Lo que comienza mal termina mal, por Beltrán Vallejo
En días pasados, un Diosdado Cabello, Presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, le dijo al país que no era factible hacer una nueva constitución. Pues bien, el título de este artículo, una regla de oro, bien se identifica con el deslucido anuncio de este personaje tenebroso.
Este pillín expresó, en una memorable entrevista con Ernesto Villegas, lo siguiente: “La Asamblea Nacional Constituyente cumplió su mandato… no necesariamente tienes que cumplir todas las funciones que tiene asignadas. Yo creo que no va a haber un proyecto de constitución sometido a votación, y lo digo responsablemente…”.
Crónica de una estafa histórica y mundial. Los que son expertos en constituciones, que me lo ratifiquen o me corrijan, pero creo que esta es la única Asamblea Constituyente en el mundo que no cumple con la tarea fundamental de este tipo de organismo desde la Revolución Francesa, y que es la de hacer una nueva Constitución o por lo mínimo reformarla.
¡Qué improductividad! ¿Si esto no es una estafa, pues qué implica este delito? Esa cosa tan ineficaz, a confesión del propio jefe de eso, resultó ser un gigantesco gasto para el erario público, tanto en salarios de 545 vagos que conforman su llamada plenaria, como la sangría costosísima de la burocracia golosa que todavía pulula por esos pasillos. Si Venezuela fuera un país serio, y tiene tiempo que no lo es, presos debieran ir todos los que participaron en esta estafa, fraude o como quieran llamarle a este abuso de Maduro, el padre de este engendro cuyo nacimiento fue escandaloso, inconstitucional, delictivo, y ahora hasta improductivo, aunque funcionó para mantener y enriquecer voluminosas figuras como la de un Escarrá, y que por cierto después de lo que dijo el capataz no ha aparecido con su voz engolada a explicar en qué se fue su retorcido retoricismo leguleyo en tres años de iniquidad y abuso de poder y de atropello a los principios democráticos.
Su origen fue pésimo: el anuncio de su concepción como capricho autoritario de Maduro, su truculento método para designar integrantes, la propia elección rodeada de altísima abstención y de cifras falsas de participación, uno de los colmos de sinvergüenzura de la Tibisay que se fue, tal como lo delató la empresa Smartmatic; en fin, ese aborto no tuvo nunca que ver con un proceso constituyente de verdad, como sí lo hizo, y hay que reconocerlo, el finado “comandante eterno” durante aquel lejano año de 1999.
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Si me preguntan, ¿para qué sirvió esa triste Asamblea Constituyente? Pues respondería que para allanar la inmunidad parlamentaria de diputados; para convocar inconstitucionalmente a elecciones regionales; para destituir a Juan Pablo Guanipa, el gobernador electo del Zulia; para de nuevo convocar inconstitucionalmente a elecciones municipales; para crear un engendro fascista denominado Ley contra el odio; para ilegalizar a los partidos políticos democráticos; para eliminar los distritos metropolitanos; para convocar y adelantar las elecciones fraudulentas que dieron ganador a Maduro, lo que ha generado una crisis política sin parangón en nuestra historia republicana.
En fin, esta Asamblea, y que constituyente, no redactó en tres años ni un solo párrafo para un proyecto constitucional nuevo, pero si violó hasta la saciedad la constitución que está vigente. Del seno de esa asamblea no hubo ni un solo acto que se aproxime a la legalidad.
Esa Asamblea, después de tres años para el olvido, se va; pero lo que lamento es que por ahora los que gestaron ese antro están por ahí impunes, risueños, irónicos, impúdicos, soberbios de poder y con ganas de seguir atropellando la Constitución y la Ley.
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