Lo que se juega en Noruega, por Gregorio Salazar
El talante del régimen no varía: mientras se anuncia la continuación de la mesa de negociaciones en Oslo para buscar una salida electoral a la crisis venezolana, emprende aquí la más feroz persecución de tiempos recientes contra el liderazgo opositor.
Varios de los diputados más destacados de la AN y con altas responsabilidades directivas en sus partidos están detenidos, en el exilio, refugiados en embajadas o prófugos de un gobierno que piensa y actúa como un gang, pero que reclama en los foros internacionales como si fuera un dechado de virtudes democráticas.
El régimen se hace lenguas, no podía ser de otra forma, de su respeto a la constitución y a la legalidad mientras señala a la oposición –que se mantuvo participando electoralmente incluso hasta después que esa vía fue cerrada a partir de 2016– de golpista. Y esa es la patente de corso que exhibe para arremeter contra todos sin contemplaciones. Cuanto está pesando ahora, hay que decirlo, el sorpresivo episodio del 30 de abril.
Se da el lujo el régimen venezolano de mantener incomunicado durante 36 días al vicepresidente de la Asamblea Nacional. ¿Cómo pueden justificar ante el mundo tamaño ensañamiento? ¿Acaso depende la estabilidad del régimen de un mínimo respeto a los derechos humanos del diputado Edgar Zambrano o de cualquiera de sus presos políticos? Lo hacen porque necesitan, más que intimidar, aterrorizar a los venezolanos, civiles y militares, terminar de convencerlos de que son atroces y de que para permanecer en el poder son capaces de esa y otra barbaridades. Inclúyase en ellas la del cambio de nombre al Estado Vargas, que es también una forma de burlarse del civismo y el pensamiento democrático y quién sabe de qué nueva manipulación.
En la represión no aflojan ni un milímetro. Es una política de estado administrada con precisión maquiavélica. El día que al fin le permitieron al diputado Zambrano una simple visita es porque están avanzando en la persecución de otros dirigentes como Tomás Guanipa, José Guerra y Liliana Hernández, cuya madre incluso fue apresada temporalmente por los esbirros del régimen. Malvada impudicia.
Una vez que el régimen se propone adelantar las elecciones parlamentarias es evidente que no va a parar en su obsesión de descabezar a esa dirigencia, desarticular los principales partidos de oposición hasta liquidar su capacidad para convocar y movilizar el enorme descontento popular de la población
Para colmo de males, vuelven las confrontaciones internas en el sector opositor. No hay coincidencia ni convergencia en las acciones a seguir para producir el cambio de gobierno en Venezuela. Y Guaidó, cuyo apoyo popular no se sabe hasta cuándo perdurará de mantenerse el actual estado de cosas, está sometido a la presión de quienes le piden se retiren de la mesa negociadora de Oslo y que ponga el énfasis en pedir en pedir la intervención extranjera.
Es muy probable que esas elecciones legislativas tengan fecha cuando la cúpula del gobierno considere que ha logrado las condiciones óptimas para acudir a una medición electoral que en condiciones de equidad y transparencia, sin el obsceno ventajismo de todos estos años, jamás ganaría.
Con semejantes ingredientes políticos el riesgo es que haya una parte importante de la población que le dé la espalda a las urnas de votación. Dejar a Tibisay Lucena en la presidencia del CNE o no dar muestras claras de que el máximo organismo electoral ha sido objeto de una transformación profunda en su manejo y funcionamiento sometido al control del poder central rebasaría los límites de la tolerancia para un electorado que vive sumido en la angustia, la incredulidad y la desconfianza.
Vivimos horas de incertidumbre en las que la apuesta que se hace en Noruega resulta crucial y cada paso debe ser dado con seguridad y aplomo. Si el acuerdo que emergiera no reúne o concita la confianza de la población que mayoritariamente rechaza al régimen, y no es capaz de reunificar las fuerzas de la oposición, Maduro y la cúpula que han destruido a Venezuela pudieran encontrar un nuevo atajo para prolongar ilimitadamente su nefasta permanencia en el poder.