Llamar a María, por Teodoro Petkoff

Es increíble cómo hasta gente que se supone «sabida» haya mostrado «desilusión» o «tristeza» por la resolución de la OEA sobre la situación venezolana. El organismo interamericano no puede actuar sino sobre la base de formalismos jurídicos. Si actuara de modo distinto, evaluando la dinámica política de sus miembros, prácticamente ningún gobierno en este continente se salvaría de una condena. ¿Quién integra la OEA? Los gobiernos de América. Ninguno aceptaría decisiones que vayan más allá de la letra de la Carta Democrática. ¿El gobierno en cuestión es electoralmente legítimo? ¿Los poderes públicos han sido elegidos mediante procedimientos pautados en las respectivas constituciones? ¿Las libertades públicas son formalmente respetadas? Entonces no hay nada que discutir. ¿Hubo una alteración no constitucional del lapso gubernamental? Entonces tampoco hay nada que discutir. Así es la diplomacia.
Pero la OEA ha ofrecido algo interesante: su voluntad de mediar para favorecer el diálogo político en nuestro país. El gobierno venezolano debería aceptar esta propuesta, que en nada afecta nuestra soberanía. Y debería hacerlo porque hasta ahora ha fracasado en su intento de promover el diálogo, pero la necesidad de éste hoy es más urgente que nunca, dado el insoportable recalentamiento de la crisis política. Chávez designó una Comisión para el Diálogo que murió al nacer. Ya ni se habla de ella. No podía ser de otra manera. Una comisión de esta naturaleza se supone que debe reunir a los adversarios. No fue eso lo que hizo Chávez, sino que se sentó con unos interlocutores que no son exactamente los protagonistas de la confrontación. Así, desde luego, no podía haber diálogo alguno, como no lo hubo, en efecto.
Fracasada esta iniciativa, que era clave para mostrar una verdadera voluntad de reconsideración del camino andado y de reconciliación entre los venezolanos, ninguna de las otras que ha producido el gobierno ha tenido la consistencia ni la contundencia suficientes como para demoler el muro de incredulidad que separa al gobierno de sus adversarios. Los propósitos de enmienda que manifestó Chávez en los primeros días después del golpe, se han ido diluyendo.
Sucede, así, que algunos pasos dados por el gobierno no han producido ningún efecto. Chávez ha atenuado considerablemente su discurso y desde el golpe no ha vuelto a realizar cadenas ni se ha uniformado. Resolvió lo de Pdvsa rápidamente, negociando con la misma gente que había despedido una semana antes. Sacó de cuajo todo el gabinete económico y designó ministros que conocen la materia; destituyó a Dávila y designó un profesional como Chaderton, sacó también a Rodríguez Chacín y satisfizo la presión militar contra José Vicente. Sin embargo, a esos hits les ha faltado el batazo que habría podido producir carreras: la Comisión para el Diálogo fue un flaicito al pitcher, de modo que los temas ineludibles para un verdadero diálogo (desarme de los grupos de choque, reinstitucionalización de la FAN) no están en agenda y el país continúa convencido, no sin razón, de que el presidente, en verdad, no quiere rectificar ni propiciar un reencuentro con quienes se le oponen. Por eso, llamar a la OEA no sería mala idea. Porque como están las cosas es casi como llamar a María.