “legado de Chávez”, porque precisamente esa Ley Antibloqueo es la muerte de lo que algunos simplones denominan “el legado del comandante”.
Maduró volvió a enterrar a Chávez, pero en un ataúd de mala y apolillada madera.
No hago mayores reflexiones de tipo constitucional y legislativo que ratifiquen el despropósito de esa fulana Ley Antibloqueo, comenzando porque se aprobó en esa cosa que fue la Asamblea Nacional Constituyente, la misma que, a su vez, parió cosas como las denominadas “leyes constitucionales”, algo no visto en algún país del mundo. Ni en Burkina Faso.
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No me voy a meter con esos maullidos de gato ladrón que significan varios artículos de esa ley que se encaraman por encima de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y que la hace trizas. No me voy a meter con ese fulano secretismo y ocultadera de información que se plasma en un articulado que convierte a esa ley en un misterio y en un silencio.
Y pensar que con secreto y silencio pretenden atraer inversiones extrajeras, pero creo que con secreto y silencio lo que se atrae es el delito.
Me estoy metiendo con el hecho de que esa ley es presentada como herramienta eficaz para enfrentar las fulanas sanciones y el fulano bloqueo y las fulanas “medidas coercitivas y unilaterales”; pero, reconociendo Maduro y su combo (quizás obligado por sus compinches del extranjero) el fracaso que constituye el modelo económico que impuso Chávez en sus tropelías como presidente, que continuó este que está ahorita en Miraflores.
Se abre así, con ese instrumento seudolegal, un escenario de desnacionalización y desestatización de todo el amplio espectro de industrias, empresas y procesos económicos que —antes de Chávez y también en altísimo grado con Chávez— estaban en manos del estatismo.
Incluso, entra aquí reprivatizar lo que Chávez expropió, nacionalizó, estatizó o se robó, y eso es un “llano ancho y ajeno”, como se dice en Doña Bárbara, donde entra petróleo, gas, tierras, industrias, agroindustrias, cementeras, fábricas, hierro, haciendas, minas y un larguísimo etcétera.
Quizás esto merecería un aplauso. ¡Carajo!; después de 20 años de dislates, errores, corrupción, improvisación y demás loqueteras promovidas a punta de petróleo, con un barril venezolano por las nubes, por fin llegó la sensatez y se corrige; pero se hace sobre escombros económicos y con un país plagado de miserias.
Siendo así, ¿merece un aplauso Maduro? Maduro entrega un esqueleto económico al sector privado.
Él es el presidente de un Estado fallido y medieval que no tiene capacidad ni voluntad para generar riquezas además de llevar el peso de la mala reputación de su régimen.
No le queda otra que reinventarse en un océano de hambre, y lo hace enterrando en el hueco más oscuro la paranoia económica del chavismo.
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