Lo que más me preocupa es la desmoralización del país, por Beltrán Vallejo
No caben dudas de que la crisis económica, la hiperinflación, la falta de medicinas y otros acuciantes problemas cotidianos, en vez de elevar la protesta, la organización popular y la movilización social, lo que están generando es una caída de la autoestima del pueblo venezolano, alimentando así un desánimo colectivo.
Hay estudios de opinión que lo están reflejando; pero no hace falta tanta sistematización para sentir en las calles, en los lugares de trabajo, en los hogares, una tremenda desmoralización avanzando sobre el tejido social del venezolano; lamentablemente, este es un logro del totalitarismo. Lo más triste es que presiento que pasará mucho tiempo para que el pueblo recupere la confianza, el aliento, la altivez, la garra y la pasión en la lucha; cunde la derrota nacional.
La mayoría de los psicólogos, o buena parte de la opinión científica, niega la extrapolación de la psicología individual a la social; no obstante, soy de los que cree que se pueden correlacionar esas dimensiones. Sí hay una Venezuela deprimida. Hay un estrés masivo producto de jornadas haciendo maromas para aunque sea conseguir uno o dos platos de comida al día (lejos está quedando los tres “golpes” diarios”). Hay un estrés masivo en cada mañana hasta la tarde en una cola de un banco a la espera de algo que como efectivo aparezca de nuestro propio dinero o sueldo, aunque sea para pagar un pasaje; ¡eso no es vida!
Además, este estrés prolongado, que ya lleva más de tres años, se está convirtiendo en algo demasiado fuerte para el organismo, ya que igualmente afecta recursos psicológicos, desmejora nuestra bioquímica y el funcionamiento de nuestro sistema fisiológico, hiere nuestra salud corporal
Y la otra salud que se descompone es nuestra salud ética, predominando la apatía, perdiéndose las ganas de luchar, imperando el individualismo, incrementándose la falta de dignidad y la ausencia de decoro, imponiéndose la “ley de la selva” porque desparece la solidaridad, el compañerismo, el trabajo en equipo y el civismo; nos estamos transformando en un pueblo de mendigos, de pícaros y de bandidos.
Creo que la desmoralización colectiva se genera debido a la ausencia de perspectivas esperanzadoras; el horizonte es sombrío, no se ve la luz en tan largo túnel. Sin embargo esa oscuridad puede interrumpirse con el brillo de una terapia de verdades; ¡ya está bueno de mentiras, aunque sean piadosas! Por supuesto que el gobierno no las dirá nunca; él vive de ellas, no existe sin ellas, su esencia se hace con ellas. Es decir, sí hace falta esperanzas, pero no falsas.
Para levantar el ánimo, para moralizarnos, el país debe comenzar a caminar con la verdad por delante. Para este propósito, ese andar con sinceridad amerita de valentía para hacer frente a las adversidades; usted, que me lee, sea valiente; no se arrastre ante la hiperinflación, ante la escasez, ante las enfermedades, ante la violencia. Levántese y cambie; la crisis lo obliga a cambiar como persona, como vecino, como pareja, como padre; ¡cambie!
Igualmente, el liderazgo político, que hasta ahora ha enfrentado a la tiranía, debe cambiar profundamente, sobre todo porque no cree en Venezuela; sólo cree en sus intereses, en su partido, en su cofradía y en su ego, en su personalismo. No hermanos, se amerita de un liderazgo que no sea masoquista en su individualismo, condición indispensable para estimular a una nación en su lucha como un todo contra el totalitarismo del siglo XXI. Se necesita de un liderazgo con tan potente compromiso colectivo para reanimar al país; el ejemplo motiva.