Listas y recuerdos, por Aglaya Kinzbruner

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Nanki-Poo (hijo del Mikado) está enamorado de Yum-Yum. Sin embargo, ella es la novia de Ko-Ko, Señor Alto Verdugo de Titipu. Sobre estos personajes centrales se construye la ópera el Mikado, una de las obras más hilarantes de los británicos Gilbert (libreto) y Sullivan (música). La ópera fue inmensamente exitosa y se burla mayormente no de los japoneses, como algunos creen, sino de la era victoriana y post victoriana donde todo o casi era pecado e imperaba una sociedad que se escandalizaba por todo cuando realmente no podía ser más hipócrita.
La reina Victoria cuando necesitaba alebrestarse un poco, mascaba unos chicles que contenían droga pura y dura (cocaína, opio, y láudano) y permitió que se desatara en China la guerra del opio solo para controlar el mercado y enriquecer así, la High Society londinense y los cofres del Imperio (Time Magazine, Sam Kelly, Penguin Random House).
Resulta que el emperador de la China Daoguang quería impedir el consumo de opio por inmoral y encargó a Lin Zexu de esa tarea. Éste mandó incendiar los depósitos de opio en manos de mercaderes británicos. Y así empezó la guerra del opio sin que la reina Victoria siquiera se interesase del asunto.
Volviendo a la ópera, al Mikado le gustaba mandar a decapitar a los que pensaba podían ser enemigos del imperio y para eso le pasaba listas a Ko-Ko, el verdugo real. Ko-ko no podía cumplir con las órdenes porque era en realidad de muy buenos sentimientos. Una de las arias que él canta I’ve got a little list (tengo una pequeña lista) es alegre y pegajosa y se refiere a decapitaciones que nunca suceden. Después de muchos enredos, Nanki-Poo ofrece sacrificarse para casarse con Yum-Yum y ser feliz aunque sea un mes pero interviene Katisha que está enamorada de él como solo una mujer añosa se puede prendar de un hombre más joven. Pero hay un final feliz, casan a Ko-ko con Katisha y Nanki-Poo con Yum-Yum y la ópera se despide con alegres bailes y canciones.
Las listas formaron siempre parte de la historia. Este era solamente la exposición de un relato que roza las listas en su forma más artística. Pero hay relatos donde las listas ocupan un lugar más trágico. En el 2007 el polaco Andrzej Wajda hizo una película que llamó Katyn. Es una película excelente que fue nominada al Oscar. La vimos un sábado por la mañana presentada por el Espacio Anna Frank en el cine del Centro Comercial Lido. Trata del genocidio polaco que ocurrió en Katyn cerca de Smolensk en Rusia en el 1940.
Alguien había hecho una lista (¿quién fue el malvado?) de 22.000 personas de la inteligentsia polaca que comprendía altos oficiales del ejército, intelectuales, académicos, policías que fueron llevados a Katyn para ser eliminados con un tiro en la nuca. Después tuvieron la brillante idea de decir que este genocidio había sido perpetrado por los alemanes. Y por mucho tiempo esa fue la verdad oficial. La intención de los rusos con Stalin a la cabeza era establecer un gobierno ruso o prorruso en Polonia y lo menos que querían eran personas críticas e intelectuales que se opusieran.
Eso en cuanto a las listas. En cuanto a los recuerdos, nos quedó impreso en la mente una tarde en la cual acudí a un coctel en la Embajada Americana, de 7 a 9. Esta se encontraba entonces en una de esas grandes mansiones de la Alta Florida. Nos recibió el embajador, un hombre muy distinguido con una expresión acogedora en su cara amable. Distraía la vista sin querer a un muchachito muy vivaz, algo delgado, de cabello rubio y que parecía divertirse mucho en ese gran jardín.
Tenía algo especial, algo que Hermann Hesse llamaba la «señal», en su libro Demián que le valió el premio Nobel, una capacidad de entregarse al momento y simultáneamente a ¡la introspección profunda! ¿Será el mismo que ahora es Subsecretario de Estado? No sabemos. Pero si el destino lo vuelve a poner en el camino de Venezuela, sería algo muy prometedor.
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Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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