Lo que no viste de la investidura de Donald Trump en Washington DC
Las multitudes que viajaron hasta la capital de Estados Unidos para acompañar a su nuevo presidente debieron agolparse dentro de un recinto deportivo para ver la ceremonia televisada, gracias al frío. El lugar se convirtió en un altar MAGA, donde finalmente Donald Trump apareció para «entregarle al pueblo» sus primeras órdenes presidenciales
A la medianoche miles de correos electrónicos recibieron invitaciones para la reunión que sería en el Capitol One Arena, un pabellón deportivo en el corazón de la capital estadounidense, donde se organizó una «watch party» de la inauguración de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Es el mismo escenario que un día antes recibió al magnate para celebrar su asunción a la primera magistratura de la potencia americana, al ritmo de Village People.
Los correos le llegaron a todo aquel que se había registrado para la actividad del domingo, los casi 20 mil que lograron entrar al recinto y los miles que se quedaron afuera, bajo una extensa nevada y un frío de varios grados bajo cero, dando vueltas en largas filas para aspirar una silla adicional.
«Puertas se abrirán a las 9 am», decía la invitación. Un llamado. Una convocatoria. Antes de las 2 de la madrugada ya había más de una cuadra de personas haciendo fila esperando que las puertas se abrieran siete horas más tarde. Hacían 9 grados centígrados bajo cero.
Con la ceremonia oficial al aire libre cancelada, y sustituida por eventos protocolares dentro del Congreso y en la Casa Blanca, las multitudes que ya se habían reunido en Washington se agolparon ante el palacio deportivo sede del equipo de hockey local. Allí verían el traspado de la presidencia en pantallas gigantes. Algunos más se intercambiaban infromaciones por mensajería de texto o usando X, siempre la X del aliado Elon Musk, de por dónde pasaría la caravana oficial: de la Casa Blanca hacia el Capitolio con el presidente electo, del Capitolio hacia la Casa Blanca con el presidente juramentado.
Esa última ruta tendría un pequeño desvío: en vez de la acostumbrada vía recta por Pennsylvania Avenue entre ambos edificios, una pasada rápida por los alrededores del Capitol One para que los allí reunidos al menos vieran pasar los vehículos con el líder a bordo. En 2017 el republicano caminó parte del recorrido, esta vez las tempreraturas por debajo de cero grados impedían hacerlo.
Cuando finalmente amaneció, comenzaron a llegar vendedores: gorras, bufandas, franelas, guantes, gorras, gorras, gorras, Make America Great Again. 16 cuadras después, abrieron las puertas del recinto. Se llenó rápidamente. Y siempre hubo gente afuera.
Dentro, una tarima con los colores de la bandera y pantallas enormes para ver la transmisión desde el Capitolio, donde todo ocurriría. Casi todos los ojos miraban hacia arriba, al «jumbotron» donde el sello presidencial dorado sobre fondo rojo intenso coronaba la reunión. Allí se vio desde todos los ángulos el juramento del nuevo presidente de Estados Unidos, que tardó unas cinco horas en visitar ese lugar.
Antes, Trump dio su primer discurso, luego despidió a Joe Biden y su esposa, además de Kamala Harris y el suyo, como marca la tradición en el patio del Capitolio. Entonces se dirigió al Emancipation Hall del Capitolio -donde fueron acomodados más invitados a la ceremonia que no entraron en la Rotunda- y brindó otras palabras, sin teleprompter, «conversaíto». Finalmente, recibió honores militares en el mismo edificio federal antes de partir hacia el Capitol One donde ya una seguidillas de discursos se estaban dando, hasta de Elon Musk, para esperarlo.
Cuando Donald Trump llegó lo hizo no solo para dar otro discurso -que incluyó aplausos a cada uno de los miembros de su clan familiar-, sino para ocupar la mesa dispuesta con el sello presidencial donde el mandatario firmó sus primeras «órdenes ejecutivas». Quería hacerlo frente a la multitud, coreado por un rabioso público respaldándolo. Adiós la era Biden literalmente de un plumazo.
Es costumbre que quienes acompañan a un presidente de EEUU cuando rubrica alguna ley o decreto les sea otorgado una pluma igual a la que ha sido usada para firmar. En este caso, la opción fue populista: lanzar varios al público cercano a la tarima donde Trump formalmente puso en marcha su primera orden para los siguientes cuatro años. La última será minutos antes de que su sucesor sea juramentado en 2029 (la última de Joe Biden -un perdón presidencial a familiares que ppodrían ser investigados por retaliación política, justificó-, se hizo pública cuando el ahora expresidente estaba en la Rotunda a 20 minutos de pasar el testigo.
Y siguieron los vítores, y siguieron las fotos, y la música rock. El lugar no dejó de estar lleno, era a la vez un sitio para ver las ceremonias en manada, tanto como para festejar. Por eso tantos y tantos estadounidenses llevaron allí disfraces y memorabilia.
Afuera también había: grandes camionetas circulando por algunas calles rotuladas con el retrato del millonario, grandes banderas ondeando su nombre, grandes altavoces emitiendo partes de sus discursos. El sonido también incluía la sempiterna «YMCA» de Village People, además de piezas del cancionero americano popular de alrededor de 1984, la era de los dandy boys, cuando Trump era un joven que subía como la espuma en los negocios, cuando él sentía que su país era «grande»… el espíritu que ahora se empeña en encarnar.
Fue un día de frío, con un promedio de -6 grados centígrados que se sentían como -11 por efecto del viento. Donde los restos de la nieve de la noche anterior no terminaban de disolverse en una ciudad tomada por agentes de seguridad de distintas agencias -la policía, el Ejército, el Servicio Secreto- con calles cortadas, barreras por doquier, y vecinos progresistas y demócratas -que colmaron las calles el sábado para protestar contra quien aún no había sido juramentado- mirando a los visitantes trumpistas como fauna.
Al caer la, alrededor del Capital One Arena quedaba la alegría de los presentes, la euforia de los más comprometidos, y la basura de las multitides. Así quedaría por las siguientes horas, porque Washington DC, desde el domingo, se conviirtió por dos noches seguidas en una ciudad donde no se durmió. En las aceras que se colmaron de «fans» durante todo el día para entrar al pabellón deportivo -cuando alguien salía- quedaron guantes y bufandas perdidas, pero también paraguas, mochilas y carteras que debieron ser dejadas atrás (estaba prohibido entrar con esos objetos), y hasta un envase de pastillas con Viagra. Quizá esa noche, a nadie le hizo falta.