Lo barato sale caro, por Griselda Reyes

Los servicios públicos más caros son aquellos que no se pagan. La gratuidad, en esta materia, no deja réditos a nadie: ni a quienes lo suministran ni a los beneficiarios.
El colapso de los servicios básicos en Venezuela es incuestionable. Quien asevere lo contrario, miente.
Basta con vivir en este país para sentir en carne propia lo que este desgobierno ha normalizado. No hace falta siquiera hacer un sondeo por las redes sociales para verificar las fallas.
Despertarse en medio de la madrugada o quedarse atrapado en un ascensor porque se fue la luz.
No acudir a trabajar cierto día porque llegó el agua y hay que aprovechar para hacer todo en ese ratico.
Faltar a una cita importante porque el Metro de Caracas colapsó y no hay transporte público suficiente para cubrir la demanda.
No poder hablar con un ser querido por fallas en el servicio de telefonía móvil o porque a Cantv se le ocurrió cortar el ABA – Internet.
Acostarse con “el estómago pegado al espinazo” porque no hay gas para cocinar y tampoco recursos para comprar una cocina eléctrica.
Ver regresar antes de tiempo a los niños a casa porque en la escuela no hay agua y las maestras los devolvieron.
Suspender operaciones en centros hospitalarios porque falló el suministro eléctrico o perder la vida por una sepsis contraída por falta de higiene.
Perder horas en colas o pernoctar en los carros para no perder el puesto y poder surtir combustible si, con suerte, llega la cisterna de Pdvsa a la estación de servicio. O tener que pagar “comisión” para que algún militar te de puerta franca y pasar de primero.
Esa es la rutina impuesta a los venezolanos por un desgobierno que prefiere mantener a la gente ocupada en ver cómo resuelve sus vidas, en lugar de reconocer que los subsidios y la gratuidad se pagan caros.
Lo que se ofrece “gratis” termina costando un dineral a los venezolanos. Quienes tienen poder adquisitivo pueden darse el lujo de comprar plantas eléctricas o camiones cisternas de agua potable, pueden pagar la gasolina o el gas doméstico a precios internacionales, pero igual ese gasto descuadra cualquier presupuesto familiar.
Ante la escasez permanente de agua, los venezolanos de exiguos recursos se han visto en la penosa necesidad de surtirse de fuentes hídricas contaminadas como ríos y cañadas, lo cual ha incrementado los casos de enfermedades gastrointestinales y de la piel.
Además han recurrido a la tala indiscriminada para conseguir leña y poder cocinar los alimentos y hervir el agua que necesitan consumir. Algunos madrugan buscando bombonas de gas por doquier, trasladándolas en condiciones inapropiadas que podrían costarle la vida.
El caos siempre es aprovechado por quienes ven en cualquier cosa una oportunidad para hacer negocio.
En Venezuela han proliferado las ventas de agua potable en botellones de 19 litros. Igual ocurre con los importadores de plantas eléctricas y de cocinas eléctricas. Decenas de camiones y otras unidades de carga han sido “adecuadas” para convertirlas en “perreras”, tan peligrosas que ya han causado accidentes fatales. Y han proliferado las mafias – civiles y militares – que han visto en el contrabando de combustible una oportunidad de “oro” para llenarse los bolsillos.
Los venezolanos queremos volver a la normalidad y no me equivoco al asegurar que la mayoría prefiere pagar por los servicios básicos, aunque sean costosos, siempre y cuando funcionen.
Hay que privatizar de nuevo la gestión de la energía eléctrica y el agua potable. En el caso de Caracas, cuando estas actividades estaban en manos privadas, la capital de la República no sufría los embates de fallas originadas en el Guri o en el Tuy.
Hay que quitarle a Pdvsa Comunal la distribución y comercialización de las bombonas de gas – que además hacen con criterio político –, y devolver las funciones a las empresas privadas que durante años prestaron ese servicio comercial.
Hay que devolverle la autonomía a la Compañía Anónima Metro de Caracas (Cametro), para culminar las obras pendientes y rescatar la infraestructura existente.
Hay que desnacionalizar la Cantv y Movilnet para que se hagan las inversiones necesarias para ubicar las telecomunicaciones venezolanas en la vanguardia. Mientras el mundo ya experimenta los beneficios de la tecnología 5G, en Venezuela aún no superamos la 3G.
Hay que sincerar el precio de la gasolina y llevarlo a estándares internacionales para que deje de ser una mercancía de la que se aprovechan quienes practican el contrabando de extracción. Mientras se recupera la industria petrolera, el poco combustible que se produce en las refinerías – y el que se importa – deben ser para consumo interno.
Empecemos por cambiar la mentalidad y el modelo rentista que permitió durante años que en Venezuela los servicios públicos fueran gratis. El Estado no puede seguir subsidiándolos. Lo que hemos vivido en los últimos años nos deja una dura lección: lo barato sale caro.