Libre, fresca, descarada Cristina, por María José Bruña Bragado

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El 12 de noviembre de 2020 dejé a mi hijo Martín, con su correspondiente mascarilla, en clase de música en la Casa de Cultura. Era ya tarde. Debido al reciente cambio de hora, anochecía entre encinas y castaños por ls que comencé a pasear a buen ritmo mientras hablaba por teléfono, también vertiginosamente, con Cristina Peri Rossi y Lil Castagnet, su compañera de vida. Celebraba Cris, nada menos, su septuagésimo noveno cumpleaños.
Recuerdo el frío y las risas de la conversación de a tres, me viene a la cabeza que hablamos primero de salud y pandemia, claro, de la precariedad de los cuerpos, las cabezas, de los malos tiempos para el deseo, pero los derroteros de la misma nos llevaron a la extraordinaria melena de la cantante Milva –no le va a la zaga la que exhibe en preciosas fotografías una Cristina con treinta años en Montevideo–, al tango y a Piazzola, recalamos en nuestra pasión por el cine clásico al hilo de Cuando fumar era un placer –delicioso anecdotario que aúna imagen y texto– y por sus divas, nuestras favoritas –Marlene Dietrich, Greta Garbo, Katherine Hepburn sobre todo, aunque Ava es Ava–, pero también nos detuvimos en la más hermosa pareja homosexual de la historia del cine según ambas: Cary Grant y Randolph Scott.
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Hablamos también de Jimena y de Yunyi, dos alumnas mías que en la Universidad de Salamanca están escribiendo su tesis doctoral sobre su obra. Yunyi quiere traducirla al chino, pero además desea explorar su dimensión política, su valentía como exiliada, como alguien que ha vivido siempre in between. Recordamos también nuestro último encuentro en Barcelona en 2019, aquella tarde exquisita en ese salón cálido, ese salón-barco-refugio, con Néstor Sanguinetti, tan querido, en que hicimos repaso de tantas cosas, hablamos de sexualidad, de sublevación, de música –María Bethânia–, de psicoanálisis y violencia de género, de colegas como Gabriela Marrón o Claudia Pérez, del Uruguay, del Premio Donoso y la sorpresa que mostró cuando Claire Mercier, presidenta del jurado, se lo comunicó, de esa parte del independentismo dogmático e intolerante que en Cataluña se permitió excluir o relegar, sin pudor, del campo cultural a una de las voces más originales, heterodoxas, distintivas en español con un sectarismo tan lejano de su mirada libre y abierta al mundo.
Cristina Peri Rossi ha sido siempre una intelectual incómoda, perturbadora, molesta, de las que Edward Said dice son necesarias para desmantelar el status quo, para hacer pensar, para desarrollar espíritu crítico, para aspirar a la tolerancia en un mundo de injusticias, desigualdades de clase, género, raza, identidad y orientación sexual.
Así sucedió durante la dictadura militar uruguaya con la que fue contestataria, así lo ha demostrado durante décadas en sus columnas de El Norte de Castilla en las que ha abogado infatigablemente por los derechos de las mujeres, de los homosexuales, de los expatriados, de los sin techo, de las minorías en todas sus variables y cruces posibles.
Esa lengua afilada y precisa, irreverente, directa, insolente, junto a su inteligencia vivísima es lo que permite hacer la revolución en literatura. Fue la poeta que nombre el deseo lésbico, el cuerpo –Evohé fue el grito inaugural de la bacante que nos volvía a traer a Safo, a Renée Vivien–, lo abyecto, lo sacrílego, la locura, el placer. Su lenguaje, camaleónico, se ha adaptado a todos los géneros: relato, novela, poesía, ensayo, artículo periodístico y busca siempre desestabilizar, transgredir, pero también conmover, hacer reír.
Traductora de Monique Wittig, de Clarice Lispector, autora de textos fundamentales –no pierdan de vista La insumisa, editado por la osada y fabulosa editorial palentina Menoscuarto que ha publicado todos sus libros de relatos– la versatilidad es otro de sus rasgos distintivos. No hay nada que se le resista. Ayer tenía un pálpito, una corazonada convertida en grito de alegría que asustó a mi hija Nora e hizo llorar a lágrima viva a Néstor, del lado de allá. Me hace tan, tan feliz que un año después, el día de tu octogésimo cumpleaños, podamos celebrar vida y literatura contigo, Cristina.
Gracias, Cristina, por abrir caminos con vértigo, arrojo y lucidez, por la pulsión de tu literatura íntimamente inquietante, incandescente, por tu generosidad y esa sororidad de la buena, de la real. Gracias por tu frescura, por tu descaro, por hablar de feminismo antes de los feminismos, por ser tan libre, tan sensible e inquieta, tan necesaria en unos tiempos particularmente tenebrosos y contingentes para los Derechos Humanos. Urge leerte, hay que leerte más que nunca, tal y como el Premio Cervantes nos recuerda y reconoce con acierto, amplitud de miras y una justicia que es poética y es política.
Universidad de Salamanca
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