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Libros de antes y de afuera, por Simón García



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Libros de antes y de afuera
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Simón García | @garciasim | junio 1, 2025

X: @garciasim


Los libros que existían en Venezuela antes de 1810, venían de afuera. Ellos se importaban, mayormente de Madrid o Sevilla, y en menor proporción de México y Lima. No eran una mercancía cualquiera. Se trataba de un producto muy especial, dedicado a transferir todo el marco cultural vigente en España y a difundir ideas generadas en un mundo occidental; científica, tecnológica e institucionalmente más avanzado que los aborígenes de nuestro territorio.

Desde el inicio de la conquista española hasta el arribo desde Trinidad de la imprenta que Galaghan le había comprado allá a Francisco de Miranda, se produjo un proceso inducido de transmisión de conocimientos del viejo al nuevo mundo, que implicaba el predominio de los intereses, valores, concepciones y costumbres desde la metrópoli a los territorios sometidos a conquista y colonización. Una herramienta fundamental en este proceso fue la sustitución de las copias manuscritas de los libros por aquellos hechos en imprenta.

La naturaleza inmaterial del conocimiento y su función de cultivar las capacidades explicativas y creativas del pensamiento exigía que estas peculiares mercancías pasaran un filtro selectivo, en las aduanas de embarque y destino, mediante una doble revisión que asegurara el cumplimiento de las regulaciones y prohibiciones dictadas por dos poderosas instancias del poder imperial: la Corona real y la Santa inquisición.

El cometido de la supervisión no estuvo dirigido, como se ha afirmado con una frecuencia dictada de primera vista, a bloquear el acceso de las élites criollas al conocimiento. Tres razones desmienten esta apreciación. Una, las restricciones también valían para los colonizadores españoles. Dos, la reproducción de las instituciones españolas requería personal nativo para cubrir las necesidades de gobierno, adoctrinamiento religioso, enseñanza del habla y de nuevas prácticas productivas en aquellos inmensos, desconocidos, hostiles y poblados territorios por pacificar. Finalmente, la empresa de colonización se justificaba como una misión de expansión civilizatoria.

Bastaría mencionar dos ejemplos de este reclutamiento de personal nativo para cumplir funciones de Estado: Andrés Bello y Juan German Roscio. Uno Secretario de la Capitanía General y el otro, profesor de Institutas en la Universidad de Caracas. Ambos muy por encima del nivel de formación de los funcionarios peninsulares.

Naturalmente, los libros que circulaban en la Venezuela colonial obedecían a las demandas de instituciones que lo requerían para cumplir su misión. También integraban este incipiente mercado aquellos lectores particulares ávidos de saber y con los suficientes ingresos para adquirirlos. El acceso a los libros, siempre estuvo limitado por el altísimo porcentaje de la población que no sabía leer.

Para los pocos miles de vecinos que tenía la Caracas colonial, tener un libro resultaba un privilegio. Los lectores de uso, obligados a leer para enseñar religión, se concentraban en los misioneros que adoctrinaban en los pueblos de indios, en los conventos que se constituyeron en las principales ciudades, en los seminarios, en algunas iglesias, en los colegios religiosos, y más tarde, se produce una extraordinaria ampliación de usuarios de libros con el proceso que eleva el Seminario de Santa Rosa a Real Universidad de Caracas en 1721, un 22 de diciembre, Al año siguiente adquiere el estatuto de Pontificia por Bula de Inocencio XIII.

En aquellos días se incrementó el número de lectores a medida que se ampliaba la instrucción en escuelas privadas que enseñaban a leer, contar, escribir y formación en la doctrina católica. Pero el más enérgico y provechoso impulso en la relación entre educación y elevación de la afición por la lectura se produjo en dos tiempos, la labor de los seminarios y la creación de los estudios universitarios.

Este paso de avance comenzó la formación de una élite civil de profesionales que nutrió de intelectuales y hombres de letras a la Capitanía General de Venezuela cuando ella fue creada. Se fueron acumulando generaciones que conocían a los dos mundos en los que actuaban, que leían y se preparaban para conducir a comienzos del siglo XIX la emancipación nacional. En sus aulas se acostumbraba llamar a los profesores, lectores de cátedra, porque el recurso pedagógico por excelencia era dictar clases leyendo en voz alta.

El obispo Mariano Martí en los Documentos relativos a su Visita Pastoral de la Diócesis de Caracas que inicia en 1771, indica que había en la parroquia 52 sacerdotes y reseña la existencia de cuatro conventos, el de Santo Domingo con 48 y el de San Francisco con 78 religiosos y dos conventos de monjas, el de la Inmaculada Concepción con 70 hermanas y el de Las Carmelitas con 21.eligiosos. Hacia las tierras de montaña, destacó la biblioteca del convento de San Buenaventura de los caballeros de Mérida.

Los libros que circulaban en Venezuela durante la colonia, abarcaban textos religiosos como la Biblia en Latín, Breviarios, Catecismos y Cartillas en español para enseñar la doctrina de la Iglesia Católica. Libros jurídicos, filosóficos, de historia, literatura, medicina. Oficios o botánica,

Algunos textos que se escribieron sobre Venezuela o en Venezuela fueron impresos fuera. Entre los más celebrados debe incluirse la Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela ( 1723) de Oviedo y Baños y los dos libros del padre Gumilla sobre el Orinoco.

En 1701 fue publicado en México una obra que tuvo una significativa circulación en Venezuela. El Panegírico del día natal de Carlos II Rey católico de España, escrito por el venezolano Domingo López de Landaeta, cuyo título relieva muy bien el propósito de alabanza y exaltación de un monarca perseguido por su imagen negativa,

Es muy probable que obras impresas en Lima llegaran a Caracas vía Cartagena o por rutas de comunicación establecidas entre frailes de una misma orden que residían en las capitales de Perú y Venezuela.

Pero, en esencia Venezuela reflejaba un atraso en varios términos de comparación respecto a otras naciones. Se consideraba a sus habitantes como salvajes por la resistencia de sus indios. Caracciolo Parra, con el complicado interés de superar las posiciones extremistas sobre esa lucha, asienta en su ensayo sobre La Instrucción en Caracas, 1567-1725 que: «si en la comarca fue flor silvestre el valor de los indios, flor silvestre fue también, y cosechada con mayor abundancia, el heroísmo de los españoles». El peso de las palabras, al leerlas, rompe la barrera del equilibrio. La neutralidad es una cuerda frágil.

En el siglo XVII aparecieron en nuestro país las primeras bibliotecas en Seminarios y conventos que funcionaban con un sistema de préstamo de libros por un mes. Investigaciones como las realizadas por el historiador Indelfonso Leal, «Libros y bibliotecas en Venezuela colonial, 1633-1767» registran su existencia en forma pública y privada de estas bibliotecas.

Las colecciones de los integrantes de las élites contenían con tanta frecuencia libros prohibidos por la Inquisición, que indican la invencibilidad de la lectura frente a la represión de los poderes. En muchas ocasiones los libros incluidos en el Index llegaban a puertos de Venezuela entre las sotanas de sacerdotes y obispos.

La libre circulación de las ideas, el cultivo de la lectura como puente al conocimiento y el amor por los libros fueron armas para liberarse del despotismo y conquistar con inteligencia, la libertad.

*Lea también: Venezuela año cero, por Ángel R. Lombardi Boscán

 

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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