Liberar el mercado cambiario, por Sergio Arancibia
Venezuela ha devenido en una economía altamente dolarizada. No solo se usa, en todo el país, el dólar como unidad de cuenta, sino que se le usa intensamente como instrumento de cambio, y no solo para las grandes operaciones comerciales, sino para comprar pan, o comerse un perrocaliente, y de ahí para arriba. Cualquier agente económico acepta dólares a cambio de los bienes o los servicios que vende.
Lo interesante de toda esta situación es que han aparecido – desde la clandestinidad en que estaban hasta hace poco – varios cientos de miles de dólares que han pasado a circular libremente, de mano en mano, y a la luz del día. Se carece, sin embargo, de una institucionalidad que proteja y potencie ese grado creciente de libertad cambiaria y quedan muchos rezagos de los tiempos, no muy lejanos, en que tener dólares era casi una cuestión delictiva.
Si cinco millones de ciudadanos, de distintas clases sociales – no solo los nuevos o los viejos ricos – manejan habitualmente una cantidad de 200 dólares, se llegaría a que hay circulando por lo menos mil millones de dólares en el seno de la economía venezolana. Pero esos dólares no pasan por las manos del BCV. El BCV los mira pasar, con envidia y con deseo, pero no puede ponerles la mano encima. Ya se convenció de que la ilegalidad del dólar solo conduce a que éste siga circulando en forma menos transparente, pero igual de extendida, y a un precio un poco mayor, por el factor riesgo que su tenencia implicaba.
Si los dólares no llegan a manos del BCV, que tanto los necesita, es únicamente por las disposiciones y normas que el propio BCV se ha puesto. El BCV pretende que los ciudadanos que tienen dólares los cambien a tasa Dicom en bancos y casas de cambio – que por lo demás no terminan de estar plenamente habilitados – lo cual no le ha funcionado para nada. Nadie quiere cambiar barato en los canales estatales o paraestatales, pudiendo cambiar un 10 % o un 15 % más caro en las instancias más libres.
Como resultado de todo ello, el BCV no puede comprar dólares en la economía venezolana porque no parece dispuesto a pagar el precio que corresponde. Fijar un precio Dicom que va un 10 % por abajo de la tasa que ofrece el mercado no sirve para nada.
Como resultado de todo ello el BCV es casi el único agente económico nacional que queda marginado del mercado cambiario libre, siendo el que por necesidad del momento y por mandato de su ley orgánica debería ser el que tuviera un rol más activo en ese mercado.
Una de las soluciones posibles a esta situación – y quizás la mejor – es que se decrete la libertad de cambios, real y efectiva, que implique que las casas de cambio y los bancos puedan comprar y vender dólares a una tasa fijada por el mercado y no por el BCV, que el BCV pueda salir al mercado a comprar o vender dólares a la tasa de mercado, y que los bancos puedan tener cuentas en dólares fáciles de operar. Así operan las cosas en la mayoría de los países civilizados.
El Estado podría recabar más dólares, para sus alicaídas arcas fiscales, si los compra a tasa de mercado, un 10 % más caros, que insistir en no comprar nada, pero más baratos. El BCV podría volver a ser un agente operativo en un mercado cambiario que hoy en día ha pasado a ser un terreno exclusivamente privado. Pero, ojo, un sistema como este requiere, además, que el Estado genere la confianza suficiente en términos de que no se le ocurrirá un día cualquiera implementar un corralito que deje prisioneros los dólares que se arriesguen a transitar por estas nuevas vías institucionales.
Ya, a esta altura de los acontecimientos económicos en el país, con una liberación del mercado cambiario, ganarían todos.