Liderazgos e intereses, por Alejandro Oropeza G.
“Perseguidos, pero no abandonados;
derribados, pero no destruidos”.
2 Corintios 4:9
Si algún autor ha tratado en detalle el tema de los liderazgos en el ámbito de lo político, ha sido Max Weber. Particularmente, me han interesado los caracterizados por el sociólogo alemán como “liderazgos carismáticos” que entendemos, han fundamentado las estrategias populistas al sustentar la relación líder-masa en el culto a la personalidad, causa y consecuencia del carisma. Todo ello respaldado y soportado en el aparato burocrático del Estado. De allí en adelante todo un universo de tramas, flujos y reflujos que Weber analiza magistralmente en su capital obra “Economía y Sociedad”.
Cabe preguntarse, respuesta que no se pretende dar en esta breve entrega, si los liderazgos en nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia, pueden ser constituidos más allá de las premisas condicionantes de aquella tipología carismática descrita por Weber. Es decir, ¿los líderes políticos asumen la posibilidad de relacionarse con la población más allá de una labor y exigencia de sumisión tanto material como espiritual? Lo que se suyo permite abstraer la posibilidad de una relación basada en otros elementos que trasciendan el culto a la persona y la creencia de que su sola presencia o existencia, condicione la atención de agendas, deseos, expectativas y necesidades.
Unos y otros hacen uso de esos elementos como comodines y, la población misma hace contabilidad de tales, en una relación ciega (¿acomodaticia?) de dependencia. Dependencia, he ahí una palabra que traduce una actitud determinante en las relaciones que se suceden entre un liderazgo descompuesto y errático y, una ciudadanía en la que buena parte de ella, perdió su condición de tal.
De parte del liderazgo, emerge la acción promovida como altruista y, por tanto, aparentemente desinteresada (el sacrificio, la abnegación, el trabajo sin reposo, la obligación por la patria, la defensa de la historia y del futuro, la soberanía, etc., etc.) que solo persigue la satisfacción de un interés propio, en una perniciosa relación operativa: yo te doy – tú me das; que, de la otra parte, tiene una respuesta también operativa: tú me das – yo te apoyo. Como se comprende, la acción deja de ser altruista por interesada y estar sustentada con arreglo a fines.
Se percibe, en el complejo entramado de relaciones de dependencia que hoy día caracterizan las interacciones entre Sociedad–Estado en nuestro país, la ausencia de confianza en aquellos que pretenden asumir liderazgos mínimos o máximos, que reacomoden equilibrios entre ambas dimensiones.
Unos, evidencian la imposibilidad de ejecutar acciones concretas que supongan una disposición de recursos (de cualquier tipo) para avanzar en el diseño de operaciones políticas para hacer frente a la complejísima Agenda Social. Otros, voltean la mirada eludiendo la responsabilidad y culpando de la ineficiencia a diversos factores internos o externos que justifican la inmovilidad y la inconsecuencia de una Agenda de Gobierno errática y absolutamente inoperativa.
En el medio, la población, que se comporta sucesivamente de diversas maneras: como masa (Ortega y Gasset, Le Bon), como populacho (Arendt), por no existir una direccionalidad en su conducta que le permita superar el resultado del círculo vicioso que se expande y acelera: crisis de liderazgos – sociedad errática – crisis de liderazgos.
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Pero, si bien es cierto que son los seres humanos quienes ejercen las labores relacionadas con los liderazgos políticos; entonces, tal ejercicio supone reconocer y cargar con las características que definen a cada ser humano y son inherentes a él.
Son los políticos, se insiste, seres humanos, de carne y hueso, que deben operar en el ámbito geográfico en donde (la mayor parte de las veces) nacieron, se desarrollaron y evolucionaron en sus carreras y no ángeles asexuados, libres de cualquier defecto para cumplir sus funciones en el marco de aquel liderazgo.
Nuestras frustraciones parecieran ir de la mano de estos absolutos presentes en la realidad: una sociedad que pretende inútilmente encontrar seres incólumes, perfectos, absolutamente honestos, que respondan y se entreguen desinteresadamente al trabajo en beneficio de los otros. Sin cobrar un salario; que no les guste la buena comida, es más, ¡que no coman! y menos aún en restaurantes; que jamás se tomen un trago y ¡jamás de whisky! Que no viajen y nunca tengan vacaciones, que no descansen.
Y, claro, que sus ambiciones con respecto a su futuro político estén condicionadas por la opinión de los miembros de esa sociedad y no de los ellos mismos como políticos. Eso sí, la sociedad, como árbitro celestial absoluto, tiene el derecho inequívoco a todo lo que niega y critica.
Pero, por otra parte están los propios líderes políticos, en oportunidades totalmente divorciados de la realidad que define el día a día de “los otros”; la soberbia les carcome las posibilidades de respuesta a los reclamos, exigencias, recomendaciones y pareceres de quienes de una u otra manera, tienen algo o mucho que decir de los hechos que definen el día a día; la creencia de que se les debe pleitesía y silencio en sus opiniones y actuares, desdibuja y hace impertinentes sus acciones políticas; no adecúan el discurso a la agenda social, expectativas y necesidades de la sociedad, sin hablar de la, en oportunidades, olímpica indiferencia hacia esa sociedad a la cual deben de servir, escuchar y atender. O bien, consideran que les asiste el derecho a desechar sin motivo y sin razón las exigencias y observaciones que sobre su actuar otros, con menor, igual o mayor capacidad y experiencia, hagan a su gestión pública.
Vamos entonces, de las capacidades del liderazgo político, a la concreción de sus resultas e impactos necesarios en las realidades adversas que padece la sociedad venezolana. Lo que traduce la posibilidad de construir una jerarquizada Agenda de Gobierno que, con las presentes limitaciones de recursos, sea pertinente en alguna medida, con la muy abultada Agenda Social.
A esos liderazgos le corresponde ahora (en el pasado reciente no lo hicieron), ser más efectivos y eficientes en medio de la crisis general; lejana la bonanza toca la buena gestión y la necesaria honestidad.
Quedando claro que aquella bonanza no dejó nada y benefició (y en la caída beneficia) a unos pocos, gracias a la corrupción, el amiguismo y cualquier vicio público que ha sido ejercido con gran capacidad gerencial. Del otro extremo, el interés de unos y otros: del liderazgo y de la sociedad. Interés que ha de ser ponderado en atención a fines comunes y en una vocación de servicio en la vida pública.
El tesoro estatal no puede seguir siendo considerado como un botín capturado del cual, es dueño y señor el grupo que llega al poder y que es posible usufructuar en beneficio propio hasta su agotamiento. El interés de la sociedad debe también ir de la mano del beneficio común en el ejercicio ciudadano de derechos y obligaciones; lo cual debe complementarse, ya es hora en nuestro país, de asumir corresponsabilidades tanto en el diseño y conformación de la Agenda Social, como en la emergencia de propuestas de soluciones políticas a los problemas públicos, con la correspondiente contraloría social y la participación honesta; lo que consecuentemente impacta en la conformación de liderazgos emergentes comunitarios (nuevamente responsables y honestos) y las posibilidades de su escalamiento a lo largo del camino del ámbito de lo político. No puede, la sociedad permanentemente mirar hacia otro lado cuando arrecia el pillaje, con la excusa y la comodidad de satisfacer una necesidad inmediata.
No se construye un liderazgo sustentado preferente y exclusivamente en el interés personal de un supuesto líder; no se construye una sociedad sólida sobre la base de la entrega de la responsabilidad social a un líder carismático para que lo haga todo y, solo quepa como correlato, el aplauso pasivo y alcahueta.
Las sociedades políticas eficientes, se levantan entre líderes políticos responsables y honestos, con sus intereses abiertamente definidos; y esas sociedades tienen que ser: corresponsables; proactivas; con sus intereses colectivos también claramente definidos, de donde emergen sus propios liderazgos.
Solo así es posible una idea de nación, porque solo así es viable generar un sueño realizable de futuro común.
Miami, FL.
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