Lo que la danza puede informar al país

En el Día Mundial de la Danza, exploramos cómo el lenguaje universal del movimiento se entrelaza con la compleja realidad venezolana, sirviendo como un medio potente de expresión, resistencia y conexión afectiva
Autor: Vanessa Vargas*
El Día Mundial de la Danza 2025 llega en un momento donde la reflexión honesta sobre la condición humana se torna más vital que nunca, tal como lo señala el reconocido bailarín y coreógrafo Mikhail Baryshnikov en su mensaje.
Se dice a menudo que la danza puede expresar lo indecible. La alegría, el dolor y la desesperación se hacen visibles; expresiones encarnadas de nuestra fragilidad compartida. En este sentido, la danza puede despertar empatía, inspirar bondad y despertar el deseo de sanar en lugar de dañar. Especialmente ahora, mientras cientos de miles de personas sufren guerras, lidian con la agitación política y se alzan en protesta contra la injusticia, la reflexión honesta es vital. Es una carga pesada para el cuerpo, la danza y el arte. Sin embargo, el arte sigue siendo la mejor manera de dar forma a lo no expresado, y podemos empezar por preguntarnos: ¿Dónde está mi verdad? ¿Cómo me honro a mí mismo y a mi comunidad? ¿Ante quién respondo?
En Venezuela, esta reflexión encuentra un eco particular en las prácticas dancísticas, expresiones que desbordan la mera estética para convertirse en espacios cargados de afectividad, política y una tenaz resistencia frente a las tensiones y desigualdades que atraviesan la nación. La danza venezolana, lejos de ser un simple entretenimiento, se erige como un lenguaje visceral que comunica lo indecible, construye puentes de entendimiento y desafía las narrativas dominantes desde los márgenes mismos de su existencia.
La danza posee la capacidad de mover las limitaciones del lenguaje verbal, los márgenes simbólicos y físicos, permitiendo que emociones profundas como la alegría, el dolor y la desesperación se manifiesten de forma tangible. En el contexto venezolano, esta capacidad expresiva adquiere una resonancia especial. La danza ofrece un plano de composición, en el que se despliega una búsqueda constante de recursos para comunicar, invitando a explorar temas desde perspectivas inusuales, permitiendo otras sensibilidades y aperturas. Es en este plano compositivo es donde el cuerpo, el sentimiento y la emoción se entrelazan para narrar historias que a menudo escapan a los discursos oficiales.
Cada movimiento de la danza venezolana está imbuido de la realidad del país: sus barrios vibrantes, sus ciudades bulliciosas, su rica historia y sus profundas cicatrices. Todo esto con sus ritmos y cadencias propios, forman de contacto, de relación que se ven de igual manera en la vida cotidiana. En ese gesto danzado se condensa un universo de afectos, las redes invisibles que nos unen, las formas de conocimiento ancestral y las maneras singulares de comunicar lo visible e invisible. La danza se configura así como un espacio inherentemente político, un territorio donde se negocian identidades, se resisten opresiones y se construyen narrativas alternativas desde los márgenes.
Históricamente, las artes vivas en Venezuela han operado en los límites del sistema artístico formal, enfrentando la escasez de apoyo institucional y, en momentos oscuros, la censura y la represión. Sin embargo, esta misma marginalidad ha cultivado una creatividad resiliente y una perspectiva crítica única. Al situarse fuera de los circuitos convencionales, los artistas de la danza y el performance han gozado de una libertad para abordar temas delicados, para cuestionar las estructuras de poder y para dar voz a las experiencias de las comunidades marginadas, cuyas historias a menudo son ignoradas o tergiversadas por el discurso dominante.
En este escenario complejo, el afecto emerge no solo como una emoción sentida, sino como una herramienta analítica crucial para comprender la dinámica de la danza venezolana. Las interacciones entre bailarines, coreógrafos, músicos y el público están cargadas de una afectividad que trasciende la mera transacción artística. Estos intercambios generan resonancias que perduran en el tiempo, influyendo en la evolución de las prácticas artísticas y dejando una impronta en la memoria colectiva. En un país fragmentado por la polarización, la danza se ofrece como un espacio donde la empatía puede florecer a través de la experiencia compartida del movimiento, la música y la emoción, las estrategias de amistad y supervivencia, construyendo puentes donde las palabras a menudo fallan.
Estudiar la danza y el performance en Venezuela como lugares de enunciación afectiva revela cómo el cuerpo danzante se convierte en un poderoso vehículo de comunicación. En un contexto donde los canales de expresión pueden estar limitados o manipulados, el cuerpo se erige como un medio auténtico para transmitir verdades incómodas, para evocar memorias silenciadas y para proyectar anhelos de un futuro diferente. Los gestos, las miradas, el sudor, la energía que emana del movimiento son formas de comunicación sensorial que transmiten mensajes estéticos, políticos y sociales con una fuerza que a menudo supera la elocuencia del lenguaje hablado. Estas poéticas de relación afectiva invitan al espectador a una lectura visceral y empática de la realidad venezolana, reorganizando el espacio afectivo ante la indiferencia, fomentando la solidaridad.
La relación intrínseca entre la danza social y la cultura en Venezuela nos permite establecer conexiones significativas con las dinámicas que se desarrollan fuera del escenario. La danza no solo refleja las tensiones sociales, como la construcción de estereotipos raciales, sexuales y de género o los mecanismos de control social, sino que también se erige como una fuerza activa en la creación de cultura y en la resistencia contra las fuerzas hegemónicas. En comunidades marginadas, la danza se convierte en una herramienta para construir tejido social, para resistir la pobreza y para afirmar identidades subalternas.
Varios ejemplos dan cuenta de esto: Las experiencias de los pioneros de la danza moderna en nuestro país, Grishka Holguín, José Ledezma, Carlos Orta, las varias iteraciones de los Encuentros Internacionales de Creadores, así como los Festivales de danza postmoderna e improvisación, que propiciaron un diálogo fructífero entre coreógrafos de diferentes partes del mundo y venezolanos, nos invitan a reconsiderar las representaciones simplistas de la identidad latinoamericana, y demostraron la importancia del intercambio, la experimentación y la creación de plataformas para nuevas generaciones de artistas. Estas iniciativas no sólo impulsaron la innovación en la danza contemporánea venezolana, sino que también dejaron un legado que continúa resonando en la escena actual. También, actualmente las experiencias creativas y de gestión local de la danza desde los barrios populares para transformar el espacio urbano, entre otros eventos, informan la rica y diversa producción artística de la danza y el performance en Venezuela, a pesar de las dificultades económicas y la precariedad del apoyo institucional, testimonia la resiliencia y la vitalidad de sus creadores.
En definitiva, la danza en Venezuela, al igual que en todo el mundo, es un arte que trasciende la mera forma. Es un lenguaje vivo que expresa lo inefable, un espacio de encuentro y resistencia, y un espejo donde se refleja la complejidad, la belleza y la lucha venezolana. En este Día Mundial de la Danza, celebremos la potencia de este arte para hacernos sentir profundamente, para incitar a la reflexión crítica y, sobre todo, para conectarnos con nosotros mismos y con la rica y compleja realidad que nos rodea. La danza venezolana sigue moviéndose, sigue hablando, sigue resistiendo, tejiendo con cada gesto un nuevo capítulo en su historia y en la historia de su país.
*Vanessa Vargas es bailarina, performer, educadora de danza, periodista e investigadora venezolana.